*Publicada originalmente el El Nuevo Día
Degollar el cordero.
Suena violento pero más violenta es la desigualdad. Más violenta es la perspectiva de seguir
sometiéndonos como país a las decisiones que se toman desde las mismas mesas de
trabajo que construyeron nuestra pobreza.
Siempre he pensado que nuestro escudo nacional, con ese
cordero arrodillado y la bandera blanca, nos ha desgraciado la vida
colectiva. El cordero y la conveniente
idea de que nada cambiará porque somos colonia.
Curiosamente, la bandera blanca con la cruz roja del cordero
del escudo simboliza tregua y cesar la lucha. Pero el momento actual requiere
lo contrario: lucha, confrontación y movimiento. No podemos seguir pretendiendo
transformar una estructura de desigualdad sin confrontar sectores. No podemos aceptar mesas de consenso a las
cuales la gente llega sin hacer introspección y con las manos manchadas de
acciones que atentan contra los más elementales principios de derechos
humanos.
Yo me niego a actuar como si los bancos, los partidos
políticos, las corporaciones foráneas y hasta algunas organizaciones fueran
iguales a quienes trabajamos por la equidad día tras día. No lo son.
Se han beneficiado de las desigualdades, las han construido y las han
fomentado. Han tenido acceso a espacios de poder que determinaron las
decisiones económicas y sociales más importantes del pasado siglo y no lo
hicieron bien. Creen inclusive que pueden dictarnos desde su dinero lo que
podemos o no podemos hacer so pena de perder fondos si no nos alineamos con sus
objetivos.
Antes de preguntarnos qué hacer, debemos preguntarnos con
quién, cómo, por qué y para quién hacer.
¿Queremos seguir viendo un gobierno que toma decisiones a la carrera y a
entidades privadas sacando provecho de la desesperación ajena? No. Por eso
hablo de degollar al cordero, de deshacernos de la bandera que anuncia el
abandono de las luchas y de hacernos cargo del país sin temer a las verdades
que nadie quiere mencionar en voz alta.
Luego de la confrontación honesta y valiente, hablemos de construir
una clara agenda de derechos humanos que nos incluya a todas y a todos. Para construirla, seamos generosas con ese
país que queda invisible tras los discursos y la propaganda mediática tradicional.
Visitemos las comunidades, construyamos un lenguaje común, dialoguemos desde
una ruta que transcurra por la Isla y no por oficinas de burócratas. Hagamos el
trabajo paciente y amoroso que es necesario hoy y seguirá siendo necesario
mañana.
Esa ruta país, construirá mucho más que un falso consenso e
irá más allá de los inútiles y vacíos comités multisectoriales que nada
aportan. Ya no estamos para servir cafés en mesas de interlocutores sonrientes
y voces ausentes. No somos corderos que balan lastimeramente. Es momento de parir una nueva matria/patria.
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