21 de enero de 2017
Las mujeres llevamos siglos marchando.
Llevamos siglos marchando y nadie nos parará.
De miles de maneras.
En las largas filas de la migraciones impuestas por las
guerras.
En los ejércitos de voluntarias que han sanado, cuidado y
alentado a los frágiles de la humanidad en momentos de enfermedad, pobreza y
persecución.
En los pasillos laberínticos de palacios de ley y orden en
los que sus voces han debido escurrirse rendija a rendija, de oído en oído
hasta llegar a la voz autorizada por el régimen de turno para que la justicia
adelante un paso a nuestro favor.
En las multitudes que han tomado bastillas, calles, plazas y
países para exigir respeto a la vida, a la paz y a la equidad.
En los frentes de guerra por los derechos civiles de todas y
todos.
En las calles de tierra y barro de nuestra América Latina
para defender tierra y agua.
En los desiertos que cobran su cuota de vida por cada paso
que conceden en huidas necesarias.
En los mares del mundo, en barcazas de sueños y pesadillas.
En las grandes avenidas de los imperios y las estrechas
calles de ciudades caribeñas de frente, siempre de frente.
Y hemos marchado con nuestros hijos e hijas a cuestas.
Con el barrio.
Con la fe mordiéndonos las pantorrillas para detenernos con
las cadenas de las opresiones internalizadas o aguantando nuestros cuerpos
cansados cuando todo parece terminar en un callejón sin salida.
Con madres y padres recordándonos que marchar es peligroso.
Con amigas que en el camino pueden cansarse tanto que elijan
dar la espalda y trazar otras rutas.
Con amores que nos rompen el alma cuando convierten el
marchar en la semilla de ultimátums entre presente y futuro.
Con el corazón en la mano.
Con las expectativas ajenas pesándonos en el pecho.
Con el odio de nuestros enemigos como una espada que pende
sobre nuestras cabezas.
Con el dolor de otras mujeres como una carga que se asume
por puro amor.
Con la historia susurrándonos derrotas y victorias del
pasado para que aprendamos la lección.
Las mujeres hemos marchado por siglos.
Y el marchar es mucho más que andar.
Es saber y escuchar a otras que saben.
Es elegir entre lo propio y lo colectivo.
Es abandonarse a los ríos de energía que nos reclaman ser
parte de los cambios necesarios.
Es mirar el cansancio propio desde la distancia y luego
bailar la danza de las guerras que son más que sagradas, son guerras para
garantizar la dignidad de nuestras existencias.
Es contar las horas y multiplicarlas con la magia de nuestra
voluntad para estar en cada frente, cada batalla, cada acción y cada abrazo
necesario para caminar hacia la equidad, la vida y la alegría.
Es mirar de frente a quien nos amenaza y sonreír sabiendo
que venceremos su maldad.
Las mujeres marchamos por miles de razones.
Para defender nuestros cuerpos y plantar la bandera de la
autonomía frente a quienes creen que somos un producto de consumo o un animal
de granja que pare para los amos.
Para reclamar justicia para nuestras muertas y hacer eternos
sus nombres desde la voz de sus hermanas.
Para que cada niña pueda soñar.
Para que cada niña llegue a ser la mujer que tiene que ser.
Para enfrentar juntas, gobiernos y agresores que creen que
nos pueden aplastar.
Para que en las mesas de todas las mujeres de la humanidad
haya alimentos, dignidad y paz.
Para que el mundo reciba los frutos de nuestros talentos y
sea un mejor mundo para la humanidad.
Las mujeres marchamos.
Marchamos sin miedo.
Marchamos porque queremos y porque podemos.
Con rabia.
Con esperanza.
Con amor.
Y seguiremos marchando hasta la equidad.
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