En este objetivo de destrucción se suman cuatro ideas que hay que mirar sin miedo.
Una: No vivimos en una democracia real y el
Estado existe para ejecutar las acciones que sostienen la situación de
privilegio y desigualdad en la cual a cada una de nosotras se nos ha asignado
un papel que jugar.
Dos: Cuando un movimiento social asume las
acciones políticas con la fuerza suficiente como para destruir esa falsa
impresión de democracia y generar cambios reales, el Estado buscará de
inmediato sus propios objetivos de destrucción.
Es decir, identificará y destruirá a las presuntas o presuntos
responsables de ese cambio.
Tres: Si el liderazgo revolucionario se construye
desde los mismos valores y paradigmas que nos oprimen, está destinado a
fracasar.
Cuatro: Idealizar a las personas en posiciones de
liderazgo no les hace un favor. Las hace más vulnerables a las estrategias de
aniquilamiento que el sistema utilizará para detener los cambios que propulsan.
Quien a
estas alturas piense que el gobierno existe para proteger al pueblo y sus
intereses, está viviendo en una película de fantasía. Y una película terrible porque en ella se
estarían utilizando todos los recursos cinematográficos posibles para resaltar
los estereotipos de clase, género, raza, religión y todo aquello que afiance la
idea de que el mundo es como es sin posibilidad de cambios. El Estado es el brazo que ejecuta lo que unos
pocos deciden mientras la clase desempleada y trabajadora se entretiene
tratando de sacar los pies de un plato bastante hondo.
La gente
verdaderamente adinerada del país es la gente que susurra al oído de los
políticos lo que quieren que se legisle y es la que invierte en los dos
partidos principales porque saben que los dos son un solo partido.
Desde ahí
se construye la idea que propongo destruir hoy: la del liderazgo
impecable. Con esto me refiero al tipo
de liderazgo que se autoimpone como marco de referencia los valores,
expresiones e imágenes que los medios de comunicación y la sociedad misma
parecen haber establecido como pre-requisitos de estatus social y moral. Ese marco de referencia es en realidad un
grillete de control.
Hay dos
tipos de líderes impecables. Están los
que se fabrican en las agencias de publicidad para alimentar la fábrica de
gobernantes de la colonia y están los que nacen del pueblo y que, sin darse
cuenta, se sienten obligados a ser perfectos y perfectas para que la opinión
pública les avale su liderazgo.
Al primer
grupo de líderes impecables se les crea con dinero, contactos, una familia
heterosexual, una imagen blanqueada y mucho filtro de información para que no
se les zafe ni un solo defecto que les coloque en la otredad sudorosa a la cual
aspiran dirigir.
El segundo
grupo cree que se hace a sí mismo pero dependiendo de qué discurso asuman
reciben el apoyo o el rechazo de sectores intermedios o aún de sectores
oprimidos. A veces, hasta vemos cómo los
medios de comunicación se enamoran de estos líderes y lideresas y les ayudan a
colocarse en posiciones que parecen retar al sistema, pero que a la larga lo
fortalecen al acudir a lugares comunes del estatus quo como por ejemplo los
mensajes cristianos, los mensajes del eterno amor o de la paz sagrada que evade
las confrontaciones. Se nos plantea
entonces una paradoja: ¿Se debe asumir un liderazgo basado en una imagen
pulcra, sana y correcta, hasta heroica, y se ganan pequeñas y rápidas victorias
que le hacen cosquillas a las creencias que generan desigualdad? O, ¿se asume
la humanidad propia, con todo y defectos, y se camina un camino más largo pero
más revolucionario y fortalecido?
¿Por qué
planteo esto? Recuerden que comencé esta
columna corta explicando que el sistema intentará destruir al liderazgo del
cambio. El nivel de dificultad que esta
tarea presente dependerá de cuánto se haya empeñado ese liderazgo en ocultar su
humanidad, sus defectos y su realidad.
No hay forma de ganarle a la imagen perfecta que el sistema genera como
el ideal de liderazgo si tratamos de emularla.
Esa imagen es, a la vez, una forma de perpetuar estándares morales
arcaicos que se convierten en una barrera de protección para el machismo, el
racismo, el capitalismo voraz y el fundamentalismo violento.
Las nuevas
y nuevos líderes deben comenzar por destruir su propia imagen de impecable
perfección y cuestionarse a qué valores responden, a qué miedos, a qué afanes
de ser aceptadxs y de quiénes esperan esa aceptación o santificación. Deben estar dispuestxs a caminar más lento,
pero con más firmeza, a no dejar que se les idealice, a cometer errores, meter
la pata y saber rectificar. En ese
proceso de destrucción, tendrán que destruir muchas otras cosas, hasta el
liderazgo mismo según definido como derivado del caudillismo.
Destruir la
sociedad tal y como la conocemos, para construir una nueva sociedad de equidad,
requiere muchas cabezas y manos. Líderes
que resistan los embates de los contraataques del sistema socio-político que
combatimos y que no se sientan obligadxs a responder al imaginario que ese
mismo sistema nos impone. Líderes que
creen líderes y que se reconozcan como un eslabón y no como la llave de la
verdad. La verdad es del colectivo, la
victoria final para la nueva sociedad.
Nota de consuelo: Hay gente que quiero y que cogen su agüita con esto. Sepan que, al menos, les atribuyo buena fe... Sólo que esos caminos de liderazgo para el sistema no nos llevarán a ningún lado. Opinión de bruja imperfecta. Tal vez me estoy equivocando.
ResponderBorrarAmárilis, ¡gracias!, tu analisis es certero e inequivoco quizas en mas aspectos de los que pretendes. Esto de un "liderazgo impecable" siempre me ha repateado, por lo mismo que describes. Incluso, el mismisimo concepto de "lider" me resulta "dificil de tragar" desde que tengo memoria porque presupone y/o impone unas caractaristicas quasi "divinas", tipo monarquicas, a unos seres perfectamentamente mundanos, con la sangre tan colorá como la mia (y creéme, si algunx la tuviera azul, mas vale que nos preocupemos...) Como tu bien planteas, lideres asi existen o se inventan, los primeros en realidad se terminan de inventar a partir de unos predeterminantes convenientes para los partidos politicos o movimientos que los promueven, manipulan, mezquinamente utilizan… Tu escrito nos dice, mas bien nos invita a cuestionarnos:
"…Se nos plantea entonces una paradoja: ¿Se debe asumir un liderazgo basado en una imagen pulcra, sana y correcta, hasta heroica, y se ganan pequeñas y rápidas victorias que le hacen cosquillas a las creencias que generan desigualdad? O, ¿se asume la humanidad propia, con todo y defectos, y se camina un camino más largo pero más revolucionario y fortalecido?..."
Que te puedo decir, a este pais nuestro quienes realmente lo ha "cargado a hombros" no han sido esos "lideres" gestados gracias a la intervencion xtra efectiva de firmas de publicidad y relaciones publicas (¿he dicho nombre yo…?), sino ese otro monton de seres "anónimos" conocidos por todos que fraguan esa revolucion que mencionas de un modo casi imperceptible pero innegable.
Pregunta que me hago: ¿veremos alguna vez que una persona (hombre o mujer) pueda salir electo aunque haya fumado marihuana, lx hayan fotografiado en pelotas en una manifestacion universitaria, se haya practicado un aborto y/o no haya negado nunca que su orientacion sexual sea por personas de su mismo sexo biologico…? Porque una contestacion afirmativa es de lo que se trata esta "revolucion destructiva" que planteas, a la que me hago eco… por el futuro digno de mis hijxs-sobrinxs…
LiSA