25.11.17

Mujeres, política y violencia en el 2017


Por ahí hay quien dice que quien paga manda. Y si miramos el mundo político actual junto a las estadísticas económicas de Puerto Rico sabemos que es casi imposible que las mujeres manden hoy o la semana que viene. No sólo somos el grupo con el mayor porcentaje de familias bajo nivel de pobreza, sino que además es evidente que aún con un alto nivel educativo hay elementos que pesan más a la hora de abrir caminos hacia posiciones de poder. Nuestro sexo biológico determina qué expectativas sociales hay en torno a nosotras, qué estereotipos se usan para juzgarnos, qué excusas se usan para agredirnos sexualmente  y qué tan probable es que nuestra pareja nos maltrate o nos asesine. La violencia hacia las mujeres es mucho más que recibir un golpe, es también todo un andamiaje social que nos priva de oportunidades de desarrollo y de derechos humanos básicos.

¿Por qué hablar de política en el escenario post huracán María y un 25 de noviembre? Porque lo necesitamos. Necesitamos aumentar nuestro poder político y llegar a posiciones que cambien el rumbo de un país que necesita reinventarse para ser mejor que antes de María.

Cuando carecemos de derechos humanos básicos, como el derecho al techo, al alimento, a la educación, la salud o el trabajo, nuestra capacidad de acción queda enmarcada en una rutina de supervivencia que rara vez deja espacio para acceder a los espacios públicos y políticos de los países que habitamos. “¿Qué daré de comer a mi familia? ¿Dónde viviremos la semana entrante? ¿Cómo llego a mi trabajo? ¿Qué hacer con mis hijos si las escuelas están cerradas? ¿Cómo logro que alguien al fin diagnostique qué enfermedad tengo? ¿Dónde encuentro un trabajo que pague lo suficiente como para cubrir las necesidades de mi familia?”  Estas son solo algunas de las preguntas que habitan las cabezas de un alto porcentaje de las mujeres de Puerto Rico. Desde septiembre pasado, hay preguntas más difíciles de contestar: “¿Es hora de irme del país? ¿Estoy segura en esta casa? ¿Cuánto agotamiento puedo resistir antes de caer en una depresión?

Aunque las mujeres somos el 50% de la humanidad, nuestra presencia es escasa en los cuerpos políticos, de gobierno y de liderazgo económico del planeta. En promedio, somos no más del 25% de los cuerpos legislativos del planeta. Según UN Women, sólo el 7.1 de los puestos de jefatura de estado electos son ocupados por mujeres. En Puerto Rico, ese porcentaje no supera el 17.5% en la legislatura actual. Sólo 14 de 80 legisladores son mujeres. Si miramos de nuevo y evaluamos cada una de las catorce legisladoras que tenemos actualmente desde una perspectiva de género y a la luz de su historial de trabajo por otras mujeres, tendríamos que concluir que las mujeres en Puerto Rico carecen de representación en la legislatura. Digo esto porque al evaluar la participación de las mujeres en la política y la esfera pública, no basta con mirar su sexo biológico, hay que mirar su compromiso con la equidad y su comprensión sobre lo que es una perspectiva de género.

Cuando hablamos de las mujeres en el campo político, hay dos elementos importantes que chocan entre sí.  Somos un mercado al cual le quieren vender candidatos, partidos y productos relacionados. A la misma vez, se traicionan nuestros derechos y nuestras trayectorias con una facilidad pasmosa. No importa que los movimientos de mujeres tengan en Puerto Rico una larga historia de trabajo político de base, ni que haya una larga lista de lideresas que han defendido y adelantado derechos humanos para las mujeres y otros grupos, a la hora de llamar a la mesa del poder llaman a las sumisas o no llaman a las mujeres. Se pretende mantener el poder político de las mujeres (el que no es tradicional, el que reta, el que abre espacios que parecían vedados para nosotras) al margen de las corrientes tradicionales y sustituirlas por personas que se sirven y sirven a las desigualdades y al machismo. Los partidos políticos tradicionales- y el gobierno como hijo de sus acciones- no quieren bregar con nosotras.

