Por ahí hay quien dice que quien paga manda. Y si miramos el
mundo político actual junto a las estadísticas económicas de Puerto Rico
sabemos que es casi imposible que las mujeres manden hoy o la semana que viene.
No sólo somos el grupo con el mayor porcentaje de familias bajo nivel de
pobreza, sino que además es evidente que aún con un alto nivel educativo hay
elementos que pesan más a la hora de abrir caminos hacia posiciones de poder.
Nuestro sexo biológico determina qué expectativas sociales hay en torno a
nosotras, qué estereotipos se usan para juzgarnos, qué excusas se usan para
agredirnos sexualmente y qué tan
probable es que nuestra pareja nos maltrate o nos asesine. La violencia hacia
las mujeres es mucho más que recibir un golpe, es también todo un andamiaje social
que nos priva de oportunidades de desarrollo y de derechos humanos básicos.
¿Por qué hablar de política en el escenario post huracán María
y un 25 de noviembre? Porque lo necesitamos. Necesitamos aumentar nuestro poder
político y llegar a posiciones que cambien el rumbo de un país que necesita
reinventarse para ser mejor que antes de María.
Cuando carecemos de derechos humanos básicos, como el
derecho al techo, al alimento, a la educación, la salud o el trabajo, nuestra
capacidad de acción queda enmarcada en una rutina de supervivencia que rara vez
deja espacio para acceder a los espacios públicos y políticos de los países que
habitamos. “¿Qué daré de comer a mi familia?
¿Dónde viviremos la semana entrante? ¿Cómo llego a mi trabajo? ¿Qué hacer con
mis hijos si las escuelas están cerradas? ¿Cómo logro que alguien al fin
diagnostique qué enfermedad tengo? ¿Dónde encuentro un trabajo que pague lo
suficiente como para cubrir las necesidades de mi familia?” Estas son solo algunas de las preguntas que
habitan las cabezas de un alto porcentaje de las mujeres de Puerto Rico. Desde
septiembre pasado, hay preguntas más difíciles de contestar: “¿Es hora de irme del país? ¿Estoy segura en
esta casa? ¿Cuánto agotamiento puedo resistir antes de caer en una depresión?”
Aunque las mujeres somos el 50% de la humanidad, nuestra
presencia es escasa en los cuerpos políticos, de gobierno y de liderazgo
económico del planeta. En promedio, somos no más del 25% de los cuerpos
legislativos del planeta. Según UN Women, sólo el 7.1 de los puestos de
jefatura de estado electos son ocupados por mujeres. En Puerto Rico, ese
porcentaje no supera el 17.5% en la legislatura actual. Sólo 14 de 80
legisladores son mujeres. Si miramos de nuevo y evaluamos cada una de las
catorce legisladoras que tenemos actualmente desde una perspectiva de género y
a la luz de su historial de trabajo por otras mujeres, tendríamos que concluir
que las mujeres en Puerto Rico carecen de representación en la legislatura. Digo
esto porque al evaluar la participación de las mujeres en la política y la
esfera pública, no basta con mirar su sexo biológico, hay que mirar su
compromiso con la equidad y su comprensión sobre lo que es una perspectiva de
género.
Cuando hablamos de las mujeres en el campo político, hay dos
elementos importantes que chocan entre sí.
Somos un mercado al cual le quieren vender candidatos, partidos y
productos relacionados. A la misma vez, se traicionan nuestros derechos y
nuestras trayectorias con una facilidad pasmosa. No importa que los movimientos
de mujeres tengan en Puerto Rico una larga historia de trabajo político de
base, ni que haya una larga lista de lideresas que han defendido y adelantado
derechos humanos para las mujeres y otros grupos, a la hora de llamar a la mesa
del poder llaman a las sumisas o no llaman a las mujeres. Se pretende mantener
el poder político de las mujeres (el que no es tradicional, el que reta, el que
abre espacios que parecían vedados para nosotras) al margen de las corrientes
tradicionales y sustituirlas por personas que se sirven y sirven a las
desigualdades y al machismo. Los partidos políticos tradicionales- y el
gobierno como hijo de sus acciones- no quieren bregar con nosotras.
