A veces lloro a mi madre. A la que se murió el día en que supo que su
hija no es heterosexual. Lloro esa
distancia y su soledad. De la misma
manera en que ella intuirá qué tal va mi vida, yo intuyo cómo va la de
ella. Hablamos de cosas triviales, de
gente que se murió en el pueblo, de algún nuevo libro, de alguna planta, de
papi o de mis hermanos, de mis hijos e hija.
Pero no hay forma de hablar de lo profundo y de los sentimientos porque
eso nos lleva al campo de su homofobia y al de mi corazón que en esos momentos no
sabe de teorías del perdón y de empatía y que se destruye un poco en cada uno
de esos choques por más que yo trate de entender y amar por encima de sus
prejuicios. No caben ambas cosas en una
misma conversación sin que haya nuevas muertes que lamentar.
Este drama personal no es suficiente para
nublar la mente crítica que mi propia madre se encargó de desarrollar en su
única hija. Todavía me río a solas
cuando recuerdo las innumerables veces en las que ella misma me motivó a
pensar, a ser líder, a abrir camino, a
sobresalir y a retar… creo que no se dio cuenta de que estaba criando su propio
monstruo personal. Y es desde esa misma
mente crítica formada a su sombra y desde sus contradicciones que yo misma me
he acercado al tema de la maternidad.
No me cabe duda de que todo el rollo de la
maternidad es una construcción convenientemente inventada para favorecer
estructuras económicas y sociales que necesitan a las mujeres para criar
obreros, capital y opresión. El instinto
materno, el “amor de madre” y su espejo “el amor de hija o hijo”, no son tan
naturales como mucha gente cree. Su
inserción en la mente colectiva nos convierte como mujeres en el personaje
secundario de nuestras vidas. Algunas
sólo lograrán algo de protagonismo en la infancia, esa etapa en la cual otro
personaje secundario, su “madre”, está obligada a vivir en función de las
necesidades de la “niña” y “madre por ser”.
En nuestra casa, siempre me dijeron que era la
reina. En mi niñez nunca me pregunté qué
sería, entonces, mi mamá. Evidentemente
era mi sol, mis ojos, mi corazón. Pero,
¿qué era en realidad? ¿En su vida? Una
mujer que me enseñó a leer desde los tres años y que siendo maestra de
profesión asumió cabalmente la idea de que tenía que ser excelente como
maestra-madre en la escuela y como madre-maestra en nuestra casa. Nunca me pregunté qué estaba sacrificando
para cumplir con ambos roles. No me
extrañó jamás la ausencia de la mujer, di por sentado que renunciar a ropa,
placeres, estudios y amigas era natural para ella, la madre, mi sol privado,
mis ojos para ver el mundo.
Mis hermanos y yo creíamos a ciegas todos los eslóganes
del día de las madres. Entre ellos, nos
creíamos particularmente el que dice que “como el amor de una madre, ninguno”. ¿Cuánta de esa propaganda se nos ancla en el
espíritu? Tal vez demasiada. Por eso el rechazo de una madre tiene un
efecto devastador en algunos seres humanos.
No porque ese amor sea natural o instintivo, sino porque nos han hecho
creer que dependemos de él para existir, para validarnos y para ser
felices. Imagínate pensar que si tu
madre no te ama incondicionalmente jamás otra persona será capaz de amarte y
aceptarte como eres. Imagina tener esas expectativas de alguien que es tan
humana como cualquiera y que probablemente está aterrorizada ante las renuncias
que se le exigen y el papel que se le asignó sin que ella lo pidiera. Ponte en los zapatos de una madre e imagina
ahora tener que amar a alguien que choca frontalmente con tus valores o
creencias profundas. Si en tus creencias
no se logró colar el respeto a la diversidad, serás incapaz de amar a tu hija o
hijo por encima de las diferencias que les separan.
Cuando ya en la adultez una se convierte en
madre, ocurre un cambio significativo en nuestra vida que va más allá del
simple hecho de que tienes a un ser que depende de ti. De momento te quitan del rol protagónico, te
entregan un baúl para guardar tus sueños y se constituye a tu alrededor un
tribunal intangible pero real que juzga todos tus actos.
