24.8.07

Lo que cuesta la dignidad

Voces, El Nuevo Día
24 de agosto de 2007
Hace varios días que se escuchan en la prensa los angustiados llamados de los hoteleros y de la Compañía de Turismo para que los grupos pacifistas y antimilitaristas reconsideren sus intenciones de protestar ante la convención de la Asociación de la Guardia Nacional de Estados Unidos que se celebra en Puerto Rico este fin de semana. Alegan que esta convención traerá millones de dólares a la Isla y aseguran que las protestas no serán positivas para nuestra imagen.
Ante esto tengo que admitir que he sentido indignación pero no con los pacifistas, sino con los hoteleros y con el propio gobierno de Puerto Rico. ¿De qué nos están hablando estas personas? Si los alegados millones de dólares en ingresos a la Isla convencen al pueblo, a mí me hacen preguntarme: ¿Cuántos de esos millones se quedan en Puerto Rico y cuántos van a parar a las cuentas bancarias de los extranjeros dueños de las cadenas de hoteles? Y más allá de los millones, la pregunta más importante es la siguiente: ¿Cuánto cuesta la dignidad de un pueblo? ¿Cuánto cuesta la vida de los millones de seres humanos que mueren cada año como consecuencia de conflictos bélicos?
Definitivamente, la imagen de un país se hace más seria, más digna y más atrayente cuando en el mismo su ciudadanía defiende el valor de la vida y de la paz por encima del valor del dinero. Tratar de decirnos a través de la prensa que debemos callar ante actividades que promueven y entronizan una cultura de guerra a cambio de las migajas económicas que a corto plazo dejarán esas actividades en la Isla, es decirnos que la vida de los seres humanos tiene un precio muy bajo y que nuestros principios está a la venta y a precios de quemazón.
Contrario al llamado hecho por los representantes de la industria turística para desalentar las manifestaciones de este fin de semana en contra de la guerra, el llamado que debe prevalecer es el llamado a la expresión firme, contundente y pacífica a favor de la Vida y la Paz para todas y todos los seres humanos del planeta.

16.8.07

Reivindicar el derecho a la vida

Publicado en Voces, El Nuevo Día
16 de agosto de 2007

¿Qué siente un ser humano en una situación en la cual es despojado de todo control sobre su cuerpo y su vida mediante la utilización de la violencia? ¿Cuánta angustia? ¿Cuánta ira o frustración? ¿Cuánto miedo? ¿Qué siente quien lo presencia? ¿Cómo se sobrepone la familia y la comunidad? Estoy segura de que el vídeo que puso en evidencia los actos de brutalidad policíaca que privaron de la vida a Miguel A. Cáceres consternaron al país entero. No es posible ver el vídeo sin angustiarse. Pero ante esa sensación de angustia, el paso siguiente debe ser de denuncia y de acción.

Los activistas de derechos humanos y las personas de las comunidades llevan tiempo denunciando situaciones como ésta. Las han denunciado y todo se ha quedado en una nota secundaria en la prensa local y un recóndito lugar en la memoria colectiva. Esto, junto a un manto de impunidad, parece ser el mejor incentivo para que la uniformada perpetúe una cultura de terror y violencia en una sociedad que ya está saturada de pobreza, de desesperanza y de la propia violencia.

Ya es hora de que toda ciudadana y ciudadano preste atención a las denuncias de brutalidad policíaca que hacen las comunidades y las organizaciones de derechos humanos. Si esas denuncias son recibidas por el público con indiferencia tendremos que seguir sufriendo la violencia del estado hasta límites insospechados. No podemos caer en la idea común de que estos actos se dan en comunidades pobres o en residenciales públicos y que por eso son menos graves. No podemos hacernos eco de los prejuicios de clase con los cuales se estigmatizan las comunidades pobres como si fueran criminales y validar con nuestro silencio la falta de justicia y de respeto a la vida y a la dignidad de todo ser humano.

Ante los hechos de esta semana, la acción ciudadana debe darse como un reclamo al sistema, porque ese “sistema” nos pertenece y nos tiene que responder. Y debe darse desde una comprensión clara de que no hay nada que justifique el uso desmedido de fuerza hacia un ser humano o tomar su vida. Tampoco hay nada que justifique la indiferencia. Ni la indiferencia ni el olvido. Preparémonos para actuar y hagámoslo.

Las últimas de la fila

 No recuerdo que alguien me haya dicho de niña que debía ser la última en comer. Pero lo aprendí. De adulta, al cocinar o comprar comida par...