17.11.17

Matria: Una bitácora del trabajo por la paz en tiempos de desastre



A una semana del Día Internacional de No Más Violencia Hacia las Mujeres, hablemos de la paz que se construye con solidaridad como antítesis de una recuperación basada en eslóganes vacíos, capitalismo del desastre y “alternative facts”. Hay un país trabajando fuera de las cámaras y listo para dar pasos concretos a una nueva Matria. De eso se trata esta columna.

La solidaridad construye paz y es el antídoto a la violencia y la pobreza que produce el capitalismo del desastre. Pero para que esa solidaridad construya paz no basta con dar un plato de comida caliente. Tampoco es suficiente llevar cajas de agua a comunidades marginadas. La solidaridad de la que hablo tiene conciencia social, económica y política. Reconoce los patrones de desigualdad que hicieron vulnerables a miles de familias de toda la Isla y como reconoce esos patrones, los combate. Esa solidaridad también es valiente: No acepta limosnas de la gente que por décadas construyó esa desigualdad desde su privilegio, su avaricia y su menosprecio hacia la humanidad ajena.  La solidaridad que construye paz, también es amor y respeto a las diversidades y a la dignidad ajena. Cree en la equidad. No tiene plan de medios ni busca pautas en las noticias con fotos de las víctimas del desastre.

En Matria ya llevamos casi dos meses trabajando para construir paz en nuestro país. Paz y equidad para las mujeres que desde antes del huracán vivían en pobreza y violencia. Paz y equidad para las comunidades LGBTTIQ que sufrían el discrimen. Paz para comunidades abatidas por la falta de trabajo, de servicios esenciales, el analfabetismo, la falta de oportunidades y del discrimen que se enmascara tras cada campaña que les restriega en la cara que “el que quiere puede" y les culpa de todo lo que viven, reforzando las fronteras que les mantienen al margen de una vida plena.

Hemos tenido semanas muy duras. Como casi todo el país. Cada una y uno de nosotros amaneció el 20 de septiembre a un país irreconocible y a la vez terriblemente familiar. Algunas vieron de cerca las inundaciones que arrasaron comunidades, otras y otros atestiguaron pérdidas, otros amanecieron en refugios, todas y todos tuvimos miedo e incertidumbre ante un futuro que nos cambió para siempre.

Justo antes del paso del huracán, nuestro equipo estuvo trabajando para cerciorarnos de que cada participante de Matria estaba en un lugar seguro. Llamamos, texteamos, hicimos planes de seguridad, coordinamos movimiento de participantes, enviamos boletines con instrucciones y sugerencias para que se prepararan, tocamos base para saber cómo se sentían. Recuerdo el trabajo intenso en la oficina. Mientras algunas aseguraban expedientes y equipo, otras y otros hacían las llamadas y preparaban lo necesario para poder trabajar luego del huracán sin energía eléctrica, teléfonos e internet. Sabíamos que eso era una posibilidad grande y no queríamos quedar desconectadas de las mujeres y familias que atendemos.

A horas del paso del huracán, nuestros boletines para las participantes les daban información clara sobre la ruta del mismo y les reiteraban nuestro amor. El último boletín que les enviamos a las 10:30pm del 19 de septiembre terminaba así: “…lo más importante es la vida. Todo lo demás se repone. Las queremos vivas, las queremos seguras. Luego de María, todas las matrias y todos los matrios estaremos para apoyarles en el proceso de recuperación. Recuerden ahorrar baterías y dejarnos saber cómo están luego del paso del huracán. Las queremos y queremos sus familias”. Para muchas de ellas, ese fue su último contacto con gente que les estaba cuidando desde la distancia antes de que llegara María.