Miremos, entonces, más allá de lo que se ha considerado campo político. Separemos lo político partidista o eleccionario de lo político como ejercicio plural de gobernanza. El feminismo y el activismo LGBT nos han dado unas buenas lecciones porque han sabido trabajar más allá de la política partidista atada a procesos eleccionarios y han trabajado políticamente incidiendo en procesos sociales para adelantar sus propias agendas.  Para horror de los grupos conservadores que detestan ver a las mujeres ganando el espacio que merecen y a las personas LGBT rescatando su humanidad frente al discrimen, ese trabajo ha ido dando sus frutos.

En el caso de las mujeres, llegar a las elecciones del 2016 en Puerto Rico con candidatas y partidos que apoyaron totalmente sus derechos no fue casualidad.  A principios del Siglo XX tuvimos que luchar por el mero derecho al voto. En la década de los 70 tuvimos que trabajar una reforma del Código Civil para que se nos respetara como parte con iguales derechos en el matrimonio. En los 80, logramos que al fin se catalogara como delito la violencia en relaciones de pareja. En los dos mil, el tema de desarrollo económico comenzó a adquirir relevancia en nuestra agenda: desde la pobreza no hay forma de tener equidad. También se está dando relevancia al tema de orientación sexual e identidad de género. Todo ese trabajo fue político y ahora, en esta nueva década, estamos listas para traspasar las fronteras del mundo electoral y de los espacios de poder donde se toman decisiones que afectan no sólo a las mujeres, sino a sus familias y sus comunidades. La premisa totalmente lógica tras de esto es: Si somos el 50% de la población, también debemos ser el 50% de quienes toman las decisiones*.

A pesar de lo anterior, en las elecciones del 2016, solo tuvimos un 20% de candidaturas de mujeres versus el 80% de hombres. En el caso de las comunidades LGBT, no podemos contar aún un alcalde o legislador que se identifique abiertamente con las mismas.  Sin embargo, como en las elecciones pasadas, tuvimos candidatas y candidatos que sí asumieron abiertamente su orientación sexual y eso es un gran avance.

Si miramos bien este panorama y estudiamos las plataformas, propuestas y la historia de los partidos y candidatas/os que compitieron por nuestro voto en estas elecciones, podemos concluir que hubo una oportunidad real de cambiar esos números y alterar la proporción de representación de mujeres y comunidades LGBT en nuestro gobierno. Lamentablemente, prevalecieron las candidaturas de quienes han atentado contra nuestros derechos. En parte, porque cuentan con grandes presupuestos de campaña y se hizo difícil superar los estereotipos de género. Muchas personas siguen pensando que las mujeres somos de las casas y no han asumido la idea de que las mujeres también lideran en espacios públicos. A las mujeres les sigue aplicando en política una doble vara que las pone en desventaja frente a los hombres. En el caso de candidatas LGBT se suma otro reto y es el ataque frontal de grupos anti derechos LGBT.

¿Cuán viable es que las mujeres se sumen a movimientos políticos que desemboquen en cambios de estructura a nivel Legislativo o de gobiernos municipales?  Aun las mujeres que han logrado un nivel educativo superior y tienen empleo, tienen sus dilemas que resolver antes de aspirar a un puesto público. En Puerto Rico carecemos de una estructura de apoyo social o gubernamental que facilite la crianza de nuestros hijos a través de centros de cuido de calidad y accesibles, escuelas con horarios que se atemperen a la realidad de las madres trabajadoras o estructuras familiares en las que sea una realidad la división justa de tareas domésticas.

Hay que estar en un nicho económico y social muy particular para que una mujer pueda decir con tranquilidad que está lista y tiene las condiciones necesarias para dar el salto de lo doméstico a lo comunitario o a lo político. Aún desde ese espacio, que podríamos ver como uno de privilegio, no es fácil superar los obstáculos y la violencia que le perseguirán en el mundo público. Se cuestionará su moral, su inteligencia, su liderato, su temple y hasta su vestimenta.

