A una semana del Día Internacional de No Más Violencia Hacia las Mujeres,
hablemos de la paz que se construye con solidaridad como antítesis de una
recuperación basada en eslóganes vacíos, capitalismo del desastre y “alternative
facts”. Hay un país trabajando fuera de las cámaras y listo para dar pasos
concretos a una nueva Matria. De eso se trata esta columna.
La solidaridad construye paz y es el antídoto
a la violencia y la pobreza que produce el capitalismo del desastre. Pero para
que esa solidaridad construya paz no basta con dar un plato de comida caliente.
Tampoco es suficiente llevar cajas de agua a comunidades marginadas. La
solidaridad de la que hablo tiene conciencia social, económica y política.
Reconoce los patrones de desigualdad que hicieron vulnerables a miles de
familias de toda la Isla y como reconoce esos patrones, los combate. Esa
solidaridad también es valiente: No acepta limosnas de la gente que por décadas
construyó esa desigualdad desde su privilegio, su avaricia y su menosprecio
hacia la humanidad ajena. La solidaridad
que construye paz, también es amor y respeto a las diversidades y a la dignidad
ajena. Cree en la equidad. No tiene plan de medios ni busca pautas en las
noticias con fotos de las víctimas del desastre.
En Matria ya llevamos casi dos meses
trabajando para construir paz en nuestro país. Paz y equidad para las mujeres
que desde antes del huracán vivían en pobreza y violencia. Paz y equidad para
las comunidades LGBTTIQ que sufrían el discrimen. Paz para comunidades abatidas
por la falta de trabajo, de servicios esenciales, el analfabetismo, la falta de
oportunidades y del discrimen que se enmascara tras cada campaña que les
restriega en la cara que “el que quiere puede" y les culpa de todo lo que
viven, reforzando las fronteras que les mantienen al margen de una vida plena.
Hemos tenido semanas muy duras. Como casi todo
el país. Cada una y uno de nosotros amaneció el 20 de septiembre a un país
irreconocible y a la vez terriblemente familiar. Algunas vieron de cerca las
inundaciones que arrasaron comunidades, otras y otros atestiguaron pérdidas,
otros amanecieron en refugios, todas y todos tuvimos miedo e incertidumbre ante
un futuro que nos cambió para siempre.
Justo antes del paso del huracán, nuestro
equipo estuvo trabajando para cerciorarnos de que cada participante de Matria
estaba en un lugar seguro. Llamamos, texteamos, hicimos planes de seguridad,
coordinamos movimiento de participantes, enviamos boletines con instrucciones y
sugerencias para que se prepararan, tocamos base para saber cómo se sentían.
Recuerdo el trabajo intenso en la oficina. Mientras algunas aseguraban
expedientes y equipo, otras y otros hacían las llamadas y preparaban lo
necesario para poder trabajar luego del huracán sin energía eléctrica,
teléfonos e internet. Sabíamos que eso era una posibilidad grande y no
queríamos quedar desconectadas de las mujeres y familias que atendemos.
A horas del paso del huracán, nuestros
boletines para las participantes les daban información clara sobre la ruta del
mismo y les reiteraban nuestro amor. El último boletín que les enviamos a las
10:30pm del 19 de septiembre terminaba así: “…lo más importante es la vida.
Todo lo demás se repone. Las queremos vivas, las queremos seguras. Luego de
María, todas las matrias y todos los matrios estaremos para apoyarles en el
proceso de recuperación. Recuerden ahorrar baterías y dejarnos saber cómo están
luego del paso del huracán. Las queremos y queremos sus familias”. Para muchas
de ellas, ese fue su último contacto con gente que les estaba cuidando desde la
distancia antes de que llegara María.
