Existen momentos en los que debemos reconocer cuánto nos avergonzamos de las acciones de otras mujeres. En las pasadas semanas he tenido que ver con mucho pesar cómo algunas mujeres que ostentan cargos públicos, más que actuar para la equidad y para enorgullecer a las demás, han actuado con mezquindad, con falta de amor al país y hasta con odio hacia quienes no piensan o sienten como ellas.
En la Universidad de Puerto Rico, dos mujeres han jugado un rol importante y devastador: Ygrí Rivera y Ana Guadalupe. Como sicarias de un gobierno que menosprecia la justicia y la vida del pueblo, ambas se convirtieron en el brazo que ejecuta las políticas de represión y en la boca que destila odio y desprecio hacia los reclamos del estudiantado. Alimentan los prejuicios en contra de quienes lideran movimientos sociales.
En el ámbito político partidista la lealtad a unos partidos que ya no responden a las necesidades y la realidad puertorriqueña, nubla la capacidad de algunas políticas para actuar con verticalidad ante los retos que enfrentan otras mujeres como víctimas de la violencia machista o la represión del Estado. Mientras en el caso Farinacci hubo mujeres como Sylvia Corujo y Brenda López que dieron la espalda al valor de la justicia, en el PNP otras tantas políticas han decidido ignorar los casos de brutalidad policiaca en contra de otras mujeres y peor aún, algunas como Albita Rivera la justifican y la aprueban.
Tenemos razón para avergonzarnos y para decepcionarnos. Transcurrida la primera década del Siglo XXI, el liderazgo de las mujeres sigue siendo un tema importante. ¡Necesitamos más mujeres en posiciones de liderazgo! ¡Sí! Sin embargo, cuando las afortunadas que llegan a esas posiciones son incapaces de trabajar desde el consenso y los valores éticos de justicia, equidad y paz, se cierra un espacio importante para las demás. Cierran la puerta que se abrió para permitirles ser parte de la historia y unir su nombre a los nombres de quienes les antecedieron sacrificando todo lo que se ha sacrificado para que las mujeres avancen en la historia. Se convierten en sirvientas del machismo y del miedo. Se convierten en la vergüenza de las demás.
Cuando las mujeres nos negamos a asumir el rol de princesas desvalidas que nos asigna la sociedad, inmediatamente nos convertimos en brujas y rebeldes. Pero, después de todo, ¿es tan malo ser una bruja rebelde? Reafirmar nuestra identidad, reclamar espacios para la equidad es cosa de todas... de brujas y ex-princesas.
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