15.9.15

Degollar el cordero


*Publicada originalmente el El Nuevo Día

Degollar el cordero.  Suena violento pero más violenta es la desigualdad.  Más violenta es la perspectiva de seguir sometiéndonos como país a las decisiones que se toman desde las mismas mesas de trabajo que construyeron nuestra pobreza. 



Siempre he pensado que nuestro escudo nacional, con ese cordero arrodillado y la bandera blanca, nos ha desgraciado la vida colectiva.  El cordero y la conveniente idea de que nada cambiará porque somos colonia.  



Curiosamente, la bandera blanca con la cruz roja del cordero del escudo simboliza tregua y cesar la lucha. Pero el momento actual requiere lo contrario: lucha, confrontación y movimiento. No podemos seguir pretendiendo transformar una estructura de desigualdad sin confrontar sectores.  No podemos aceptar mesas de consenso a las cuales la gente llega sin hacer introspección y con las manos manchadas de acciones que atentan contra los más elementales principios de derechos humanos. 



Yo me niego a actuar como si los bancos, los partidos políticos, las corporaciones foráneas y hasta algunas organizaciones fueran iguales a quienes trabajamos por la equidad día tras día.  No lo son.  Se han beneficiado de las desigualdades, las han construido y las han fomentado. Han tenido acceso a espacios de poder que determinaron las decisiones económicas y sociales más importantes del pasado siglo y no lo hicieron bien. Creen inclusive que pueden dictarnos desde su dinero lo que podemos o no podemos hacer so pena de perder fondos si no nos alineamos con sus objetivos.



Antes de preguntarnos qué hacer, debemos preguntarnos con quién, cómo, por qué y para quién hacer.  ¿Queremos seguir viendo un gobierno que toma decisiones a la carrera y a entidades privadas sacando provecho de la desesperación ajena? No. Por eso hablo de degollar al cordero, de deshacernos de la bandera que anuncia el abandono de las luchas y de hacernos cargo del país sin temer a las verdades que nadie quiere mencionar en voz alta.   



Luego de la confrontación honesta y valiente, hablemos de construir una clara agenda de derechos humanos que nos incluya a todas y a todos.  Para construirla, seamos generosas con ese país que queda invisible tras los discursos y la propaganda mediática tradicional. Visitemos las comunidades, construyamos un lenguaje común, dialoguemos desde una ruta que transcurra por la Isla y no por oficinas de burócratas. Hagamos el trabajo paciente y amoroso que es necesario hoy y seguirá siendo necesario mañana.



Esa ruta país, construirá mucho más que un falso consenso e irá más allá de los inútiles y vacíos comités multisectoriales que nada aportan. Ya no estamos para servir cafés en mesas de interlocutores sonrientes y voces ausentes. No somos corderos que balan lastimeramente.  Es momento de parir una nueva matria/patria. 

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