No. No voy a hablar de literatura aunque a veces
la política puertorriqueña supera la imaginación de cualquier escritor o
escritora. El tema de Norma Burgos es
casi inevitable y aunque tenía otro tema en agenda, no me queda más remedio que
hablar de ella y sus circunstancias. Es
claro que estamos ante un asunto de género, pero no por las razones que ella ha
tratado de dramatizar sino por otras muy distintas.
En primer
lugar, la senadora Norma Burgos se ha distinguido por el apoyo incondicional a
las políticas públicas del gobierno actual y la legislatura. Apoyar incondicionalmente esas políticas
implica varias cosas. La primera: Que no reconoce la pertinencia de un
análisis con perspectiva de género en la gestión pública o política. La segunda, que apoya las acciones
gubernamentales que nos han restado derechos a las mujeres: aplaudió la
decisión del Supremo que le quitó la protección de la Ley 54 a mujeres en
relaciones extramaritales, votó a favor del nuevo Código Penal que trata de
criminalizar el derecho al aborto y limitar la libertad de expresión, apoyó el
despido de miles de mujeres jefas de familia a través de la Ley 7 y obstruyó la
confirmación de las Procuradoras nominadas para la Procuraduría de las Mujeres
por los grupos de mujeres.
En segundo
lugar, el estilo político de la senadora Burgos dista mucho del estilo de
consenso y de trabajo amplio en el que creemos las mujeres que abogamos por una
sociedad más equitativa. Sus acciones
han estado matizadas por una confrontación constante con quienes piensan distinto
a ella.
Dicho eso,
parece increíble que en este momento esté tratando de apelar al tema de género
como un método de exposición política en un incidente confuso y
lamentable. ¿Apelar a la desigualdad de géneros
alguien que no la reconocía hasta ahora?
Levanta sospechas e indignación. Y
aquí es donde sí hay que hablar de género y de equidad.
Norma
Burgos ha sido víctima del discrimen de género.
Pero no en la bicicletada, sino en su partido. Nunca se me olvida cómo la echaron a un lado
en las elecciones del año 2004 a pesar de que fue la candidata al Senado con el
mayor número de votos. Le entregaron al
presidencia del Senado a otro candidato mediocre y sin carisma: Kenneth McClintock. Ella se calló y acató. No pudo o no supo validar su poder político
ante un partido que era, y sigue siendo, dominado por una visión machista.
Ahora, de
cara a las elecciones del 2012, se dejó empaquetar con una candidatura que no
tenía posibilidad de ganar. ¿Por qué la
aceptó? Parece evidente que luego de
mirar el porvenir que le esperaba en el PNP esa le pareció su mejor
alternativa. ¿Pero es eso verdad? ¿O estaremos ante otro de esos casos en los
que las mujeres son buenas como alfombra para los partidos en su camino al poder
pero no para caminar por sí mismas esa ruta?
Eso es lo que debería consternar a Norma. No la caída ni la increíble historia que ha
tramado en torno al alcalde y que ha sido desmentida por los testigos de
incidente.
La
verdadera caída de Norma no fue de la bicicleta. Norma se cayó del partido y de la vida política. Sabe que en su partido habían escrito hace
años el capítulo de cierre de “el final de Norma” como quieren escribir el de
toda mujer que se atreva a retar el poder y que cometa el error letal de tratar
de hacerlo con las armas que los hombres se inventaron y dominan desde hace
siglos.
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