3.6.20

Amar y ser antirracista

Yo estoy segura de que mi bisabuelo paterno tuvo que vivir en la esclavitud. Tal vez por el lado materno tenga gente similar. No lo sé bien. Porque la historia de la gente negra es invisibilizada. La de gente pobre, aunque sea blanca, también. Estoy segura de que mi apellido no es mío. Es de algún amo. 


Mi primera conciencia fue de raza. Me supe parte del mundo negro antes de saberme parte de las víctimas del machismo, el clasismo o la homofobia. Una sabe, desde bien temprano que ni la piel, ni el pelo que tiene cae en lo que se considera bello, inteligente y con potencial de liderazgo. Una sabe desde bien temprano que hay espacios en lo que no se debe entrar o que, si se entra, se entra con cautela y sabiéndose observada. 


En las familias mixtas, como la mía, con gente rubia y gente negra, el racismo se mezcla con el amor y a veces, como cuando te agrede sexualmente un familiar, se te desdibujan las fronteras del amor y de la dignidad. No sabes cuándo eso que te hiere es amor o es racismo. Porque eres pequeña y no puedes creer que la gente que te dice que te ama, la gente que te cuida, la gente que amas, es capaz de decirte esas cosas que te degradan o hacerte esas cosas que te ponen en un lugar inferior. Dudas si es tu percepción o es realidad y lo incorporas a tu mundo, lo naturalizas, lo asumes y lo cargas.


En las escuelas el racismo se vive de otras formas. Los grupos que supuestamente son para estudiantes rezagados, curiosamente son de niñas y niños negros. En los nacimientos de Navidad, las vírgenes siempre eran blancas, rubias y de ojos claros. A la hora de escoger estudiantes para tareas o grupos especiales, contaba más la blancura de la familia que el talento de les estudiantes. Yo lo vi y lo viví. A pesar de que tuve una madre que hizo todo por protegerme y apoyarme y un padre que hizo todo por demostrar que ser negro es también ser buen maestro, buen vecino, buen líder, buen hombre. 


El otro día vi un documental sobre la migración de corsos a Puerto Rico. Blancos y blancas. Claro. Y hablaron del siglo XIX, pre abolición de la esclavitud, pero nadie mencionó cómo sus ancestros se hicieron ricos- y le heredaron esa riqueza- con la mano de obra esclava del Puerto Rico de entonces. Bellas las casas que aún tienen en zonas cafetaleras de Puerto Rico y hasta en su país de origen, al que regresan algunas y dicen que se sienten en casa.


Y luego miro con el corazón roto al joven que me pide en la luz (triste, triste, triste) y que no es él mismo porque la violencia del sistema le ha robado la energía vital y tras de eso le culpa.


Y miro con ganas de abrazar (a pesar del COVID19) a la gente bella de Miraflores que amo tanto. Siempre me pregunto, con una mezcla de alivio y asombro, cómo son capaces de reír y de andar felices en un mundo que se empeña en decirles que no pertenecen o no merecen. Me dan lecciones de esperanza todos los días.


Miro con admiración ya agradecimiento a la gente que lucha y que se sienta conmigo en algunas mesas de trabajo (no a todas las mesas han logrado llegar) trayendo consigo las agendas del residencial, la barriada o las parcelas...


Y veo su negritud, pero también esa belleza y fuerza que nace de ellas y de sus ancestras-os. Esa fuerza que les permitió llegar al 2020 a pesar de que se hizo todo para aniquilarles el espíritu y el cuerpo. Se nos trató y se nos trata de aniquilar todavía. 


Y por eso lucho. Porque no me da la gana de dejar que el mundo siga marcando con otro carimbo más a las generaciones de ahora y las futuras. 


Hay muchas formas de ser antirracista. Pero en todas ellas tiene que haber conciencia, empatía, reconocimiento de privilegios, amor al prójimo y compromiso con la equidad.


No hay luchas que valgan la pena que puedan llevarse a medias. Pero ¡ojo!, deconstruir el racismo nos obliga a hablar también de esperanza, de presente y de futuro y a construir una base de poder inclusiva.


Amo para contarrestar la historia de racismo que nos marca pero que no nos determina. Luchemos.

Las últimas de la fila

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