12.12.11

Flying Pigs

Publicada el 12 de diciembre en El Nuevo Día

Hay momentos en que amar al prójimo se hace difícil. Hay seres que no inspiran amor. Personas que nos hacen temer que los seres humanos sean incapaces de sobreponerse a sus prejuicios y odios tribales. De ese temor, muy fácilmente podríamos pasar al odio… Pero ¿qué futuro tendría la raza humana si todas y todos temiéramos y odiáramos?
El Código Penal aprobado por el Senado de Puerto Rico no es otra cosa que el fruto del odio, del miedo y del egoísmo de personas que son incapaces de comprender el verdadero significado del amor al prójimo. “Si no es como yo, si no lo entiendo, si me confunde… entonces le temo… y si le temo demasiado, entonces le odio”. De ahí los crímenes de odio, el discrimen, el estado permanente de terror en el que nos quieren mantener. ¿Quiénes se benefician de esto? Definitivamente no es el país.
El día en que una nación pueda crecer amparada en la desigualdad, volarán los cerdos y con ellos nuestra esperanza. Tristemente la esperanza se irá muy lejos y los cerdos se quedarán sobre nuestras cabezas dejando en su vuelo una estela de desperdicios que a la larga nos arroparán. Ya hay demasiado dolor y desesperanza en nuestra Isla. Ambos son una muestra de los desechos de los primeros cerdos que intentan volar a cuenta nuestra y que ya son visibles en los alrededores del Capitolio. La pregunta que me hago es… ¿dónde están cuando no practican sus vuelos? ¿Estarán legislando? ¿Estarán conspirando con los profetas del miedo y contando los votos que esperan acumular para quedarse en sus cómodas jaulas de mármol por cuatro años más?

Hay gente que prefiere ver cerdos volando gracias a la desigualdad antes que atreverse a soñar con una democracia viva y participativa. Al plateársele la posibilidad de proyectos de apoderamiento político que quebranten el bipartidismo que nos consume, casi parecen decir (en inglés por cierto): “That day, pigs will fly!”. Lo cierto es, que no necesitamos cerdos voladores para cambiar un país si cada cual asume desde el amor y el respeto su responsabilidad y se niega a aceptar que le impongan el terror como única realidad.

Las últimas de la fila

 No recuerdo que alguien me haya dicho de niña que debía ser la última en comer. Pero lo aprendí. De adulta, al cocinar o comprar comida par...