*Nota de la autora: Esta columna se escribió antes del 26 de junio de 2015, fecha en la cual el Tribunal Supremo de los Estados Unidos favoreció el matrimonio entre personas del mismo sexo.
A pesar de lo que Hollywood, las iglesias, las novelas
mexicanas y los anuncios nos dicen, no todo gran amor culmina en un matrimonio
ni todas las personas lo necesitan para ser felices. De hecho, el contrato matrimonial no es de
esos contratos que se caracterizan por la equidad para sus partes o por tener
un rol emancipador en la vida de quienes contratan. Pocas personas saben que hasta 1976 casarse
implicaba para las mujeres renunciar a su libertad de contratación, movimiento
y administración de bienes. Más aún, al
día de hoy todavía escuchamos pastores y pastoras diciendo que las mujeres
deben obedecer y seguir al “marido” y vemos cómo los embates de la violencia de
género les privan de sus bienes, su salud y hasta de sus vidas. Como institución patriarcal y heterosexista,
el matrimonio no necesariamente es algo con lo cual algunas de nosotras
simpaticemos. Ciertamente, el concepto
ha ido cambiando gracias a las luchas por la equidad de género, pero, ¿ya ha
cambiado lo suficiente? ¿Es en sí mismo
el matrimonio un instrumento de equidad para las comunidades LGBTT aunque no lo
ha sido para las mujeres? Esta pregunta puede resultar molesta en este momento
histórico, pero vale la pena hacerla.
Más allá de la discusión legal sobre el tema del matrimonio
igualitario, que ya ha sido magistralmente recogida en un artículo de revista jurídica deGabriel Laborde, me parece importante mirar otros aspectos del
matrimonio y de la lucha por la equidad para las comunidades LGBTT. Pensemos en cómo nuestra sociedad ve el
matrimonio, qué imágenes acompañan la palabra, cómo se enlaza al tema de
composición familiar y cómo algunos sectores dependen del matrimonio para su
subsistencia. Pensemos además en el
valor heteropatriarcal que representa y en lo que implica para la equidad de
las comunidades LGBTT.
En Puerto Rico, más del 55% de las familias están
constituidas fuera del vínculo matrimonial.
Contrario a lo que podría pensarse, esto no es un fenómeno reciente,
sino un dato consistente en los censos de las pasadas décadas. Particularmente, los sectores más
empobrecidos tienen una marcada tendencia a no casarse, en gran medida porque
la pobreza no invita a compartirse. Esto
nos recuerda que el origen de la institución legal del matrimonio, más que
divino, es económico por más que nos lo adornen con flores, azúcar y promesas
de amor eterno. De hecho, muchos de los
argumentos a favor del matrimonio igualitario giran en torno a asuntos
económicos tales como la posesión de bienes, herencias, seguros de salud y
contribuciones, entre otros. Por
supuesto, hay otros asuntos de índole amorosa, social y humanitaria que pesan
para algunxs de nosotrxs más que lo económico: derecho a participar en
decisiones sobre salud, compartir hogar en la vejez, acompañar en la
enfermedad, tener hijxs y, sobre todo, que se nos reconozca a todas y todos el
mismo derecho a cometer matrimonio que tienen las personas heterosexuales. (Lo
de cometer no es un error)
Si lo miramos desde una perspectiva de derechos humanos para
las comunidades LGBTT, es inevitable reconocer que el acceso al matrimonio es
uno de muchos asuntos a tratar a la hora de establecer una agenda de lucha por
la equidad. Tal y como las mujeres
siguen luchando para el reconocimiento de sus derechos, las comunidades LGBTT
deberán seguir luchando por los suyos.
Las poblaciones tradicionalmente marginalizadas por nuestro sistema
social, tienen agendas de lucha larguísimas que requerirán años (¡y
generaciones!) de lucha.
En menos de un mes, el Tribunal Supremo de los Estados
Unidos emitirá sudecisión sobre el matrimonio igualitario. Creo que no exagero si digo que prácticamente
todxs lxs activistas LGBTT estamos cruzando dedos para que sea una decisión
favorable y derrumbe de una vez por todas las fronteras de la desigualdad que
impera en ese tema a nivel de los Estados Unidos y, en consecuencia, en nuestra
amada colonia patria. Queremos celebrar
el acceso a ese derecho y seguramente acompañaremos a gente muy querida a sus
bodas. Eso no quiere decir que estemos
ajenxs a las discusiones obligatorias en torno al tema.