¿Es el mundo político un espacio de violencia para las mujeres? Definitivamente. No sólo existe violencia en la doble vara que se usa para evaluarnos y que acabo de mencionar. Existe evidencia y se conocen casos en los que las manifestaciones de violencia afectan directamente a mujeres candidatas o que ocupan espacios públicos desde oficinas gubernamentales, movimientos sociales o medios de comunicación. Esto no quiere decir que debamos rendirnos a una realidad que podemos y debemos transformar.

En un conversatorio sobre este tema celebrado por Proyecto Matria en el año 2015, activistas, trabajadoras y estudiantes identificaron algunas de las formas de violencia que sufren las mujeres en los espacios públicos y propusieron acciones concretas para contrarrestar esa violencia. Algunas de ellas ya se han mencionado en esta columna, pero vale la pena destacar cómo los ataques a la reputación, el temor a perder espacios económicos y las amenazas de personas privadas o funcionarios de gobierno representan grandes preocupaciones para toda mujer que desee aspirar a un cargo público en Puerto Rico. Estos temores no son infundados. En los pasados años hemos visto la publicación de fotos privadas de funcionarias públicas, campañas electorales que hacen alusión a la orientación sexual o la moral de candidatas, campañas difamatorias en redes sociales y la persecución de activistas por parte de funcionarias de gobierno que han sido frontalmente señaladas por incompetencia o violaciones de derechos humanos. ¿Cómo enfrentar estos retos que se suman a los que nos ya tenemos en nuestras vidas desde mucho antes de pensar al plano público?

Algunas de las propuestas dadas en el conversatorio de Matria y otras encontradas al investigar sobre el tema nos dan las claves de lo que tal vez deberían ser acciones futuras dirigidas a cambiar para mejorar la situación de las mujeres en el mundo público y político de Puerto Rico. Por ejemplo, utilizar tácticas de reencuadre. ¿A qué nos referimos? A alterar el significado de un hecho o situación cambiando o aclarando su contexto y proponiendo una reinterpretación. Otras propuestas incluyen el trabajar una agenda común de derechos humanos para las mujeres del país e impulsar la misma directamente con las mujeres candidatas para que éstas las asuman más allá de las fronteras de sus partidos y se genere un discurso que fortalezca su presencia en los espacios públicos. También se recomienda tener una estrategia de comunicación que permita el monitoreo continuo de medios y redes sociales para lograr respuestas coordinadas más allá del círculo inmediato de la candidata o de la mujer que ocupa el espacio público. Es importante enviar el mensaje de que no está sola y de que no es una presa fácil para la maquinaria que tratará de ponerla en su sitio y devolverla al ámbito doméstico.

¿25 de noviembre y las violencias que enfrentan las mujeres? Si los derechos humanos son indivisibles e interdependientes, el tema de la violencia de género debe poder abarcar múltiples frentes. El 25 de noviembre nos debe convocar a mirar más allá de la violencia doméstica y la agresión sexual. Después de todo, amabas violencias son derivadas de las desigualdades que nos marcan desde el nacimiento y que se suman a las otras que cargamos por genética o por determinantes sociales. Sin equidad en el mundo económico, educativo y político, estaremos condenadas a repetir cada año el conteo de víctimas sin tener como consuelo números menores a los del año anterior. Una mujer muerta es demasiado. Y aun cuando lleguemos al año de cero muertes, la pregunta que nos debe ocupar es: ¿Ya tenemos equidad? Porque en las estadísticas oficiales nadie cuenta las microagresiones, las lágrimas que se derraman a solas, el miedo a andar de noche solas, las separaciones de familias, la tristeza de saber que merecemos algo más y que no logramos superar las barreras del sistema.


