Nací y
crecí en Aibonito. Estudié en escuelas
públicas y en ellas estuve rodeada de una hermosa diversidad de personas. Todavía recuerdo mi escuelita elemental en un
barrio del pueblo. Trepada en pisos de
madera y socos, también tenía un comedor escolar en madera cuyas ventanas
abrían de par en par y a través de las cuales las señoras del comedor nos
vendían limbers de frambuesa en forma de cubos de hielo en un papel de
estraza. No había baños regulares, así
que sé perfectamente lo que es una letrina… y también sé lo que es jugar bajo
la escuela, correr en la lluvia, cortar flores, molestar a los gansos que
vivían en el patio de al lado, pelarme las rodillas y sobre todo reír. Fui muy, muy feliz. Sin embargo, miro hacia atrás con un poco de
tristeza cuando, desde mi mirada de adulta, descubro la pobreza de algunos de
mis compañeros y compañeras de juegos.
Algunos fueron a parar a cárceles, otras han sufrido la violencia de
género, otras triunfaron a pesar de todo… Todas y todos seguramente hicieron lo
mejor que pudieron desde su realidad y desde la realidad que otras personas les
presentaron.
Ahora acaba
de comenzar un nuevo año escolar y los hijos e hijas de mis compañeros de
escuela tal vez estén a punto de regresar a sus escuelas. Tal vez, hasta haya nietas y nietos de
nuestra generación. Personitas que han
heredado la pobreza o riqueza de sus madres y padres y también sus
desigualdades, su negritud, sus rasgos particulares, su estado de desempleo o
de desposeimiento… también su terrible vulnerabilidad y su invisibilidad
social. Yo les veo y me gustaría que
ellos y ellas se miraran y reconocieran sus vulnerabilidades pero también su
poder.
Creo que si
cada persona de nuestra Isla se mirara de verdad y superara los espejos
sociales que les distorsionan como seres humanos, probablemente nuestra
democracia y nuestro país serían muy distintos.
También creo que nos llegó la hora de mirar más allá del cerco de
espejos que nos hemos hecho con Facebook, clubes sociales, urbanizaciones
cerradas, colegios privados, iglesias cerradas, afanes de lucro, cervezas y
pachanga, inciensos y rituales, libros de autoayuda y autocompasión. Cada vez que una persona desprecia a otra por
pobre o por diferente, se desprecia a sí misma.
Cada vez que culpabilizamos a “los otros” del crimen, de la violencia y
de su propia pobreza, nos señalamos a nosotras como las verdaderas culpables de
lo que pasa. Culpables por omisión. Culpables por ignorancia. Culpables por desamor.
Los espejos
que nos aíslan del prójimo también nos roban la posibilidad de fortalecer la
equidad que nace del reconocimiento y del respeto a la diversidad. Es hora de romper los espejos y echar a
caminar hacia las y los demás.
Nota de hoy sobre el referéndum del 19 de
agosto: Limitar el derecho a la fianza
pensando que eso nos protege de los otros es aceptar que somos incapaces de
pensar por nosotras mismas. Con la
propuesta de limitar la fianza y la campaña de odio que le apoya, se está
jugando con el dolor de quienes son víctimas de la desigualdad más que de la
mano de quien tronchó la vida de sus seres queridos. El derecho a la fianza es parte de otro
derecho mayor, el de la presunción de inocencia.
“…Los espejos que nos aíslan del prójimo también nos roban la posibilidad de fortalecer la equidad que nace del reconocimiento y del respeto a la diversidad…” Me quedo con esta síntesis tan sabia y totalmente correcta. Y añado: Cuando reaccionamos tan negativa, muchas veces violentamente, a esas imágenes que nos devuelven nuestros “espejos interiores”, estamos a su vez reaccionando a lo que no aceptamos de nosotros mismos y, como no, a nuestros miedos, ambos alimentados por lo que desconocemos. El educarnos sobre las realidades humanas, esas mismas que se manifiestan en nuestras propias naturalezas ricas y diversas, nos lleva a entenderlas, por tanto a respetarlas, por tanto a intentar superar aquellas que nos limitan o no nos dejan ejercer u ofrecer(nos) lo mejor de lo que somos capaces. Entonces, la dicotomía de ser uno en los demás y viceversa, genera un mecanismo de “mejoramiento continuo” (apoderándonos de términos tecnócratas) que sin querer redunda en el mejoramiento de todos. Rompemos el paradigma de “separar para vencer…ellos” y lo convertimos en otro, el de “unir para vencer… todos”…
ResponderBorrargracias Ama... LiSA