El 20 de septiembre amanecimos desconectadas y
desconectados. Pero sólo en el mundo tangible. En el mundo de los quereres,
cada matria, matrio y participante se sabía de alguna manera parte de un colectivo
que no abandonaría a nadie. Recuerdo mi necesidad de dejar saber a las
participantes que estábamos ahí. Quería saber de ellas, de sus familias, de sus
hijas e hijos. Sin tener que dar instrucciones a nadie, otras compañeras
iniciaron de inmediato la búsqueda de participantes mediante las redes
celulares que sobrevivieron y que permitieron las primeras comunicaciones. El
21 de septiembre tres de nosotras y nosotros, por separado y sin ponernos de
acuerdo, fuimos a Matria a ver qué quedó de nuestro espacio. Respiramos con alivio al ver una oficina
íntegra.
Ese domingo luego del huracán, mi primer viaje
fuera de Caguas fue a una emisora radial con dos encomiendas autoimpuestas:
alertar a las comunidades y a las mujeres sobre la importancia de cuidarse y de
actuar frente a la violencia de género y enviar un primer mensaje de
solidaridad a nuestras participantes de toda la Isla. Matria tiene
participantes en 15 municipios y el radio parecía ser la mejor opción para
llegar a ellas.
Ya el lunes estábamos en Matria limpiando,
acomodando, aireando el espacio para recibir a las participantes que llegaran
por ayuda. No había agua, electricidad, teléfono o internet en la oficina.
Luego de ver el destrozo general, tampoco esperábamos que esos servicios
llegaran pronto. Las primeras gestiones y cartas que tramitamos las hice a
mano, a la antigua. Incluso las que hubo que enviar a farmacias y médicos
exigiendo servicios y medicamentos para participantes.
Esa misma semana empezamos a visitar
participantes y las semanas subsiguientes nos llevaron a Mayagüez, Isabela,
Ponce, Villalba y otros pueblos en los que teníamos participantes a las que aún
no habíamos podido contactar. Los viajes se hacían casi a ciegas porque los
teléfonos no funcionaban y no era posible saber a ciencia cierta el estado de
las carreteras. Recuerdo como hacíamos malabares para saber por dónde venían
las compañeras y compañeros o para informar que ya estábamos de regreso y que
todo estaba bien.
Las primeras ayudas que brindamos salieron de
los bolsillos y las despensas del personal de Matria. No existían colmados o
tiendas a las cuales acudir a comprar alimentos. No había sistema de tarjetas
de débito, no había cajeros automáticos, no había gasolina, no había sistema
para trámites de salud, no había transporte público y en muchas áreas, ni
siquiera había carreteras para transitar. Una tarjeta del PAN era inútil para
ellas y para las miles de familias que dependen de esa ayuda para la compra de
alimentos. ¿Era posible prepararse para un huracán categoría cuatro o cinco con
una tarjeta del PAN? Aún quienes tenían otro tipo de ingreso, solo se
prepararon para tres o cuatro días de alimentos y agua. La ingenuidad nos hizo
creer que estábamos en otro país. En uno menos desigual, con un gobierno
preparado para responder al desastre, con una infraestructura capaz de aguantar
los vientos y el agua que nos arrasaron en cuestión de horas.
Una fundación nos brindó el primer espacio
para comenzar la coordinación de servicios y de recolección de ayudas. Otra
fundación nos dio el primer donativo para hacer compra de alimentos y agua a
gran escala. Nuestro primer llamado de auxilio el 26 de septiembre a través de
redes sociales fue sencillo: “Debido al paso del Huracán María por la isla,
nuestras participantes enfrentan días y semanas difíciles”. La respuesta comunitaria e internacional
comenzó de inmediato y aún no se detiene. Nuestras alianzas locales nos
abrieron caminos, nos brindaron espacios de trabajo y nos conectaron con
posibilidades de ayuda que luego compartimos con otras. Aprendimos a comprar al
por mayor, a encontrar la forma de hacernos con lo necesario para las
comunidades y empacar unas compras que, sin humildad lo digo, nos elogiaron
como las mejores que se recibían en esos campos... Bueno, la verdad, nuestras
compras eran las primeras pero eran difíciles de superar a pesar de que dejamos
de ponerles salchichas para que fueran nutritivas y saludables.
