Mi primer pensamiento de hoy fue para las mujeres de Puerto Rico y del mundo que tendrán que enfrentar durante este día algún incidente de violencia. Luego pensé, con mucho amor, en las personas que a diario dedican su energía y trabajo a erradicar esa violencia y otras desigualdades que nos devoran la felicidad y la libertad como nación y agradecí el privilegio que tengo de conocer a algunas de ellas. Agradecí también el tener la certeza de que ya la violencia de género no es socialmente aceptable a pesar de quienes predican a favor de la desigualdad… y como no tengo un dios a quien agradecer, soy de las que pienso que la mejor muestra de agradecimiento al mundo, al universo y a quienes nos rodean es la que se demuestra con acciones.
Debo admitir que llevo días sintiéndome incómoda con la idea de que hoy, el Día Internacional de No Más Violencia Hacia las Mujeres, quedará silenciado en nuestra Isla debido a que coincide con el Día de Acción de Gracias.
Una mirada rápida por los principales periódicos de la Isla demuestra que tengo razón. Predominan las noticias triviales relacionadas con comida, oraciones de agradecimiento y compras de navidad. Todas estas noticias son cómodas. También es cómodo justificar nuestra desconexión de las necesidades del prójimo aduciendo que dentro de toda esta crisis nacional, siempre hay que sacar tiempo para tener un rato de felicidad, compartir en familia y seguir las tradiciones. La felicidad es una aspiración humana, es cierto, pero vivirla en el vacío y sin tener plena conciencia de lo que hacemos es parte de una gran mentira.
¿Cuán cómodas podemos sentirnos sabiendo que nos rodea una gran mentira social?
Las estructuras familiares, sociales, culturales, económicas, religiosas y políticas que por años han sostenido nuestra vida cotidiana están en este momento en una precaria situación de falta de credibilidad. ¿A qué me refiero? A que ya no podemos creer a ojos cerrados en las cosas que nos han traído hasta este momento histórico.
Es fácil que las personas que cuentan con algunos recursos se concentren en utilizarlos para su propio bienestar. Accedemos a Internet, compramos ropa, zapatos, autos, computadoras, objetos de decoración, televisores de plasma y muchas cosas más. Compramos y consumimos comida de toda clase y en exceso. Creemos genuinamente que necesitamos todas esas cosas para ser felices.
Si nos empeñamos, podemos elegir qué ver y qué no ver de lo que pasa en el resto del país y del mundo. Podemos sentirnos tranquilas hoy dando gracias por la familia, por lo que tenemos, por lo que hemos vivido… y como hemos decidido ignorar las partes oscuras de la realidad, no sentimos ni una sombra de culpa o pesar que nos quite el hambre cuando nos sentamos a la mesa para nuevamente consumir en exceso. Yo misma he caído en esa trampa… en muchas ocasiones, durante muchos años y hasta muy recientemente. He corrido, como mucha gente, una carrera desbocada para adquirir casa, carro, cosas que me parecían esenciales para vivir. Pero, agraciadamente, he tenido la suerte de encontrar en el camino cosas más valiosas por las cuales no hubiera tenido que correr tanto.
En los últimos años, las mujeres que reciben servicios en Matria se han encargado de enseñarme a quitar de mi mundo esos velos que me convertían en una persona muy ignorante. No es que ya sea una sabia. Todavía me quedan muchos velos que descorrer. Pero al menos ya veo a quienes tengo alrededor. Las veo. Veo a muchas personas con realidades que no se merecen vivir y que serían mejores si en nuestra sociedad predominara la justicia y no el principio de “sálvese quien pueda que yo resuelvo lo mío”.
Hoy en especial, veo a las mujeres. Veo cómo pueden pasar una noche en vela mientras grupos de jóvenes se tirotean en su vecindario sin que una patrulla de la policía venga a intervenir. Veo a las que duermen en el piso porque no cuentan con el dinero para un matress. Veo a las que no pueden mantener un trabajo porque en la escuela de sus niños y niñas hay un sistema de horario reducido que cambia caprichosamente. Veo a las que pierden su trabajo porque no cuentan con transportación para llegar a él. Veo a las que son madres y sufren porque ven a sus hijas en medio de una situación de violencia y no encuentran respuestas en el sistema. Veo a las adolescentes embarazadas que han creído encontrar en ese bebé el amor que más nadie le ha dado hasta ahora y veo a las madres que centraron su vida en un hijo o hija que al crecer les abandonó. Veo a las ancianas que pasan los días solas y que miran con asombro cómo el mundo que conocían ya no existe. Veo a las mujeres que necesitan servicios médicos y sólo encuentran cinco segundos de atención de algún profesional que está más preocupado por facturar que por ver a la mujer que tiene al frente. Veo a las niñas que sufren en silencio el abuso sexual de personas en las que confiaron y a quienes aman. Veo los corazones cansados de las mujeres que aman, aman y aman a todo el mundo menos a ellas mismas porque se les enseñó que no son dignas de amor. Veo a la mujer que espera por horas en la parada de guaguas públicas y mira con miedo alrededor. Veo a las transexuales que sueñan en las mañanas con otra vida mientras duermen el cansancio del trabajo sexual de la noche anterior porque hay quienes piensan que ese es su único destino en esta sociedad. Veo a las mujeres que trabajan por horas y se conforman con las alegrías de sus hijos porque ellas ya no sienten esa alegría en su cuerpo extenuado de tantas horas de trabajo. Veo a las mujeres que se desesperan cuando ven sus niños actuando desde la locura y no saben a dónde acudir. Veo a las que no duermen pensando cómo alimentarán su familia al día siguiente. Veo a las que sonríen por fuera aunque por dentro estén destrozadas. Veo a las que complacen a su agresor pensando que así se evitarán los golpes. Veo a las que sirven las causas y luego se tienen que meter en las cocinas mientras otros usurpan el poder. Veo a las que disfrazan su inteligencia porque están convencidas de que ser inteligentes les hará verse mal. Veo a las que sufren las pedradas de quienes se creen dueños de los juicios morales y los ajustan a su conveniencia. Veo a las que mueren apenas nacidas porque fueron niñas y no varones.
Veo el hueco negro y profundo de la desigualdad y cómo éste se mantiene instaurado en el centro de nuestro quehacer cotidiano mientras todo el mundo le pasa por el lado.
Agraciadamente, también veo otras cosas. Cosas que dan esperanza… como el trabajo de compañeras y compañeros que tienen sus ojos abiertos y aman lo suficiente como para no voltear la cara y poner sus manos al servicio de los demás. Veo a quienes deciden abrir sus ojos un día cualquiera, se perdonan por no haber visto antes y también trabajan. Veo a jóvenes valientes que usan la fuerza de sus convicciones para traer luz a esta patria. Veo a mujeres y hombres maduros que trascienden sus historias y se solidarizan con quienes más necesitan. Veo a quienes abandonan las zonas cómodas y se incomodan de verdad, se incomodan lo suficiente como para levantarse a trabajar en comunidad.
Ahí está la receta para la paz. Esas son las cosas que debemos agradecer. Agradecer con acciones más que con oraciones…
Cuando las mujeres nos negamos a asumir el rol de princesas desvalidas que nos asigna la sociedad, inmediatamente nos convertimos en brujas y rebeldes. Pero, después de todo, ¿es tan malo ser una bruja rebelde? Reafirmar nuestra identidad, reclamar espacios para la equidad es cosa de todas... de brujas y ex-princesas.
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