2.8.12

Romper el espejo

Nací y crecí en Aibonito.  Estudié en escuelas públicas y en ellas estuve rodeada de una hermosa diversidad de personas.  Todavía recuerdo mi escuelita elemental en un barrio del pueblo.  Trepada en pisos de madera y socos, también tenía un comedor escolar en madera cuyas ventanas abrían de par en par y a través de las cuales las señoras del comedor nos vendían limbers de frambuesa en forma de cubos de hielo en un papel de estraza.  No había baños regulares, así que sé perfectamente lo que es una letrina… y también sé lo que es jugar bajo la escuela, correr en la lluvia, cortar flores, molestar a los gansos que vivían en el patio de al lado, pelarme las rodillas y sobre todo reír.  Fui muy, muy feliz.  Sin embargo, miro hacia atrás con un poco de tristeza cuando, desde mi mirada de adulta, descubro la pobreza de algunos de mis compañeros y compañeras de juegos.  Algunos fueron a parar a cárceles, otras han sufrido la violencia de género, otras triunfaron a pesar de todo… Todas y todos seguramente hicieron lo mejor que pudieron desde su realidad y desde la realidad que otras personas les presentaron.

Ahora acaba de comenzar un nuevo año escolar y los hijos e hijas de mis compañeros de escuela tal vez estén a punto de regresar a sus escuelas.  Tal vez, hasta haya nietas y nietos de nuestra generación.  Personitas que han heredado la pobreza o riqueza de sus madres y padres y también sus desigualdades, su negritud, sus rasgos particulares, su estado de desempleo o de desposeimiento… también su terrible vulnerabilidad y su invisibilidad social.  Yo les veo y me gustaría que ellos y ellas se miraran y reconocieran sus vulnerabilidades pero también su poder. 

Creo que si cada persona de nuestra Isla se mirara de verdad y superara los espejos sociales que les distorsionan como seres humanos, probablemente nuestra democracia y nuestro país serían muy distintos.  También creo que nos llegó la hora de mirar más allá del cerco de espejos que nos hemos hecho con Facebook, clubes sociales, urbanizaciones cerradas, colegios privados, iglesias cerradas, afanes de lucro, cervezas y pachanga, inciensos y rituales, libros de autoayuda y autocompasión.  Cada vez que una persona desprecia a otra por pobre o por diferente, se desprecia a sí misma.  Cada vez que culpabilizamos a “los otros” del crimen, de la violencia y de su propia pobreza, nos señalamos a nosotras como las verdaderas culpables de lo que pasa.  Culpables por omisión.  Culpables por ignorancia.  Culpables por desamor.

Los espejos que nos aíslan del prójimo también nos roban la posibilidad de fortalecer la equidad que nace del reconocimiento y del respeto a la diversidad.  Es hora de romper los espejos y echar a caminar hacia las y los demás.

Nota de hoy sobre el referéndum del 19 de agosto:  Limitar el derecho a la fianza pensando que eso nos protege de los otros es aceptar que somos incapaces de pensar por nosotras mismas.  Con la propuesta de limitar la fianza y la campaña de odio que le apoya, se está jugando con el dolor de quienes son víctimas de la desigualdad más que de la mano de quien tronchó la vida de sus seres queridos.  El derecho a la fianza es parte de otro derecho mayor, el de la presunción de inocencia.

1 comentario:

  1. Anónimo2:47 p.m.

    “…Los espejos que nos aíslan del prójimo también nos roban la posibilidad de fortalecer la equidad que nace del reconocimiento y del respeto a la diversidad…” Me quedo con esta síntesis tan sabia y totalmente correcta. Y añado: Cuando reaccionamos tan negativa, muchas veces violentamente, a esas imágenes que nos devuelven nuestros “espejos interiores”, estamos a su vez reaccionando a lo que no aceptamos de nosotros mismos y, como no, a nuestros miedos, ambos alimentados por lo que desconocemos. El educarnos sobre las realidades humanas, esas mismas que se manifiestan en nuestras propias naturalezas ricas y diversas, nos lleva a entenderlas, por tanto a respetarlas, por tanto a intentar superar aquellas que nos limitan o no nos dejan ejercer u ofrecer(nos) lo mejor de lo que somos capaces. Entonces, la dicotomía de ser uno en los demás y viceversa, genera un mecanismo de “mejoramiento continuo” (apoderándonos de términos tecnócratas) que sin querer redunda en el mejoramiento de todos. Rompemos el paradigma de “separar para vencer…ellos” y lo convertimos en otro, el de “unir para vencer… todos”…

    gracias Ama... LiSA

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