26.2.18

De la tristeza que construye...


Leo estatus aquí y allá de gente cansada, triste, perdiendo la esperanza. ¿Cómo no estarlo si esto ha sido golpe tras golpe? ¿Cómo no estarlo si la precariedad acecha a cada vuelta de esquina?

Yo, a veces, miro el mundo, miro a mi alrededor y pienso (y lo he dicho, lo admito), que me quiero ir del planeta ya. No es un pensamiento suicida. No. Pero sí es, en ese momento, la expresión de unas ganas tremendas de colgar los guantes.

En este país, se pasan dos días en las nubes de la esperanza y al tercero, algo te baja al extremo del pesimismo. Vivimos en una montaña rusa de sueños, golpes, dudas, alegrías, amores, traiciones, incertidumbres, solidaridades, nuevos proyectos, proyectos que decaen, propuestas buenas, propuestas imposibles, grupos que hacen, otros que sólo dicen, amenazas de que se apropien de nuestros discursos, luchas contra la invisibilidad de lo bueno, batallas para salvar los principios sin morir en el intento... y dentro de todo eso tenemos que tratar de ser felices.

Y me preocupa que a veces, pareciera que ser feliz es algo que le debemos a los demás y no un derecho propio. Como si la tristeza propia levantara el terror en quienes nos rodean. Como si sentir tristeza o desesperanza lanzara por la borda el futuro en común. Discúlpenme los apóstoles que hablan de la felicidad como una elección personal. Pero ya basta. No culpen a los tristes de su tristeza. No siempre se puede elegir la felicidad. Como seres humanos podemos reconocerla, quererla, realizar acciones afirmativas para ir tras ella, sin embargo, no siempre podemos elegirla y caminar por los campos de guerra, muerte y hambre sin sentir el corazón hecho trizas. No siempre podemos enfrentarnos a la inmensidad de la vida sin miedo, ira y el corazón roto. Los corazones también se rompen por amor al prójimo y a la humanidad. Se nos rompen en el día a día con cosas pequeñas o grandes. No importa el tamaño. El efecto puede ser igual. Llegamos al punto de sentir nostalgia por nuestras vidas de antes, por esos momentos que pasaron desapercibidos y que ahora no son posibles por la carga de trabajo.

Sentir tristeza también es nuestro derecho. Y de ella a veces nacen cosas buenas. No siempre, pero a veces. La tristeza es un tipo de inconformidad. Y ha sido la inconformidad la que ha movido nuestra humanidad.

Nos cansamos. Sí. Nos entristecemos, maldecimos el mundo pero lo amamos, buscamos esperanza…

Qué tiempos estos para nuestro país y nuestra gente. ¿Será que la tristeza y el cansancio abrirán las puertas a las acciones necesarias para cambiar el rumbo? ¿Será que cuando aceptemos la derrota de las viejas premisas, los corazones rotos y la ira que nos enferma estaremos listas y listos para reunirnos en una mesa honesta y amorosa de trabajo colectivo?

Yo no quiero que me consuelen. Ni que me digan si he hecho cosas buenas antes. Si he cometido errores, créanme que no tienen que recordármelos tampoco. Esos los llevo en la conciencia y están en mi lista de enmiendas. Yo sueño con compromisos concretos- según las capacidades de cada cual- para que al margen de la precariedad que se vive podamos construir una nueva realidad, lejos de los mercaderes de siempre, nosotras y nosotros, por encima de nuestros prejuicios y diferencias pero con los ojos abiertos, muy abiertos para reconocer los lobos que siempre llegarán disfrazados de ovejas.

Y pues, ándese cada cual con su alegría o su tristeza, su coraje o su paz, su esperanza o pesimismo. Que a todo eso tenemos derecho. Ojalá poco a poco podamos salir de esta encrucijada y zurcir los corazones con amor, esperanza y solidaridad.

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