Ayer, una
niña de 14 años llamada Malala recibió un tiro en la cabeza por defender la
educación para las niñas en Pakistán.
¿De dónde provino la bala? De la
furia religiosa que se ampara en dioses para adjudicarse el derecho a pensar,
sentir y decidir por otros seres humanos.
En Pakistán, los Talibanes prohibieron desde el año 2009 la educación
para niñas y en ese momento, con tan
sólo 11 años de edad, Malala denunció la situación a través de un blog.
La historia
de Malala es la historia de muchas otras activistas a través del mundo. De todas las edades, etnias, religiones, orientaciones
e identidades sexuales, son mujeres que transgreden las normas que se nos
imponen por el mero hecho de ser mujeres.
Las defensoras de los derechos humanos de las mujeres siempre están
expuestas a la violencia social, religiosa y gubernamental. A Malala le dispararon en la cabeza mientras
caminaba al salir del colegio. A otras
activistas las violan, las golpean, las desaparecen, las amenazan. Todo eso por el mero hecho de exigir equidad
y de atreverse a soñar con un mundo de oportunidades, de bienestar y de
seguridad para ellas y para las demás.
En Puerto
Rico, no dejamos de tener nuestras Malalas.
Sólo que a veces nos pasan por el lado y no las vemos. Niñas y mujeres que no se resignan a vivir en
desigualdad, a renunciar a la felicidad y a dejarse mandar como si fueran menos
seres humanas que el resto de la sociedad.
Acá también les esperan tiros en la cabeza. Quizás no de una arma de fuego ni con la
estrategia burda de un talibán. Acá las
aíslan, las desprestigian, las persiguen troles en las redes sociales y se les
limitan derechos desde una maquinaria que incluye al estado y a las iglesias
conservadoras. Acá se mofan de ellas,
las mandan a callar y se utiliza el sistema educativo para decirles desde
pequeña cuál es su lugar. Acá tenemos nuestros propios talibanes como Rivera Schatz, Aníbal Heredia y el propio Fortuño.
Espero que
Malala supere la bala y el odio. Espero
que se levante de la cama y pueda tener una vida plena como la que ella y toda
niña se merece.
Espero que
en Puerto Rico nuestras niñas también tengan una vida plena y que superen las
agresiones sexuales, las pocas oportunidades económicas, los embarazos
tempranos y la pobreza. Aunque yo no
sólo espero. Creo en la acción y por eso
actúo. Ojalá todas y todos, aprovechando
el espacio que nos ha tocado vivir, nos decidamos a actuar, como se decidió
Malala a pesar de que eso implicaba arriesgar su vida.
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