Un llamado de ayuda desde Matria nunca podía
ser un llamado pensado desde el asistencialismo o desde la filantropía que se
conforma con remediar lo inmediato. Tampoco podía ser un llamado ciego a las
necesidades del resto del país. Después de todo, las medidas de austeridad de
los gobiernos en los pasados años y la imposición de una Junta de Control Fiscal
sobre Puerto Rico ya habían hecho mella en mucho más que las mujeres y la gente
que vivía en pobreza. María devastó un país que ya estaba destruido por el
desempleo, las ejecuciones hipotecarias, la falta de servicios médicos y el
cierre de escuelas públicas. ¿Cómo ignorar esa realidad? Nuestros esfuerzos de
ayuda inmediata se extendieron, entonces, a familias y comunidades más allá de
las participantes de Matria.
Los donativos recibidos nos permitieron llegar
a cada casa de nuestras participantes en 15 pueblos de Puerto Rico, a familias
de Comerío, Orocovis, Utuado, Morovis y Cayey, y a familias del casco urbano de
Caguas. Distribuimos agua, comida, linternas, filtros, artículos de primera
necesidad y hasta donativos en efectivo que nos confiaron desde un donante de
afuera. La mayor parte de las familias estaban recibiendo ayuda por primera
vez. La mayoría perdió su techo. Todas necesitaban hablar y sentir que se les
escuchaba y se les quería. Esas familias necesitaban saber que no eran un
número, un trámite apresurado o el objeto de una limosna en proceso de
convertirse en un ítem de mercadeo. Nuestra ayuda incluyó empatía y la
comprensión de cómo ser pobre es mucho más complejo que simplemente carecer de
dinero. También incluyó abrazos, besos, risas y algunos llantos.
Las matrias y matrios, así como las personas
que nos han apoyado con su trabajo voluntario, hemos sido testigos del hambre,
de esa palidez que tiene la gente cuando apenas ha comido en días. También
hemos visto el miedo a perder la vida o a que la pierda una hija porque le han
negado medicamentos. Hemos visto hombres llorar de frustración por la pérdida
de sus hogares. Hemos visto niñas y niños que acompañan a sus madres sin
entender que su futuro pende de un hilo que sólo la solidaridad puede evitar
que se parta de manera definitiva. Hemos visto la soledad de la vejez y los
abandonos a la gente del campo. Las opresiones no son un asunto teórico. Son la
realidad de gran parte del país aunque cada cual las viva pensando que es algo
individual.
Podríamos hacer una bitácora detallada de
anécdotas. Historias del caminar y también historias personales. Tal vez la
hagamos más adelante. Esta noche estoy agotada de trabajar en un mar de
dificultades que nos obligan a una carrera de obstáculos diaria. En Matria seguimos
sin energía eléctrica y aunque nos donaron una planta eléctrica con la cual
encendemos abanicos y computadoras, el calor y el ruido convierten nuestra
oficina en un espacio en el que reina el caos. Nuestras oficinas son ahora
centros de acopio. El internet no ha funcionado y no han venido a repararlo.
Nuestros celulares no tienen señal dentro de la oficina. Cada gestión
telefónica, cada correo electrónico, cada documento que requiere impresión y
cada intervención con participantes es todo un reto. Suerte que nos salvan las
risas cuando el cansancio nos pone de mal humor o cuando sentimos que ya no
queremos seguir en esta carrera contra la catástrofe cotidiana del país. Suerte
que nos reconocemos en la alegría que compartimos cada vez que una participante
alcanza una nueva meta o nos comparte su propia alegría. Suerte que celebramos
los nacimientos, los cumpleaños, la electricidad que llega, se va y vuelve, la
comida que compartimos y las rutas con final feliz en las carreteras. Suerte
que hay gente que nos ama y nos acompaña. También nos apoya y sueña junto a
nosotras. Suerte que la abundancia de otros corazones nos permite hacer nuestro
trabajo.
Suerte que sabemos que el amor es el motor de
esa solidaridad que construye paz, justicia y equidad en tiempos de desastre.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario