Publicada en Voces de El Nuevo Día
Ya es la hora de revolverse y embestir. Es la hora de pensar como país y no como gente que resuelve lo suyo día a día, viviendo sus propias angustias sin vincularlas a la angustia y al malestar nacional. Es la hora de las alianzas que embistan al sistema y lo corrijan de una vez. Con la fuerza de cada persona canalizada desde un colectivo solidario y honesto, libres del miedo.
El primer paso para lograr una alianza social efectiva que pueda enfrentar los retos del país es dar la espalda a los partidos políticos tradicionales. Ya no hay nada que esperar de ellos, de sus maquinarias, ni de su “disciplina de partido” que justifica el silenciamiento de la disidencia aun cuando ésta tiene la razón.
Ésos son los mismos partidos que con cada nueva elección a la vista tratan de reinventarse, pero sólo en la superficie, porque en su interior siguen siendo los mismos que por más de medio siglo, y con eslóganes distintos, han gobernado para unos pocos y han matado nuestra democracia entronizando un sistema electoral que reduce sus propuestas a 30 segundos de miedo o de promesas vacías.
El segundo paso, es desarrollar nuestra propia agenda. Una agenda de país comprometida con la justicia social, la equidad y la libertad. Parte de ese camino ya se ha adelantado con grupos y sectores sociales que por años han trabajado para reivindicar los derechos humanos de quienes han tenido que sobrevivir excluidos del sistema y al margen de un desarrollo humano pleno. Ahora sólo falta unir esas agendas y conciliar nuestras metas.
El tercer paso es echar a andar con la mirada puesta en las metas que nacerán de nuestra agenda común. Las mismas se merecen ser alimentadas desde la energía del amor al prójimo y las ganas de servir al país.
¿El cuarto paso?
No mirar para atrás. Podríamos convertirnos en estatuas de sal.
Nuestra historia, nuestra nueva historia, debe nacer de las manos honestas, libres y amorosas de un nuevo liderazgo comprometido con la felicidad y la libertad de cada persona de nuestro país.
Cuando las mujeres nos negamos a asumir el rol de princesas desvalidas que nos asigna la sociedad, inmediatamente nos convertimos en brujas y rebeldes. Pero, después de todo, ¿es tan malo ser una bruja rebelde? Reafirmar nuestra identidad, reclamar espacios para la equidad es cosa de todas... de brujas y ex-princesas.
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