Caricatura: "La pensadora" de Diana Raznovich
Publicada en El Nuevo Día el 8 de marzo de 2014
“Cuando no había nada
más que comer, comíamos guineos con boca”, tía Panchi.
Con esta expresión mi tía se refería a su
infancia y adolescencia en Aibonito y a los días en que la pobreza sólo
permitía que la familia compuesta por mi abuela, cinco hijos y cuatro hijas
comieran guineos sancochaos y sin “mestura”.
Los esfuerzos de una madre para mantener con vida y criar a sus niñas y
niños no se veían como una actividad económica. Vivían en privación y
vulnerabilidad. No se imaginaban que tenían derechos humanos y aceptaban el
lugar que nuestra sociedad les asignaba. La polarización del trabajo era
evidente. Había obreros y peones,
mujeres en las casas, pocas y pocos profesionales y una clase gobernante que
calmaba su conciencia con actos filantrópicos.
Si la historia de mi abuela se diera hoy en
día, es posible que ella, mis tías y tíos fueran parte de las miles de familias
lideradas por mujeres que viven hoy en día viven bajo nivel de pobreza. O tal vez no.
Tal vez sería una profesional buscando trabajo y haciendo malabares para
balancear sus dos roles. ¿Por qué? Pese
a las luchas organizadas de las mujeres las acciones del Estado han
profundizado las múltiples desigualdades que pueden converger en un solo cuerpo
de mujer. Tomen nota para este 8 de
marzo.
“Cuando las mujeres
salían de la fábrica a las cuatro, la gente del pueblo decía, “Soltaron las
vacas de míster Benítez””, mi madre (con tono indignado)
Así, con desprecio y burla fueron recibidas
muchas mujeres en el mundo laboral moderno.
Las movieron de sus casas a las fábricas porque su mano de obra era y es
más barata. La segunda jornada de esas
mujeres que salían corriendo de la fábrica en la década del 50 y el 60 para
hacerse cargo de sus casas era tan pesada como la de las mujeres de hoy en
día. Ya no sólo eran de su marido,
también eran del gerente de la fábrica.
Hoy hay mujeres gerentes, juezas y abogadas. También maestras y operarias de
fábricas. Pero en Puerto Rico el nivel
de desigualdad social es casi igual al de 1950 y al menos el 80% de nuestra
riqueza se concentra en las manos de 1% de nuestra población mientras el resto
se lo reparte el 20%. De ese 20%, las mujeres reciben una mínima parte y 60% de
nuestras familias viven bajo el nivel de pobreza. La tasa de participación laboral de las
mujeres es inferior a la de los hombres y la brecha salarial es más evidente
según aumenta nuestro nivel educativo.
Tomen nota para este 8 de marzo.
“A mí me gustaba la
escuela, pero me sacaron de ella cuando pasé de octavo. La escuela quedaba muy
lejos”, mi abuela
Juana
Cuando se habla del nivel educativo de las
mujeres y su acceso a la educación, se tiende a pensar que la mayoría de las
mujeres de la Isla se han educado. Sin embargo, al mirar los datos del Censo
nos encontramos con lo siguiente: 28% de las mujeres de la Isla tienen menos de
cuarto año de escuela superior. El ingreso medio de estas mujeres es inferior
al de hombres con el mismo nivel educativo.
Mis dos abuelas eran mujeres brillantes, pero Juana, en especial, quería
estudiar. ¿Qué oportunidades tuvo? ¿Qué oportunidades tienen hoy las niñas de
las familias que ya viven en pobreza y que son las tristes herederas de la pobreza
materna? Otra nota para nuestro 8 de marzo.
“Cargo en
mis bolsillos la historia de otras guerreras, mujeres que partieron por caminos
similares al mío”, mi hija Isadora
Mi hija vive consciente de la historia de las
mujeres de nuestra familia, pero también de la del resto de mujeres de nuestra
Isla. Su conciencia y la del resto de
mujeres luchadoras es, en sí misma, una victoria sobre la historia que nos aún
nos invisibiliza y un gobierno que nos tiene como último punto de su agenda al
extremo de que no hay un plan de gobierno para la equidad. El plan lo hemos
tenido que trabajar nosotras a pulmón.
Si la mujeres fueran un punto real en nuestra
agenda social y gubernamental, tendríamos políticas reales nuestras vidas, empleo
digno y paga justa, acceso a la educación y políticas de salud sexual y
reproductiva, participación política equitativa y representación proporcional
en puestos públicos, apoyo estructural para lograr balancear nuestras vidas
profesionales y personales. Si tomó nota de cada párrafo de esta columna, ya se
dio cuenta de que hemos adelantado, pero no lo suficiente. Hoy, en vez de guineos con boca, las familias
empobrecidas de nuestras mujeres quizás coman chefboyardí con cocacola.
Quisiera haber escrito una columna más
esperanzadora, pero prefiero ser realista.
Toco base con la realidad cada vez que conozco la historia de alguna
participante de Matria o la noticia de una nueva mujer asesinada me
abofetea. El 8 de marzo, Día
Internacional de las Mujeres, es un día de reflexión para el país. Para honrar a las luchadoras que nos
precedieron- y que aún ahora luchan desde el servicio, desde espacios obreros,
comunitarios y hasta de gobierno- tomen nota, como tomo nota yo, de la agenda
de trabajo que aún tenemos pendiente.
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