Publicada en El Nuevo Día
22 de julio de 2010
Nuestro país vive hoy las consecuencias del fraude electoral del 2008. Sí, porque eso precisamente son las campañas publicitarias en las cuales los partidos políticos invierten millones de dólares para vendernos sus candidatos como se vende un producto. Un producto pulido y brillante pero hueco: un grupo de políticos sin liderazgo genuino, sin valores e incapaces de mantener la confianza de nuestra gente.
Los últimos dos años han retado nuestra democracia de manera contundente. Hace tiempo que no veíamos tantos movimientos sociales reclamando espacios de expresión pública y haciendo esfuerzos organizados para incidir en la gestión gubernamental.
Evidentemente esto ocurre porque ni la Legislatura ni el Ejecutivo responden a las necesidades del país y, peor aún, la gente ya no les cree sus anuncios, sus discursos y sus “performances” alusivos a la democracia.
Pero, ¿de qué democracia nos hablan realmente? ¿De la libertad y democracia de la cual habló el general Miles en el 1898 al invadir Puerto Rico? ¿Nos prometen, como prometió él, “la mayor suma de libertades compatible” con su definición de autoridad y violencia de estado?
Ya no estamos para escuchar sus frases escritas por publicistas.
Parecería que esta columna está fuera de tiempo: a dos años de las elecciones pasadas y dos antes de las próximas. Pero no es así. No hay mejor momento que este para mirar los resultados del fraude publicitario de las elecciones pasadas y tomar la decisión consciente de no permitir que eso se repita en las próximas.
Estamos a tiempo de trazar una raya roja sobre los nombres de todos lo políticos que no se merecen nuestros votos en las próximas elecciones. Mejor aún, estamos a tiempo de crear, desde el pueblo mismo, una visión concreta de lo queremos para el futuro y un nuevo liderazgo que nos responda a nosotros y no a partidos políticos.
El derecho a la libertad y dignidad que emana de nuestra Constitución nos ampara en este esfuerzo. Ahora nos corresponde a todas y todos darle vida a la democracia y garantizar libertad a las futuras generaciones.
Ya no podemos darnos el lujo de ser consumidoras de propaganda. Nos toca reconstruir nuestra patria.
Cuando las mujeres nos negamos a asumir el rol de princesas desvalidas que nos asigna la sociedad, inmediatamente nos convertimos en brujas y rebeldes. Pero, después de todo, ¿es tan malo ser una bruja rebelde? Reafirmar nuestra identidad, reclamar espacios para la equidad es cosa de todas... de brujas y ex-princesas.
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Ya es hora de que dejemos de estar estancados debemos estar mas alertas y realmente evaluar que y quienes son lo mejor para el pais sin que nos importe la palabreria y los juegos de escondite de los politicos. Debemos enfrerlos y realmente cuestionarles que es lo que realmente se proponen y no votar por lo que prometen solamente sino que tambien por lo que han hecho.
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