Miremos, entonces, más allá de lo que se ha considerado
campo político. Separemos lo político partidista o eleccionario de lo político
como ejercicio plural de gobernanza. El feminismo y el activismo LGBT nos han
dado unas buenas lecciones porque han sabido trabajar más allá de la política
partidista atada a procesos eleccionarios y han trabajado políticamente
incidiendo en procesos sociales para adelantar sus propias agendas. Para horror de los grupos conservadores que
detestan ver a las mujeres ganando el espacio que merecen y a las personas LGBT
rescatando su humanidad frente al discrimen, ese trabajo ha ido dando sus
frutos.
En el caso de las mujeres, llegar a las elecciones del 2016
en Puerto Rico con candidatas y partidos que apoyaron totalmente sus derechos
no fue casualidad. A principios del
Siglo XX tuvimos que luchar por el mero derecho al voto. En la década de los 70
tuvimos que trabajar una reforma del Código Civil para que se nos respetara
como parte con iguales derechos en el matrimonio. En los 80, logramos que al
fin se catalogara como delito la violencia en relaciones de pareja. En los dos
mil, el tema de desarrollo económico comenzó a adquirir relevancia en nuestra
agenda: desde la pobreza no hay forma de tener equidad. También se está dando
relevancia al tema de orientación sexual e identidad de género. Todo ese
trabajo fue político y ahora, en esta nueva década, estamos listas para
traspasar las fronteras del mundo electoral y de los espacios de poder donde se
toman decisiones que afectan no sólo a las mujeres, sino a sus familias y sus
comunidades. La premisa totalmente lógica tras de esto es: Si somos el 50% de
la población, también debemos ser el 50% de quienes toman las decisiones*.
A pesar de lo anterior, en las elecciones del 2016, solo
tuvimos un 20% de candidaturas de mujeres versus el 80% de hombres. En el caso
de las comunidades LGBT, no podemos contar aún un alcalde o legislador que se
identifique abiertamente con las mismas.
Sin embargo, como en las elecciones pasadas, tuvimos candidatas y
candidatos que sí asumieron abiertamente su orientación sexual y eso es un gran
avance.
Si miramos bien este panorama y estudiamos las plataformas,
propuestas y la historia de los partidos y candidatas/os que compitieron por
nuestro voto en estas elecciones, podemos concluir que hubo una oportunidad
real de cambiar esos números y alterar la proporción de representación de
mujeres y comunidades LGBT en nuestro gobierno. Lamentablemente, prevalecieron las
candidaturas de quienes han atentado contra nuestros derechos. En parte, porque
cuentan con grandes presupuestos de campaña y se hizo difícil superar los
estereotipos de género. Muchas personas siguen pensando que las mujeres somos
de las casas y no han asumido la idea de que las mujeres también lideran en espacios
públicos. A las mujeres les sigue aplicando en política una doble vara que las
pone en desventaja frente a los hombres. En el caso de candidatas LGBT se suma
otro reto y es el ataque frontal de grupos anti derechos LGBT.
¿Cuán viable es que las mujeres se sumen a movimientos
políticos que desemboquen en cambios de estructura a nivel Legislativo o de
gobiernos municipales? Aun las mujeres
que han logrado un nivel educativo superior y tienen empleo, tienen sus dilemas
que resolver antes de aspirar a un puesto público. En Puerto Rico carecemos de
una estructura de apoyo social o gubernamental que facilite la crianza de
nuestros hijos a través de centros de cuido de calidad y accesibles, escuelas
con horarios que se atemperen a la realidad de las madres trabajadoras o
estructuras familiares en las que sea una realidad la división justa de tareas
domésticas.
Hay que estar en un nicho económico y social muy particular
para que una mujer pueda decir con tranquilidad que está lista y tiene las
condiciones necesarias para dar el salto de lo doméstico a lo comunitario o a
lo político. Aún desde ese espacio, que podríamos ver como uno de privilegio,
no es fácil superar los obstáculos y la violencia que le perseguirán en el mundo
público. Se cuestionará su moral, su inteligencia, su liderato, su temple y
hasta su vestimenta.