Retomando el tema de la equidad dentro del matrimonio, es
importante que nos miremos como comunidades LGBTT. Ser LGBTT no te convierte de inmediato en una
persona consciente de las inequidades de género o te libera del machismo que se
nos inculca a través de instituciones sociales como las iglesias, la escuela y
otros espacios de formación. Aunque
algunas personas piensen que el convivir con una pareja de su mismo sexo les
evita bregar con la desigualdad de género y hace más llevadera la vida en
común, lo cierto es que hombres y mujeres podemos seguir atribuyendo carga
negativa o positiva, superior o inferior a diversas cualidades en virtud del
pensamiento machista. Es así como entre
hombres gays aún podemos ver algún tipo de desprecio por otros hombres cuando
perciben en ellos cualidades que consideran “femeninas”. También podemos ver cómo se menosprecia a las
trans o cómo se ve a las lesbianas como una categoría inferior en el mundo
LGBTT solamente porque son mujeres. Las
lesbianas pueden operar desde premisas parecidas. Si aceptamos que esto pasa, debemos aceptar
también la posibilidad real de que la desigualdad, e incluso la violencia, se
manifiesten dentro de los matrimonios LGBTT tal y como ya lo hacen al interior
de las parejas consensuales.
La existencia de la equidad dentro de una relación de pareja
no depende del estado civil. Depende del
amor y del esfuerzo de ambas personas para vivir libres de estereotipos,
prejuicios y juegos de poder y control. ¿Estamos listxs para manejar como
comunidades el tema de la equidad en las relaciones o simplemente replicaremos
modelos heterosexistas? ¿Cómo serán nuestros divorcios?
Los ataques más comunes a las comunidades LGBTT se dirigen a
nuestra calidad moral. Se alega que
somos personas promiscuas y poco dadas a la vida familiar. Esto nos remite al ideario heterosexista y patriarcal
que privilegia la familia compuesta por hombre y mujer con hijxs como la base
de una sociedad productiva. Acceder al
derecho al matrimonio podría ser una respuesta a esos ataques. Después de todo, miles de personas LGBTT
viven en largas relaciones de pareja y también constituyen familias con sus
hijxs. Sin embargo, ¿qué nos hace pensar
que la familia, definida a partir del matrimonio o los conceptos
hetersosexistas, es un estado moral o social superior al de otros tipos de
relaciones? ¿Podría ser que algunas
personas LGBTT aspiren a replicar un modelo heterosexista que además tiene un
sesgo de clase?
La dignidad de una persona no debe estar sujeta a juicios
morales estereotipados o a la expectativa de que viva o se ajuste a un tipo de
relación de pareja en particular. Vivir
en equidad es tener derecho a elegir libremente cómo y con quién nos
relacionamos sexual y afectivamente ya sea por toda una vida o sólo por una
noche. ¿Estamos dispuestxs a defender la dignidad de toda persona LGBTT independientemente
de lo que elija para su vida? ¿Aún la dignidad de quienes ejercen trabajos
sexuales?
Al día de hoy, cuando una pareja LGBTT se besa en público,
explotan las redes sociales. Nos
critican los fundamentalistas, ok. ¡Pero
también gente de las propias comunidades LGBTT!
A pesar de la euforia con el tema del matrimonio igualitario, aún
tenemos compañerxs que piensan que las expresiones de amor LGBTT deben hacerse
en privado y que no necesariamente lxs niñxs deben ser expuestxs a las
mismas. Ni qué se diga de cómo se
critican vídeos o fotos de nuestras comunidades a pesar de que se tolere la
misma conducta en personas heterosexuales. Los fundamentalistas al menos,
criticarían a todo el mundo porque parten del terror al cuerpo y al sexo. Pero el resto de la gente, heterosexual y
LGBTT, lo que hacen es manifestar su homofobia. (Sí. La gente LGBTT también
puede ser homofóbica. Pregunten a algunos legisladores que se dedican a
entorpecer nuestros proyectos de ley desde sus clósets.)
Vencer toda expresión de homofobia, aún la internalizada,
debe ser una prioridad para que vivamos el amor en libertad. ¿Estamos dispuestxs a hacer frente a la
homofobia aun cuando no sea dirigida a nosotrxs en carácter personal? ¿O callaremos y otorgaremos cuando se juzgue
con la vara de la moralina a otras a personas LGBTT? ¿Subsana el matrimonio igualitario la homofobia?
Columna publicada originalmente en el Dossier LGBTT de 80 Grados en verano 2015
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