31.5.06

365 días

Hombre, blanco, norteamericano, heterosexual, rico. ¿Qué día del año se conmemoran las luchas, logros y reivindicaciones de derechos de este grupo? No hacen falta días conmemorativos o marchas de concienciación para redimir los derechos de quienes están ya, por puro azar genético o socio-político en la cima del mundo. Sin embargo, sí tenemos que conmemorar, a veces con mucho dolor y con mucho esfuerzo, el día de las mujeres trabajadoras, el día de la abolición de la esclavitud, el día de los trabajadores y hasta el día de orgullo gay. ¿Qué tienen en común todas esas conmemoraciones y manifestaciones? Tienen en común el hecho de que existen por la necesidad de estas minorías de reafirmar su existencia y su derecho a vivir una vida justa, de equidad y de paz.

Pero, ¿son minorías realmente las mujeres, los negros, los trabajadores y los homosexuales? Sólo lo son en términos de apreciación pública, en términos del reconocimiento que el resto de la sociedad otorga a sus existencias, a su capacidad de desarrollo y a sus derechos humanos. Se les considera minorías porque se salen de la reglita del “hombre, blanco, norteamericano, heterosexual y rico”. Sin embargo, hay que decir alto y claro que en este país latinoamericano, mulato y tercermundista casi el 100% de la población cualifica para estar clasificada en al menos en una de estas minorías…
De todas ellas, y de otras minorías que no estoy mencionando en esta columna, la que es más atacada, más estigmatizada y aún más odiada, es de la de los homosexuales y todo el resto de la comunidad lésbica, bisexual y transexual. Irónicamente, si se pertenece a este sector de nuestra sociedad de nada vale tener los demás santos y señas de la mayoría blanca ya mencionada.
Cada mes de junio en Puerto Rico se celebra la parada “Orgullo gay”. Ese día, como siempre, la prensa cubrirá la manifestación, entrevistará marchantes y espectadores y comentará cómo ese día en específico, nuestras avenidas se ven inundadas de personas de diversas orientaciones sexuales. Esa misma prensa comentará cómo se abrazan y besan, se toman de la mano para marchar y cómo tratan de que el país entienda que el amor nunca es malo y que los seres humanos tienen la capacidad infinita de crear un mundo de justicia para todas y todos. Ese día, muchos y muchas marchantes de la comunidad LGBT llegarán a sus casas y se preguntarán, como se preguntarán muchos otros que no marcharon, por qué no pueden abrazar y besar a sus parejas en público el resto de los 365 días del año. Se mirarán en el espejo y se dirán con asombro que realmente no se sienten criminales ni seres que ameriten permanecer escondidos de la luz del dios en el que cada cual cree. Mirarán con amor a su compañera o compañero y no podrán evitar sentir una mezcla de desasosiego y de coraje ante la certeza de que en el estado actual de nuestras leyes no existe la posibilidad de vivir su amor desde una unión legal que les garantice la protección de la cual gozan las parejas casadas de heterosexuales.
Un día, de los 365 que tiene el año, no es suficiente para quienes son seres humanos todos los días y no sólo uno. Un día para vivir el amor en libertad no es suficiente para quien ama y vive desde ese amor cada momento de su vida y cada uno de sus actos. Para ser libres, respetados y respetadas, validados como seres humanos y humanas no hay limitación que se justifique y que pueda avasallar la ingente capacidad evolutiva de nuestra raza humana. La justicia y la equidad nos esperan al final del camino. La marcha es para los 365 días del año y uno más.

10.5.06

Mi cuerpo es el rehén...

Mi cuerpo es el rehén de las costumbres heredadas, de las maternidades asumidas como única opción, de la heterosexualidad y de toda una secuela de premisas que a veces ni notamos porque las damos por sentadas y les adjudicamos categoría de verdad. Es el rehén que utilizan “otros” para decirme, y decirle a otras mujeres, cómo amar, cómo pensar, cómo vivir y soñar, como si el sexo que nos tocó por mera casualidad biológica fuera una fuerza determinante que rodea nuestras mentes y espíritus para limitarlos.
Mi cuerpo es el rehén. Lo sé desde hace años y me sorprende que otras personas no lo noten. Más aún me sorprende ver a otras mujeres que conocen la insatisfacción diaria por los sueños abandonados, el agobio de maternidades no deseadas, la soledad de los sacrificios “familiares” y los cercos que les hacen los sí y no sociales y que, sin embargo, se niegan a ver su categoría de rehén de los fundamentalismos, de los roles estereotipados, de los prejuicios por su género.
Como rehenes, se supone que sigamos instrucciones so pena de sufrir las consecuencias. Como rehenes debemos callarnos y no hacer ruido para evitar que nos descubran al lado del que nos retiene. Debemos suprimir nuestro miedo para no perder el control y hacer cualquier cosa “emocional”. Debemos camuflajearnos en la masa de rehenes para que nuestra creatividad se mantenga a raya y no rete la autoridad con ideas descabelladas como la de la equidad ante los demás seres humanos.
Ser rehén y no darse cuenta de ello es estar en un estado de sumisión involuntaria que consume toda nuestra capacidad de crecimiento individual y común. No se crece, no se progresa y no se vive desde la entrega al control ajeno. No se alcanza justicia, no se protege a los nuestros, no se aspira a la paz cuando dejamos pasar un nuevo día tapándonos los ojos, los oídos y las bocas para evitar las represalias.
Nuestro instinto de conservación seguramente nos envía a menudo las señales de alerta. Nuestra responsabilidad es sentirlas e interpretarlas para actuar. La búsqueda de la libertad es parte de las grandes luchas de la raza humana y las mujeres no estamos al margen de ello.
Mi cuerpo, como rehén de la historia, sabe que llamar la atención de los captores es exponerse a que lancen sus piedras de odio, prejuicios y egoísmos. Ese mismo cuerpo también sabe que el espíritu que lo guía no está dispuesto a negociar más. Para negociar de verdad hace falta la equidad. Para negociar de verdad, debe haber libertad para pensar, desarrollarnos, crecer, amar y decidir.
¿Qué han hecho otras rehenes? Hace décadas que otras mujeres se levantaron y exigieron su liberación. Hoy hay una nueva generación que tiene el deber de liberarse a sí misma y pedir a las demás que actúen de conformidad con lo que debe ser una realidad que rebase los paradigmas históricos que empujaron nuestras luchas a los rincones de las causas prohibidas. Nuestra salud reproductiva y sexual, nuestro derecho a practicarnos un aborto y a vivir en paz independientemente de nuestra orientación sexual o condición social son derechos humanos que se unen a los derechos económicos que no podemos permitir que se vean como meras tonterías secundarias ante el estado actual del país. No podemos desenfocarnos ni permitir que los demás lo hagan.
En un momento como el que vive Puerto Rico, el trabajo honesto para restablecer un país que alberga a millones de seres humanos no puede estar en manos de quienes ya han demostrado estar por debajo de nuestras expectativas. Tampoco podemos permitirnos el que la discusión se limite a lo que nuestros captores estiman importante y continúe dejándose al margen lo que todas y todos sabemos. No hay país que sobreviva la falta de equidad, la falta de respeto por la vida y la falta de conciencia ética ante lo que representa la figura humana independientemente de su género.

Las últimas de la fila

 No recuerdo que alguien me haya dicho de niña que debía ser la última en comer. Pero lo aprendí. De adulta, al cocinar o comprar comida par...