Ayer el día fue de preparativos y vuelos. Hoy es un día de descubrimientos y de miradas desde ultramar. Estar fuera de Puerto Rico me puede provocar ganas de escapar. Escapar de la guerra a la que está sometido nuestro pueblo por parte del gobierno, escapar de la persecución a la que a veces nos somete nuestra propia conciencia recordándonos que no es posible la felicidad individual sin la colectiva, escapar de las noticias sobre pobreza y violencia, escapar del oportunismo político que se nos ríe en la cara, escapar de ese eterno estado de alerta en el que irremediablemente caemos cuando sabemos que detrás de cada acción gubernamental hay una intención de reprimir y controlar (en especial a la disidencia)... Escapar de las renuncias...
Luego, miro el resto del planeta y me reconozco parte de él y sé que no hay escapatoria. No es posible escapar del amor a un país y a su gente como tampoco es posible escapar del amor a la humanidad. Puerto Rico sufre, pero también sufre Haití, sufre República Dominicana, sufren tantas otras naciones y sus habitantes, humanos con los mismos derechos que yo y probablemente con las mismas ganas de encontrar a dónde escapar.
Miro la historia y me pregunto si realmente es posible que como humanidad lleguemos a un estado de equidad en el cual ya no querramos escapar. ¿Será posible? ¿Será realista? Y así de momento, casi casi podría echarme a llorar de cansancio.
Sin embargo, esas ganas de escapar siempre desaparecen como desaparecen las ganas de llorar y el cansancio. Desaparecen porque no es posible que el espíritu humano se resigne a la pérdida de la felicidad, a renunciar la libertad, a vivir en el mundo que queremos y no en el que nos imponen. Miro las vueltas y espirales de la historia y me animo cuando veo los saltos que nos han permitido avanzar como raza humana. Veo los logros que han salvado la vida de otros seres humanos y que nos han dado derechos que parecían imposibles... Y ahí, en una de esas vueltas me veo y veo a quienes están en pie de lucha a pesar de las persecuciones, del costo personal, de las renuncias y de los dolores... Y me siento privilegiada... Y me doy cuenta de que no tengo nada de qué escapar... Muy al contrario, tengo un futuro hacia el cual caminar de la mano de todo el país.
Cuando las mujeres nos negamos a asumir el rol de princesas desvalidas que nos asigna la sociedad, inmediatamente nos convertimos en brujas y rebeldes. Pero, después de todo, ¿es tan malo ser una bruja rebelde? Reafirmar nuestra identidad, reclamar espacios para la equidad es cosa de todas... de brujas y ex-princesas.
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