No es posible amar y, a la misma vez, elaborar todo un
catálogo de justificaciones para discriminar.
No se puede hablar de bondad y escatimar derechos humanos a otras
personas. No se puede prometer cielos y construir infiernos en la tierra con
palabras, acciones, pensamientos y omisiones que cuestan vidas. Este momento histórico nos requiere saber
distinguir el amor al prójimo de los juicios morales que se construyen por
minorías que insisten en detener la evolución social y humana de nuestro país.
Estamos a meses de que un tribunal federal decida el futuro
del Artículo 68 de nuestro Código Civil.
Será un tribunal extranjero el que finalmente diga si en Puerto Rico las
parejas del mismo sexo podrán contraer matrimonio. Y a nosotras nos tocará acá ser testigos del
momento y responder a él. Sabiendo que lo más importante no es la celebración
de una boda en particular, sino el potencial de decidir si queremos contraer
matrimonio o no y el reconocimiento de la humanidad de las personas LGBTT.
En medio de estos trámites, nuestro Secretario de Justicia,
César Miranda, se expresó en representación de nuestro gobierno y dejó de
defender el Artículo 68 en litigio. Las reacciones no se hicieron esperar. Mientras el momento reclama amor, grupos cada
vez más exiguos se empeñan en hablar de perversión y en atacar a las
comunidades LGBTT. Y de perversión hay
que hablar. Pero no como algo inherente
a personas LGBTT sino como un estado mental prejuiciado que corrompe cualquier
posibilidad de amor y la transforma en repulsión, terror y aversión hacia
nuestras comunidades. Quien objeta la
equidad corrompe desde sus paradigmas de homofobia el verdadero amor al prójimo.
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