No hay manuales para ser madres. Sin embargo, cuando buscas en Google “citas
sobre la madre”, te salen más de 4millones de resultados. Viendo esas frases, esas creencias y esas
expectativas, he tenido que retarme para mantenerme como protagonista de mi
vida y amar a mis hijos e hija desde un balance entre lo que necesitan y lo que
necesito, lo que les hace felices y lo que me hace feliz, su autorrealización y
la mía. Si eres una madre abiertamente no heterosexual, el reto es doble. Siempre
te persigue una mirada de sospecha.
Sin estar libre de culpas o de los conflictos que
nacen de lo que me sembraron en la cabeza sobre la maternidad, he tratado de
hacer lo mejor posible para que mi hija y mis dos hijos crezcan libres de mis
cargas y con la capacidad de elegir sus rutas.
A veces he sido una madre destructora… en el buen sentido de la palabra. Les he destruido creencias patriarcales y
clasistas que se les han pegado en la calle como un chicle de esos que pululan
por las aceras o expectativas de las que se les crean cuando una mujer kamikaze
madre de algún amigo trata de adoptarlos porque les ve con la pena esa de quien
cree que son unas pobres víctimas de una madre muy fuerte, o muy profesional o
muy egoísta. He tratado de quitarles del medio las
creencias que a mí y mi generación nos marcaron con machismo, homofobia,
clasismo, racismo y todos esos “ismos” que nos desigualan como humanidad. A veces, ellxs me destruyen a mí y me
confrontan con una nueva mirada que cambia la mía. También ha habido ocasiones en las que he
vociferado: “¡Esto es un matriarcado y aquí se hace lo que YO diga!”. Por supuesto, cuando eso pasa siempre se ríen
y me amenazan con denunciarme públicamente por mandona. Ellxs saben que no es cierto y que les
respeto lo suficiente como para escucharles.
He sido en última instancia, también una madre que construye seres
humanos y se construye como ser humana.
Pero cerrando esta columna- que podría ser
mucho más extensa- regreso al tema de mi madre. Confieso que es posible que me
queden cosas por resolver con mami. Pero
tal vez no tantas como alguien pensaría.
No dejo de amarla y reconozco que tiene muchas cosas que me hacen admirarla. La miro, a veces me enojo con ella, otras me
enternezco y siempre lamento sentir que se vio obligada a sacrificarse a sí
misma por una maternidad que muy bien pudo vivir de otra forma de haber tenido
la oportunidad. Veo la mujer brillante,
trabajadora, creativa y líder que nos crio lo mejor que pudo. No la idealizo y
veo su humanidad, así como las consecuencias de sus acciones y creencias. No la veo en un futuro cercano compartiendo
mis luchas pero tampoco necesito que ella lo haga para sentirme segura de mis
decisiones. Basta con la llama del
eterno deseo de trascender que me regaló desde pequeña.
Así que el Día de las Madres, es un buen día
para mirarlas y ver las mujeres que en realidad son. Es un buen día para dejar de lado los clichés
y liberarlas de esa carga inaguantable del amor que todo lo sacrifica. Liberen
sus madres y libérense ustedes. Es un
paso seguro hacia la equidad.
Hermosa imagen la que abre esta reflexion que me resulta tan familiar... Coincido contigo en que "posiblemente" muchas madres a nuestro alrededor no han podido vivir su ideal "maternal" como lo hubieran deseado, pero igualmente han encarado su maternidad con amor y entereza. Me siento identificada, como me senti cuando vi la escena del film "Rosa Luxemburg" estando Rosa en prision (por n-nesima vez), que esta conversando con su hermana durante una visita y Rosa lamenta que sus opciones de vida le hayan impedido ser "madre" y su hermana le replica que "...a ella le toco ser madre de ideas..." Ciertamente, ser madre es un asunto complejo y multidimensional.
ResponderBorrarTocas un tema que amerita bytes extras de tertulia "rebelde"...
LiSA :)