17.11.17

Matria: Una bitácora del trabajo por la paz en tiempos de desastre



A una semana del Día Internacional de No Más Violencia Hacia las Mujeres, hablemos de la paz que se construye con solidaridad como antítesis de una recuperación basada en eslóganes vacíos, capitalismo del desastre y “alternative facts”. Hay un país trabajando fuera de las cámaras y listo para dar pasos concretos a una nueva Matria. De eso se trata esta columna.

La solidaridad construye paz y es el antídoto a la violencia y la pobreza que produce el capitalismo del desastre. Pero para que esa solidaridad construya paz no basta con dar un plato de comida caliente. Tampoco es suficiente llevar cajas de agua a comunidades marginadas. La solidaridad de la que hablo tiene conciencia social, económica y política. Reconoce los patrones de desigualdad que hicieron vulnerables a miles de familias de toda la Isla y como reconoce esos patrones, los combate. Esa solidaridad también es valiente: No acepta limosnas de la gente que por décadas construyó esa desigualdad desde su privilegio, su avaricia y su menosprecio hacia la humanidad ajena.  La solidaridad que construye paz, también es amor y respeto a las diversidades y a la dignidad ajena. Cree en la equidad. No tiene plan de medios ni busca pautas en las noticias con fotos de las víctimas del desastre.

En Matria ya llevamos casi dos meses trabajando para construir paz en nuestro país. Paz y equidad para las mujeres que desde antes del huracán vivían en pobreza y violencia. Paz y equidad para las comunidades LGBTTIQ que sufrían el discrimen. Paz para comunidades abatidas por la falta de trabajo, de servicios esenciales, el analfabetismo, la falta de oportunidades y del discrimen que se enmascara tras cada campaña que les restriega en la cara que “el que quiere puede" y les culpa de todo lo que viven, reforzando las fronteras que les mantienen al margen de una vida plena.

Hemos tenido semanas muy duras. Como casi todo el país. Cada una y uno de nosotros amaneció el 20 de septiembre a un país irreconocible y a la vez terriblemente familiar. Algunas vieron de cerca las inundaciones que arrasaron comunidades, otras y otros atestiguaron pérdidas, otros amanecieron en refugios, todas y todos tuvimos miedo e incertidumbre ante un futuro que nos cambió para siempre.

Justo antes del paso del huracán, nuestro equipo estuvo trabajando para cerciorarnos de que cada participante de Matria estaba en un lugar seguro. Llamamos, texteamos, hicimos planes de seguridad, coordinamos movimiento de participantes, enviamos boletines con instrucciones y sugerencias para que se prepararan, tocamos base para saber cómo se sentían. Recuerdo el trabajo intenso en la oficina. Mientras algunas aseguraban expedientes y equipo, otras y otros hacían las llamadas y preparaban lo necesario para poder trabajar luego del huracán sin energía eléctrica, teléfonos e internet. Sabíamos que eso era una posibilidad grande y no queríamos quedar desconectadas de las mujeres y familias que atendemos.

A horas del paso del huracán, nuestros boletines para las participantes les daban información clara sobre la ruta del mismo y les reiteraban nuestro amor. El último boletín que les enviamos a las 10:30pm del 19 de septiembre terminaba así: “…lo más importante es la vida. Todo lo demás se repone. Las queremos vivas, las queremos seguras. Luego de María, todas las matrias y todos los matrios estaremos para apoyarles en el proceso de recuperación. Recuerden ahorrar baterías y dejarnos saber cómo están luego del paso del huracán. Las queremos y queremos sus familias”. Para muchas de ellas, ese fue su último contacto con gente que les estaba cuidando desde la distancia antes de que llegara María.

El 20 de septiembre amanecimos desconectadas y desconectados. Pero sólo en el mundo tangible. En el mundo de los quereres, cada matria, matrio y participante se sabía de alguna manera parte de un colectivo que no abandonaría a nadie. Recuerdo mi necesidad de dejar saber a las participantes que estábamos ahí. Quería saber de ellas, de sus familias, de sus hijas e hijos. Sin tener que dar instrucciones a nadie, otras compañeras iniciaron de inmediato la búsqueda de participantes mediante las redes celulares que sobrevivieron y que permitieron las primeras comunicaciones. El 21 de septiembre tres de nosotras y nosotros, por separado y sin ponernos de acuerdo, fuimos a Matria a ver qué quedó de nuestro espacio.  Respiramos con alivio al ver una oficina íntegra.

Ese domingo luego del huracán, mi primer viaje fuera de Caguas fue a una emisora radial con dos encomiendas autoimpuestas: alertar a las comunidades y a las mujeres sobre la importancia de cuidarse y de actuar frente a la violencia de género y enviar un primer mensaje de solidaridad a nuestras participantes de toda la Isla. Matria tiene participantes en 15 municipios y el radio parecía ser la mejor opción para llegar a ellas.

Ya el lunes estábamos en Matria limpiando, acomodando, aireando el espacio para recibir a las participantes que llegaran por ayuda. No había agua, electricidad, teléfono o internet en la oficina. Luego de ver el destrozo general, tampoco esperábamos que esos servicios llegaran pronto. Las primeras gestiones y cartas que tramitamos las hice a mano, a la antigua. Incluso las que hubo que enviar a farmacias y médicos exigiendo servicios y medicamentos para participantes.

Esa misma semana empezamos a visitar participantes y las semanas subsiguientes nos llevaron a Mayagüez, Isabela, Ponce, Villalba y otros pueblos en los que teníamos participantes a las que aún no habíamos podido contactar. Los viajes se hacían casi a ciegas porque los teléfonos no funcionaban y no era posible saber a ciencia cierta el estado de las carreteras. Recuerdo como hacíamos malabares para saber por dónde venían las compañeras y compañeros o para informar que ya estábamos de regreso y que todo estaba bien.

Las primeras ayudas que brindamos salieron de los bolsillos y las despensas del personal de Matria. No existían colmados o tiendas a las cuales acudir a comprar alimentos. No había sistema de tarjetas de débito, no había cajeros automáticos, no había gasolina, no había sistema para trámites de salud, no había transporte público y en muchas áreas, ni siquiera había carreteras para transitar. Una tarjeta del PAN era inútil para ellas y para las miles de familias que dependen de esa ayuda para la compra de alimentos. ¿Era posible prepararse para un huracán categoría cuatro o cinco con una tarjeta del PAN? Aún quienes tenían otro tipo de ingreso, solo se prepararon para tres o cuatro días de alimentos y agua. La ingenuidad nos hizo creer que estábamos en otro país. En uno menos desigual, con un gobierno preparado para responder al desastre, con una infraestructura capaz de aguantar los vientos y el agua que nos arrasaron en cuestión de horas.

Una fundación nos brindó el primer espacio para comenzar la coordinación de servicios y de recolección de ayudas. Otra fundación nos dio el primer donativo para hacer compra de alimentos y agua a gran escala. Nuestro primer llamado de auxilio el 26 de septiembre a través de redes sociales fue sencillo: “Debido al paso del Huracán María por la isla, nuestras participantes enfrentan días y semanas difíciles”.  La respuesta comunitaria e internacional comenzó de inmediato y aún no se detiene. Nuestras alianzas locales nos abrieron caminos, nos brindaron espacios de trabajo y nos conectaron con posibilidades de ayuda que luego compartimos con otras. Aprendimos a comprar al por mayor, a encontrar la forma de hacernos con lo necesario para las comunidades y empacar unas compras que, sin humildad lo digo, nos elogiaron como las mejores que se recibían en esos campos... Bueno, la verdad, nuestras compras eran las primeras pero eran difíciles de superar a pesar de que dejamos de ponerles salchichas para que fueran nutritivas y saludables.

