Nota: Esta columna tiene cinco años pero releyéndola, la siento pertinente. Ni lxs jóvenes del #CampamentoContraLaJunta ni las comunidades que se afectarán con PROMESA, ni los grupos que al día de hoy son discriminados y violentados deben dejarse solos en esta coyuntura histórica. Si el país es de todxs, todxs tenemos el deber de trabajar para él.
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Las guerras del Siglo XX y el envío masivo de jóvenes puertorriqueños al
campo de batalla son, tal vez, las
primeras imágenes que nos vienen a la cabeza al decir “carne de cañón”. Estas imágenes trascienden de inmediato la
palabra y construyen todo un entramado mental de carne, sangre, vísceras,
dolor, pérdida y lágrimas. No sólo
pensamos en el sufrimiento de los jóvenes que murieron- o sobrevivieron- en las
batallas libradas en Europa, Korea, Vietnam, Afganistán e Irak, sino en el de
sus familias y barrios. La guerra, como
sinónimo de violencia, y la violencia como sinónimo de muerte quedan fácilmente
impresas en nuestra conciencia como parte de la definición de “carne de
cañón”.
La oscuridad del concepto de “carne de cañón” no se limita a esa
analogía de imágenes y palabras. Su
sombra se proyecta sobre la sociedad porque establece una medida de
desigualdad, de inferioridad, de odio o de menosprecio hacia grupos raciales o
sociales cuya vulnerabilidad los convierte en municiones desechables. En las guerras del Siglo XX que nos involucraron
como pueblo, la carne de cañón no estuvo hecha de jóvenes blancos, adinerados,
heterosexuales y perfectamente armonizados con el sistema de supremacía racial
y social que por siglos caracterizó a los Estados Unidos. La carne de cañón era negra, latina y pobre. Esa carne era desechable porque era desigual.
Las sociedades que permiten que los grupos vulnerables se conviertan en las
municiones de sus guerras sociales o políticas, consienten la apertura de nuevos
mercados de carne humana para ser utilizada como carne de cañón. Con esta actitud pasiva atrasan el desarrollo
del país y crean un ambiente de conspiración silenciosa que secunda las
acciones gubernamentales y privadas cuando éstas atentan contra derechos
humanos fundamentales.
¿Quién se beneficia con esto?
Quienes siempre se han beneficiado de la desigualdad, de la pobreza, de
la ignorancia colectiva, del miedo, de la violencia social… los grupos con
poder económico y político que necesitan mantener control de nuestros recursos
e ideas para que no cuestionemos sus privilegios. Es importante, además, que no perdamos de
vista el rol de las principales religiones dentro de esta estructura. Más que un centro de poder en sí misma, es un
instrumento para el poder y el control.
¿A quiénes estamos utilizando como carne de cañón en nuestra Isla en
estos días? A la juventud, a los gays, a
las mujeres, a las comunidades que están en proceso de desalojo, a la niñez que
se cría en medio del narcotráfico o que crece pensando que esa es su mejor alternativa.
La carne de cañón del Puerto Rico de hoy es la gente que se ve obligada
a dar el frente, a coger palos y macanazos, a exponer su vida y sus bienes y a
arriesgar su propio futuro para defender valores y derechos que deberían ser
defendidos por el país completo.
En la Universidad
de Puerto Rico, se está librando una feroz batalla ideológica en la cual nuestra
juventud está siendo agredida, arrestada, perseguida y expulsada de su centro
de estudios*. Esa batalla está enmarcada
en la defensa del derecho a una educación universitaria de calidad y accesible
a toda clase social. No es una batalla
de los y las estudiantes, es del pueblo.
Tiene que darse para garantizar que la niñez de nuestras comunidades tenga
en el futuro la oportunidad de desarrollarse profesionalmente e integrarse a
los procesos de gobernanza democrática de la
Isla. La respuesta de la
administración universitaria y del gobierno, nos hace levantar una bandera de
alerta ya que más allá del derecho a la educación, están en juego otros
derechos fundamentales para nuestra democracia como el derecho a la libre
expresión, a la reunión, al libre pensamiento y a la libertad individual.
Dejar los y las estudiantes solos y solas es dejar que se conviertan en
carne de cañón.
Las comunidades en peligro de ser desalojadas defienden otro gran grupo
de derechos y valores democráticos: el derecho a la vivienda, a la vida en
comunidad, a desarrollar vínculos comunitarios fuertes y saludables, a crear
espacios para el desarrollo y bienestar común.
Sin embargo, ellas también se enfrentan solas a la policía, a los
tribunales y a las empresas desarrolladoras que influyen las decisiones
gubernamentales.
Al dejarlas solas a las comunidades, las utilizamos como carne de cañón
en una batalla en la que se juega el derecho a la vivienda y seguridad de cada
comunidad de la Isla …
incluyendo aquellas en las cuales el resto de nosotras y nosotros se crió o
vive.
Si miramos a las mujeres y cómo la violencia machista nos arrebata la
vida, también podemos vernos como la carne del cañón de la desigualdad que se
dispara con cada nuevo asesinato o agresión.
Dejamos que las mujeres y sus niños y niñas mueran poco a poco y
esperamos con paciencia indiferente a que otro u otra les releve en su batalla
por la vida sin sentirnos obligadas a entrar en el campo de batalla. Una batalla que hoy por hoy tiene a un lado
del campo al gobierno y a los sectores fundamentalistas y al otro a las mujeres
y su derecho a la equidad, la vida y la felicidad.
Cada vez que una mujer es asesinada, y se convierte en la carne de cañón
en la guerra entre el machismo y la equidad, no podemos lavarnos las manos y
pensar que las tenemos limpias de pólvora.
La comunidad lésbica-homosexual-bisexual-transexual-transgénero e
intersexual (LHBTTI) es otra de las comunidades que corre el riesgo de luchar
sola. El silencio o el rechazo que rodea
nuestra existencia en los distintos núcleos sociales y luchas políticas,
equivale en muchas ocasiones a falta de solidaridad. Esto a pesar de que defender nuestra equidad
es defender la equidad de otros sectores y el derecho a la intimidad. La batalla de la comunidad LHBTTI se libra en
múltiples frentes: en la familia, en el trabajo, en el barrio y en la
calle.
Nuestros muertos son muchos: jóvenes que se suicidan, transexuales
asesinadas, adultos que mueren en medio de la soledad y la pobreza, víctimas
del VIH y de los estigmas que les privan de servicios. Ellos y ellas son la carne de cañón que
nuestra sociedad utiliza de camino a la obtención de la equidad.
Si nos molesta y nos repugna la idea de que nuestros jóvenes sean carne
de cañón para el ejército, ¿por qué aceptamos que otros grupos de nuestra
sociedad sean la carne de cañón que se macera y se tritura en nuestras guerras
sociales? Quizás porque nos negamos a
aceptar ese estado de guerra a pesar de las muertes y la desolación que nos
arropa.
Las guerras sociales y el sacrificio de grupos como carne de cañón no
deben existir. De hecho, no tienen que
existir. Cuando cada ciudadana y ciudadano
asume responsabilidad por la parte que le toca para adelantar el bienestar
común, se posiciona a favor de esas poblaciones vulnerables y fortalece el ejercicio
de los derechos humanos de su país. En
nuestra Isla esa parece ser la única alternativa. Una alternativa que hay que elegir con
urgencia porque mientras más tiempo dejemos pasar sin actuar, más vidas serán
sacrificadas, más derechos serán violentados y más difícil será rescatar para
nosotras y las generaciones futuras la equidad y la felicidad como parte de
nuestra realidad.
*Esta columna es de hace vario años.
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