¿Es el mundo político un espacio de violencia para las
mujeres? Definitivamente. No sólo existe violencia en la doble vara que se usa
para evaluarnos y que acabo de mencionar. Existe evidencia y se conocen casos
en los que las manifestaciones de violencia afectan directamente a mujeres
candidatas o que ocupan espacios públicos desde oficinas gubernamentales,
movimientos sociales o medios de comunicación. Esto no quiere decir que debamos
rendirnos a una realidad que podemos y debemos transformar.
En un conversatorio sobre este tema celebrado por Proyecto
Matria en el año 2015, activistas, trabajadoras y estudiantes identificaron
algunas de las formas de violencia que sufren las mujeres en los espacios
públicos y propusieron acciones concretas para contrarrestar esa violencia.
Algunas de ellas ya se han mencionado en esta columna, pero vale la pena
destacar cómo los ataques a la reputación, el temor a perder espacios
económicos y las amenazas de personas privadas o funcionarios de gobierno
representan grandes preocupaciones para toda mujer que desee aspirar a un cargo
público en Puerto Rico. Estos temores no son infundados. En los pasados años
hemos visto la publicación de fotos privadas de funcionarias públicas, campañas
electorales que hacen alusión a la orientación sexual o la moral de candidatas,
campañas difamatorias en redes sociales y la persecución de activistas por
parte de funcionarias de gobierno que han sido frontalmente señaladas por
incompetencia o violaciones de derechos humanos. ¿Cómo enfrentar estos retos que
se suman a los que nos ya tenemos en nuestras vidas desde mucho antes de pensar
al plano público?
Algunas de las propuestas dadas en el conversatorio de
Matria y otras encontradas al investigar sobre el tema nos dan las claves de lo
que tal vez deberían ser acciones futuras dirigidas a cambiar para mejorar la
situación de las mujeres en el mundo público y político de Puerto Rico. Por
ejemplo, utilizar tácticas de reencuadre. ¿A qué nos referimos? A alterar el
significado de un hecho o situación cambiando o aclarando su contexto y
proponiendo una reinterpretación. Otras propuestas incluyen el trabajar una
agenda común de derechos humanos para las mujeres del país e impulsar la misma
directamente con las mujeres candidatas para que éstas las asuman más allá de
las fronteras de sus partidos y se genere un discurso que fortalezca su
presencia en los espacios públicos. También se recomienda tener una estrategia
de comunicación que permita el monitoreo continuo de medios y redes sociales
para lograr respuestas coordinadas más allá del círculo inmediato de la
candidata o de la mujer que ocupa el espacio público. Es importante enviar el
mensaje de que no está sola y de que no es una presa fácil para la maquinaria
que tratará de ponerla en su sitio y devolverla al ámbito doméstico.
¿25 de noviembre y las violencias que enfrentan las mujeres?
Si los derechos humanos son indivisibles e interdependientes, el tema de la
violencia de género debe poder abarcar múltiples frentes. El 25 de noviembre nos
debe convocar a mirar más allá de la violencia doméstica y la agresión sexual.
Después de todo, amabas violencias son derivadas de las desigualdades que nos
marcan desde el nacimiento y que se suman a las otras que cargamos por genética
o por determinantes sociales. Sin equidad en el mundo económico, educativo y
político, estaremos condenadas a repetir cada año el conteo de víctimas sin
tener como consuelo números menores a los del año anterior. Una mujer muerta es
demasiado. Y aun cuando lleguemos al año de cero muertes, la pregunta que nos
debe ocupar es: ¿Ya tenemos equidad? Porque en las estadísticas oficiales nadie
cuenta las microagresiones, las lágrimas que se derraman a solas, el miedo a
andar de noche solas, las separaciones de familias, la tristeza de saber que
merecemos algo más y que no logramos superar las barreras del sistema.
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