El 20 de septiembre amanecimos desconectadas y desconectados. Pero sólo en el mundo tangible. En el mundo de los quereres, cada matria, matrio y participante se sabía de alguna manera parte de un colectivo que no abandonaría a nadie. Recuerdo mi necesidad de dejar saber a las participantes que estábamos ahí. Quería saber de ellas, de sus familias, de sus hijas e hijos. Sin tener que dar instrucciones a nadie, otras compañeras iniciaron de inmediato la búsqueda de participantes mediante las redes celulares que sobrevivieron y que permitieron las primeras comunicaciones. El 21 de septiembre tres de nosotras y nosotros, por separado y sin ponernos de acuerdo, fuimos a Matria a ver qué quedó de nuestro espacio.  Respiramos con alivio al ver una oficina íntegra.

Ese domingo luego del huracán, mi primer viaje fuera de Caguas fue a una emisora radial con dos encomiendas autoimpuestas: alertar a las comunidades y a las mujeres sobre la importancia de cuidarse y de actuar frente a la violencia de género y enviar un primer mensaje de solidaridad a nuestras participantes de toda la Isla. Matria tiene participantes en 15 municipios y el radio parecía ser la mejor opción para llegar a ellas.

Ya el lunes estábamos en Matria limpiando, acomodando, aireando el espacio para recibir a las participantes que llegaran por ayuda. No había agua, electricidad, teléfono o internet en la oficina. Luego de ver el destrozo general, tampoco esperábamos que esos servicios llegaran pronto. Las primeras gestiones y cartas que tramitamos las hice a mano, a la antigua. Incluso las que hubo que enviar a farmacias y médicos exigiendo servicios y medicamentos para participantes.

Esa misma semana empezamos a visitar participantes y las semanas subsiguientes nos llevaron a Mayagüez, Isabela, Ponce, Villalba y otros pueblos en los que teníamos participantes a las que aún no habíamos podido contactar. Los viajes se hacían casi a ciegas porque los teléfonos no funcionaban y no era posible saber a ciencia cierta el estado de las carreteras. Recuerdo como hacíamos malabares para saber por dónde venían las compañeras y compañeros o para informar que ya estábamos de regreso y que todo estaba bien.

Las primeras ayudas que brindamos salieron de los bolsillos y las despensas del personal de Matria. No existían colmados o tiendas a las cuales acudir a comprar alimentos. No había sistema de tarjetas de débito, no había cajeros automáticos, no había gasolina, no había sistema para trámites de salud, no había transporte público y en muchas áreas, ni siquiera había carreteras para transitar. Una tarjeta del PAN era inútil para ellas y para las miles de familias que dependen de esa ayuda para la compra de alimentos. ¿Era posible prepararse para un huracán categoría cuatro o cinco con una tarjeta del PAN? Aún quienes tenían otro tipo de ingreso, solo se prepararon para tres o cuatro días de alimentos y agua. La ingenuidad nos hizo creer que estábamos en otro país. En uno menos desigual, con un gobierno preparado para responder al desastre, con una infraestructura capaz de aguantar los vientos y el agua que nos arrasaron en cuestión de horas.

Una fundación nos brindó el primer espacio para comenzar la coordinación de servicios y de recolección de ayudas. Otra fundación nos dio el primer donativo para hacer compra de alimentos y agua a gran escala. Nuestro primer llamado de auxilio el 26 de septiembre a través de redes sociales fue sencillo: “Debido al paso del Huracán María por la isla, nuestras participantes enfrentan días y semanas difíciles”.  La respuesta comunitaria e internacional comenzó de inmediato y aún no se detiene. Nuestras alianzas locales nos abrieron caminos, nos brindaron espacios de trabajo y nos conectaron con posibilidades de ayuda que luego compartimos con otras. Aprendimos a comprar al por mayor, a encontrar la forma de hacernos con lo necesario para las comunidades y empacar unas compras que, sin humildad lo digo, nos elogiaron como las mejores que se recibían en esos campos... Bueno, la verdad, nuestras compras eran las primeras pero eran difíciles de superar a pesar de que dejamos de ponerles salchichas para que fueran nutritivas y saludables.