Un llamado de ayuda desde Matria nunca podía ser un llamado pensado desde el asistencialismo o desde la filantropía que se conforma con remediar lo inmediato. Tampoco podía ser un llamado ciego a las necesidades del resto del país. Después de todo, las medidas de austeridad de los gobiernos en los pasados años y la imposición de una Junta de Control Fiscal sobre Puerto Rico ya habían hecho mella en mucho más que las mujeres y la gente que vivía en pobreza. María devastó un país que ya estaba destruido por el desempleo, las ejecuciones hipotecarias, la falta de servicios médicos y el cierre de escuelas públicas. ¿Cómo ignorar esa realidad? Nuestros esfuerzos de ayuda inmediata se extendieron, entonces, a familias y comunidades más allá de las participantes de Matria.

Los donativos recibidos nos permitieron llegar a cada casa de nuestras participantes en 15 pueblos de Puerto Rico, a familias de Comerío, Orocovis, Utuado, Morovis y Cayey, y a familias del casco urbano de Caguas. Distribuimos agua, comida, linternas, filtros, artículos de primera necesidad y hasta donativos en efectivo que nos confiaron desde un donante de afuera. La mayor parte de las familias estaban recibiendo ayuda por primera vez. La mayoría perdió su techo. Todas necesitaban hablar y sentir que se les escuchaba y se les quería. Esas familias necesitaban saber que no eran un número, un trámite apresurado o el objeto de una limosna en proceso de convertirse en un ítem de mercadeo. Nuestra ayuda incluyó empatía y la comprensión de cómo ser pobre es mucho más complejo que simplemente carecer de dinero. También incluyó abrazos, besos, risas y algunos llantos.

Las matrias y matrios, así como las personas que nos han apoyado con su trabajo voluntario, hemos sido testigos del hambre, de esa palidez que tiene la gente cuando apenas ha comido en días. También hemos visto el miedo a perder la vida o a que la pierda una hija porque le han negado medicamentos. Hemos visto hombres llorar de frustración por la pérdida de sus hogares. Hemos visto niñas y niños que acompañan a sus madres sin entender que su futuro pende de un hilo que sólo la solidaridad puede evitar que se parta de manera definitiva. Hemos visto la soledad de la vejez y los abandonos a la gente del campo. Las opresiones no son un asunto teórico. Son la realidad de gran parte del país aunque cada cual las viva pensando que es algo individual.

Podríamos hacer una bitácora detallada de anécdotas. Historias del caminar y también historias personales. Tal vez la hagamos más adelante. Esta noche estoy agotada de trabajar en un mar de dificultades que nos obligan a una carrera de obstáculos diaria. En Matria seguimos sin energía eléctrica y aunque nos donaron una planta eléctrica con la cual encendemos abanicos y computadoras, el calor y el ruido convierten nuestra oficina en un espacio en el que reina el caos. Nuestras oficinas son ahora centros de acopio. El internet no ha funcionado y no han venido a repararlo. Nuestros celulares no tienen señal dentro de la oficina. Cada gestión telefónica, cada correo electrónico, cada documento que requiere impresión y cada intervención con participantes es todo un reto. Suerte que nos salvan las risas cuando el cansancio nos pone de mal humor o cuando sentimos que ya no queremos seguir en esta carrera contra la catástrofe cotidiana del país. Suerte que nos reconocemos en la alegría que compartimos cada vez que una participante alcanza una nueva meta o nos comparte su propia alegría. Suerte que celebramos los nacimientos, los cumpleaños, la electricidad que llega, se va y vuelve, la comida que compartimos y las rutas con final feliz en las carreteras. Suerte que hay gente que nos ama y nos acompaña. También nos apoya y sueña junto a nosotras. Suerte que la abundancia de otros corazones nos permite hacer nuestro trabajo.


Suerte que sabemos que el amor es el motor de esa solidaridad que construye paz, justicia y equidad en tiempos de desastre.

Las últimas de la fila

 No recuerdo que alguien me haya dicho de niña que debía ser la última en comer. Pero lo aprendí. De adulta, al cocinar o comprar comida par...