2.7.16

Politiquerías


 
Por décadas se nos ha ordenado que no hablemos de política. Nos los dicen con rótulos en negocios, mandatos de silencio en las casas, caras de angustia cuando alguien pone sobre la mesa temas que incomodan.  Y así, mientras el país se silencia porque hablar de política parece inapropiado, otros hablan de politiquerías y se siguen robando nuestro futuro con la avaricia y la seguridad de quienes se saben impunes.

No es extraño que se haya suprimido de nuestra cotidianidad social la política y que se le haya superpuesto ese nombre a las prácticas de saqueo, discrimen y violencia de estado a las que se nos somete consistentemente. Para colmo, a la política se le ha endilgado el adjetivo de “sucia” y nadie quiere ensuciarse con ella.  Esa supresión y ese silenciar nos desapoderan frente a estructuras como el gobierno, iglesias y empresas privadas y nos lleva a concluir que aquí no hay nada que hacer. Si no hay nada que hacer, se concluiría, tampoco hay nada que soñar, que cambiar o que mejorar. 

La política, sin embargo, es mucho más que lo que hemos soportado en nuestra historia reciente.  Hablar de política, hacer política, trabajar políticamente es organizar nuestra vida colectiva desde la libertad y la equidad.  Es reconciliar opuestos, tener esperanza, saberse con poder, elegir la acción frente a la queja.  Es, en fin, reconocerse como ciudadanas y ciudadanos con derechos y con deberes. 

Las luchas de las mujeres, de las comunidades LGBTT, de las estudiantes y de las comunidades que se niegan a la expropiación, son políticas.  Por algo levantan respuestas violentas del Estado. Por algo la propaganda conservadora demoniza a su liderato.  Cada una de esas luchas reafirma una voluntad de libertad que aterroriza a quienes se benefician de la inacción del colectivo.

¿Es la política actividad exclusiva de los partidos?  No lo es. Realmente es parte de nuestro deber como personas que conviven en sociedad. Un deber que va más allá de votar cada cuatro años y que nos requiere mirar con atención lo que pasa en nuestro entorno.  Negar nuestra dimensión política como personas es entregarnos a la voluntad ajena.

En este momento estamos obligadas a rescatar el espacio político cedido gracias a la manipulación perversa de los partidos antiguos y de los sirvientes que se benefician del estatus colonial y de las desigualdades.  Ya hemos pagado un precio demasiado alto: asesinatos por homofobia, una colonia endeudada, violencia hacia las mujeres, medio país en pobreza, cierres de escuelas, gente sin servicios de salud.

Hablemos de política, seamos políticas y políticos sin miedo y sin vergüenza porque la política no es sucia ni degradante. Lo que sí es sucio es dejar el país en manos de la politiquería que nos vendieron como única posibilidad. Nos merecemos mucho más. Y ahora mismo el país necesita mucho más para combatir los efectos de la Junta de Control Fiscal.

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