9.10.21

El derecho a envejecer en paz

Mami. Desde enero pasado es lo que ocupa cualquier retazo de mi tiempo que no sea trabajo. Mis fines de semana son de ella. La semana también: la carga mental que supone coordinar cuidadoras, médicos, gestiones, decisiones (grandes y pequeñas) y asumir la responsabilidad de todo lo que pase bajo mi mirada. No puede una distraerse sin temer consecuencias.

Y ahí voy. A la naturalidad con la que socialmente se asume que nos toca a las mujeres. De la misma manera que nos siguen tocando los niños y niñas, las personas enfermas o con discapacidad, las comunidades abatidas por los desastres y todas sus víctimas, sus hambres, sus muertes. 

Este tema no es nuevo para mí. Las feministas llevan décadas hablando de los cuidos, de la economía del cuido, de sus implicaciones en las vidas de las mujeres, en su capacidad de desarrollo y de lograr su bienestar. Pero nos queda tarea. Y mucha. Porque si aún desde todos mis privilegios y desde mi mirada alerta, el cuido de Mami y Papi me impacta, me agobia, me trastoca la vida, imaginen la vida de las demás. De las que no tienen ni una pizca de empatía en el resto de la familia, las que no pueden agenciarse una persona que apoye en el cuido o no tienen hermanos o hijos (así, en masculino) que también asuman algo de la carga. Imaginen las que apenas saben leer, no tienen auto propio, se quedan encerradas con la persona a su cargo y al margen del paso de la vida más allá de la puerta de sus casas… Me da horror pensarlas.  Pero me da más rabia el sistema que permite esto. 

No hay dignidad para la gente vieja de este país. No hay sistemas reales, robustos, coherentes y compasivos que les garanticen espacios saludables, de plenitud y de respeto a sus necesidades. Cada cual, o cada cuidadora, o cada familia, tiene que agenciarse esto como pueda. Así, como si fuera una sociedad de salvajes donde se enviaran las personas viejas al bosque a morir.  Hemos normalizado la carencia de servicios y las barreras que encontramos para recibirlos. Apostamos- como en tantas otras cosas- a soluciones individuales. 

Mami está bien. Pero con un sistema social enfocado en el bienestar, y no en el lucro de quienes operan los sistemas y planes de salud, estaría mejor. Sobrevivió un  infarto cerebral masivo (no gracias al hospital Menonita) y aunque tiene movilidad muy limitada, tiene a su alrededor una familia que la ve como alguien cuyo potencial sigue vivo. Por eso los cuidos, la dieta cuidada, las terapias (en casa porque el plan médico Menonita no la ve con ese mismo potencial), la búsqueda de información, el amor.  

Mami. Papi. Y tantas otras personas viejas que trabajaron toda la vida, llegan a este punto y hasta sus exiguas pensiones están en riesgo.

Si no les basta tener que luchar por la niñez, piensen si tampoco les basta luchar por sus madres, padres y abuelas-os. Pregúntense qué quedará luego para nosotras. Las que cuidamos y no sabemos quién cuidará de nosotras. Acá tampoco cuentan las soluciones individuales.

Yo siento tristeza. Sí. Y me agobio. Pero lo más que me pesa- y por lo que escribí- es porque estoy viendo de cerca un problema estructural, de desigualdad, de falta de equidad y derechos humanos, y el estar en este momento donde estoy no me deja fuerzas para jamaquear esa estructura desigual y violenta para adelantar el bienestar  de nuestras personas viejas y de sus cuidadoras.  Me frustro.

Seguramente yo voy a vivir esto mejor que mucha gente. Los recursos que de momento no tengo, siempre aparecen. Tengo primas y primos que trabajan en el campo de la salud y siempre me han apoyado, otros que ven una necesidad y sin preguntar, la cubren, un hermano que desde el otro lado del mundo se conectaba por horas en llamadas en vídeo mientras yo estaba con Mami en el hospital, me acompañaba y me sigue acompañando, un hijo que pasa la semana a cargo de Mami y Papi para que yo pueda trabajar, otro que estuvo también meses con ellos, cuidando, haciendo, resolviendo los dos. 

Yo estoy bien dentro de todo y creo que ni quejarme debería. Tengo fuerza, amor, recursos… También impotencia. Por el resto. Porque no está bien que esto sea así para nadie. 

Ya le daré más forma a esto. Eso espero. 

Y mi abrazo a todas las cuidadoras que han comentado. Las veo. Las quiero también. Siento profundamente que en nuestro país los últimos años de nuestras madres y padres se tengan que marcar con tanta precariedad. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Las últimas de la fila

 No recuerdo que alguien me haya dicho de niña que debía ser la última en comer. Pero lo aprendí. De adulta, al cocinar o comprar comida par...