11.5.13

Mami, estoy enamorada de una mujer


 El día que le dije a mi mamá que estaba enamorada de una mujer, lanzó un alarido terrible, largo y desgarrador.  Fue como si alguien le hubiera dicho que su hija murió… y en cierta medida creo que algo así ocurrió.  Algo de mí se murió y algo de ella también.  Ella nunca aceptó mi relación y ese amor que llenó mi vida por tantos años sigue siendo desconocido para ella.  No supo de mis alegrías, de mis celebraciones junto a mi nueva familia, tampoco de mis tiempos difíciles y creo que aún se pregunta si estoy separada.  Imagino que lo intuye desde la distancia de nuestros silencios.  De mí, y de la que fue mi compañera de vida, poco se habló y ya en este momento no hay por qué hacerlo.  Ya no hace falta hablar de eso ni de otras cosas de mi vida porque en el proceso aprendí a llorar, reír, celebrar y pasar los duelos por cuenta propia.

A veces lloro a mi madre.  A la que se murió el día en que supo que su hija no es heterosexual.  Lloro esa distancia y su soledad.  De la misma manera en que ella intuirá qué tal va mi vida, yo intuyo cómo va la de ella.  Hablamos de cosas triviales, de gente que se murió en el pueblo, de algún nuevo libro, de alguna planta, de papi o de mis hermanos, de mis hijos e hija.  Pero no hay forma de hablar de lo profundo y de los sentimientos porque eso nos lleva al campo de su homofobia y al de mi corazón que en esos momentos no sabe de teorías del perdón y de empatía y que se destruye un poco en cada uno de esos choques por más que yo trate de entender y amar por encima de sus prejuicios.  No caben ambas cosas en una misma conversación sin que haya nuevas muertes que lamentar.

Este drama personal no es suficiente para nublar la mente crítica que mi propia madre se encargó de desarrollar en su única hija.  Todavía me río a solas cuando recuerdo las innumerables veces en las que ella misma me motivó a pensar, a ser líder, a abrir camino,  a sobresalir y a retar… creo que no se dio cuenta de que estaba criando su propio monstruo personal.  Y es desde esa misma mente crítica formada a su sombra y desde sus contradicciones que yo misma me he acercado al tema de la maternidad.

No me cabe duda de que todo el rollo de la maternidad es una construcción convenientemente inventada para favorecer estructuras económicas y sociales que necesitan a las mujeres para criar obreros, capital y opresión.  El instinto materno, el “amor de madre” y su espejo “el amor de hija o hijo”, no son tan naturales como mucha gente cree.  Su inserción en la mente colectiva nos convierte como mujeres en el personaje secundario de nuestras vidas.  Algunas sólo lograrán algo de protagonismo en la infancia, esa etapa en la cual otro personaje secundario, su “madre”, está obligada a vivir en función de las necesidades de la “niña” y “madre por ser”.

En nuestra casa, siempre me dijeron que era la reina.  En mi niñez nunca me pregunté qué sería, entonces, mi mamá.  Evidentemente era mi sol, mis ojos, mi corazón.  Pero, ¿qué era en realidad? ¿En su vida?  Una mujer que me enseñó a leer desde los tres años y que siendo maestra de profesión asumió cabalmente la idea de que tenía que ser excelente como maestra-madre en la escuela y como madre-maestra en nuestra casa.  Nunca me pregunté qué estaba sacrificando para cumplir con ambos roles.  No me extrañó jamás la ausencia de la mujer, di por sentado que renunciar a ropa, placeres, estudios y amigas era natural para ella, la madre, mi sol privado, mis ojos para ver el mundo.   

Mis hermanos y yo creíamos a ciegas todos los eslóganes del día de las madres.  Entre ellos, nos creíamos particularmente el que dice que “como el amor de una madre, ninguno”.  ¿Cuánta de esa propaganda se nos ancla en el espíritu?  Tal vez demasiada.  Por eso el rechazo de una madre tiene un efecto devastador en algunos seres humanos.  No porque ese amor sea natural o instintivo, sino porque nos han hecho creer que dependemos de él para existir, para validarnos y para ser felices.  Imagínate pensar que si tu madre no te ama incondicionalmente jamás otra persona será capaz de amarte y aceptarte como eres. Imagina tener esas expectativas de alguien que es tan humana como cualquiera y que probablemente está aterrorizada ante las renuncias que se le exigen y el papel que se le asignó sin que ella lo pidiera.  Ponte en los zapatos de una madre e imagina ahora tener que amar a alguien que choca frontalmente con tus valores o creencias profundas.  Si en tus creencias no se logró colar el respeto a la diversidad, serás incapaz de amar a tu hija o hijo por encima de las diferencias que les separan.

Cuando ya en la adultez una se convierte en madre, ocurre un cambio significativo en nuestra vida que va más allá del simple hecho de que tienes a un ser que depende de ti.  De momento te quitan del rol protagónico, te entregan un baúl para guardar tus sueños y se constituye a tu alrededor un tribunal intangible pero real que juzga todos tus actos.   