Un llamado de ayuda desde Matria nunca podía ser un llamado pensado desde el asistencialismo o desde la filantropía que se conforma con remediar lo inmediato. Tampoco podía ser un llamado ciego a las necesidades del resto del país. Después de todo, las medidas de austeridad de los gobiernos en los pasados años y la imposición de una Junta de Control Fiscal sobre Puerto Rico ya habían hecho mella en mucho más que las mujeres y la gente que vivía en pobreza. María devastó un país que ya estaba destruido por el desempleo, las ejecuciones hipotecarias, la falta de servicios médicos y el cierre de escuelas públicas. ¿Cómo ignorar esa realidad? Nuestros esfuerzos de ayuda inmediata se extendieron, entonces, a familias y comunidades más allá de las participantes de Matria.

Los donativos recibidos nos permitieron llegar a cada casa de nuestras participantes en 15 pueblos de Puerto Rico, a familias de Comerío, Orocovis, Utuado, Morovis y Cayey, y a familias del casco urbano de Caguas. Distribuimos agua, comida, linternas, filtros, artículos de primera necesidad y hasta donativos en efectivo que nos confiaron desde un donante de afuera. La mayor parte de las familias estaban recibiendo ayuda por primera vez. La mayoría perdió su techo. Todas necesitaban hablar y sentir que se les escuchaba y se les quería. Esas familias necesitaban saber que no eran un número, un trámite apresurado o el objeto de una limosna en proceso de convertirse en un ítem de mercadeo. Nuestra ayuda incluyó empatía y la comprensión de cómo ser pobre es mucho más complejo que simplemente carecer de dinero. También incluyó abrazos, besos, risas y algunos llantos.

Las matrias y matrios, así como las personas que nos han apoyado con su trabajo voluntario, hemos sido testigos del hambre, de esa palidez que tiene la gente cuando apenas ha comido en días. También hemos visto el miedo a perder la vida o a que la pierda una hija porque le han negado medicamentos. Hemos visto hombres llorar de frustración por la pérdida de sus hogares. Hemos visto niñas y niños que acompañan a sus madres sin entender que su futuro pende de un hilo que sólo la solidaridad puede evitar que se parta de manera definitiva. Hemos visto la soledad de la vejez y los abandonos a la gente del campo. Las opresiones no son un asunto teórico. Son la realidad de gran parte del país aunque cada cual las viva pensando que es algo individual.

Podríamos hacer una bitácora detallada de anécdotas. Historias del caminar y también historias personales. Tal vez la hagamos más adelante. Esta noche estoy agotada de trabajar en un mar de dificultades que nos obligan a una carrera de obstáculos diaria. En Matria seguimos sin energía eléctrica y aunque nos donaron una planta eléctrica con la cual encendemos abanicos y computadoras, el calor y el ruido convierten nuestra oficina en un espacio en el que reina el caos. Nuestras oficinas son ahora centros de acopio. El internet no ha funcionado y no han venido a repararlo. Nuestros celulares no tienen señal dentro de la oficina. Cada gestión telefónica, cada correo electrónico, cada documento que requiere impresión y cada intervención con participantes es todo un reto. Suerte que nos salvan las risas cuando el cansancio nos pone de mal humor o cuando sentimos que ya no queremos seguir en esta carrera contra la catástrofe cotidiana del país. Suerte que nos reconocemos en la alegría que compartimos cada vez que una participante alcanza una nueva meta o nos comparte su propia alegría. Suerte que celebramos los nacimientos, los cumpleaños, la electricidad que llega, se va y vuelve, la comida que compartimos y las rutas con final feliz en las carreteras. Suerte que hay gente que nos ama y nos acompaña. También nos apoya y sueña junto a nosotras. Suerte que la abundancia de otros corazones nos permite hacer nuestro trabajo.


Suerte que sabemos que el amor es el motor de esa solidaridad que construye paz, justicia y equidad en tiempos de desastre.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Las últimas de la fila

 No recuerdo que alguien me haya dicho de niña que debía ser la última en comer. Pero lo aprendí. De adulta, al cocinar o comprar comida par...