No hay manuales para ser madres.  Sin embargo, cuando buscas en Google “citas sobre la madre”, te salen más de 4millones de resultados.  Viendo esas frases, esas creencias y esas expectativas, he tenido que retarme para mantenerme como protagonista de mi vida y amar a mis hijos e hija desde un balance entre lo que necesitan y lo que necesito, lo que les hace felices y lo que me hace feliz, su autorrealización y la mía. Si eres una madre abiertamente no heterosexual, el reto es doble. Siempre te persigue una mirada de sospecha.

Sin estar libre de culpas o de los conflictos que nacen de lo que me sembraron en la cabeza sobre la maternidad, he tratado de hacer lo mejor posible para que mi hija y mis dos hijos crezcan libres de mis cargas y con la capacidad de elegir sus rutas.  A veces he sido una madre destructora… en el buen sentido de la palabra.  Les he destruido creencias patriarcales y clasistas que se les han pegado en la calle como un chicle de esos que pululan por las aceras o expectativas de las que se les crean cuando una mujer kamikaze madre de algún amigo trata de adoptarlos porque les ve con la pena esa de quien cree que son unas pobres víctimas de una madre muy fuerte, o muy profesional o muy egoísta.   He tratado de quitarles del medio las creencias que a mí y mi generación nos marcaron con machismo, homofobia, clasismo, racismo y todos esos “ismos” que nos desigualan como humanidad.  A veces, ellxs me destruyen a mí y me confrontan con una nueva mirada que cambia la mía.  También ha habido ocasiones en las que he vociferado: “¡Esto es un matriarcado y aquí se hace lo que YO diga!”.  Por supuesto, cuando eso pasa siempre se ríen y me amenazan con denunciarme públicamente por mandona.  Ellxs saben que no es cierto y que les respeto lo suficiente como para escucharles.  He sido en última instancia, también una madre que construye seres humanos y se construye como ser humana. 

Pero cerrando esta columna- que podría ser mucho más extensa- regreso al tema de mi madre. Confieso que es posible que me queden cosas por resolver con mami.  Pero tal vez no tantas como alguien pensaría.  No dejo de amarla y reconozco que tiene muchas cosas que me hacen admirarla.  La miro, a veces me enojo con ella, otras me enternezco y siempre lamento sentir que se vio obligada a sacrificarse a sí misma por una maternidad que muy bien pudo vivir de otra forma de haber tenido la oportunidad.  Veo la mujer brillante, trabajadora, creativa y líder que nos crio lo mejor que pudo. No la idealizo y veo su humanidad, así como las consecuencias de sus acciones y creencias.  No la veo en un futuro cercano compartiendo mis luchas pero tampoco necesito que ella lo haga para sentirme segura de mis decisiones.  Basta con la llama del eterno deseo de trascender que me regaló desde pequeña.

Así que el Día de las Madres, es un buen día para mirarlas y ver las mujeres que en realidad son.  Es un buen día para dejar de lado los clichés y liberarlas de esa carga inaguantable del amor que todo lo sacrifica. Liberen sus madres y libérense ustedes.  Es un paso seguro hacia la equidad.

2.5.13

(In)decencia



Columna publicada en El Nuevo Día
2 de mayo de 2013

Hay muchas definiciones para la palabra "decencia". 

Encontré algunas que aluden al recato, la modestia y el respeto a la moral sexual... Y cuando las vi, me pregunté a qué moral se refieren y cómo la definían.  Me lo pregunté porque la palabra moral también está de moda y se usa de manera particular para estigmatizar a personas gays, lésbicas, bisexuales, transexuales y transgénero (LGBTT). Esto a pesar de que la moral, por definición propia, es algo que no se legisla. 

¿La moral no se legisla? No. La moral nace del cuerpo de creencias que un grupo social o personas adoptan como un código que les ayuda a diferenciar el bien y el mal. Lamentablemente, y que se rasguen las vestiduras algunas personas, la moral tiene áreas grises y muy subjetivas.  Por eso, hay personas que apelan a la moral y a la decencia para defender su supuesto derecho a discriminar a otros seres humanos. Otras personas, apelamos a un deber moral de actuar para erradicar el discrimen por orientación sexual e identidad de género.  ¿Quién tiene la razón? ¿Quien quiere imponer una moral única para quitar derechos o quien reconoce que la moral individual no se legisla pero el acceso a derechos humanos sí? 

Volvamos al tema de la decencia. Hay otras definiciones de decencia que hacen referencia a la dignidad y la honestidad en los actos y en las palabras. En estos días en el interior de  nuestra Legislatura se debaten los derechos humanos de las personas LGBTT.  Mientras algunos cabilderos visitan la Legislatura con la biblia bajo el brazo, otros seguramente visitan la Fortaleza.  ¿Es digno para un gobernante dejarse manipular por grupos que quieren imponer una sola moral a un país diverso? ¿Se actúa con honestidad cuando se sabe qué es lo correcto para la equidad pero se deja que el miedo decida qué hacer? 

Ahí es donde se ve quiénes son las verdaderas personas decentes en este país. No las que se escudan tras morales relativas, sino las que saben cuál es su deber moral real, el de abrir paso a la equidad, y lo cumplen con valentía. Ni cobardes, ni inmorales, ni indecentes negociantes de los derechos ajenos nos deben representar o gobernar.   

La petición a legisladores y al Gobernador es clara. Actúen con decencia. Actúen para la equidad.

Las últimas de la fila

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