Hace más de un siglo, Luisa Capetillo usó pantalones en
público y se convirtió en el centro de ataques de todo tipo. Ataques que tenían
como fundamento la noción de que las mujeres debían sujetarse a un código de
vestimenta que excluía los pantalones.
Ahora, en pleno Siglo XXI no son los pantalones de Luisa los
que causan revuelo, sino los de Karina. Cuando ya dábamos por sentado que el
uso de pantalones por las mujeres es cosa normal, una escuela de Comerío nos
recordó que en el Departamento de Educación hay un doble discurso al hablar de
equidad. Uno, el que aparece escrito en
sus cartas circulares sobre equidad, uniformes y acoso escolar. Otro, el que se
construye con actos y no con palabras y que nos habla de juicios morales,
discrimen y violencia institucional. ¿Todo eso por unos pantalones? Todo eso y
más.
A Karina se le privó de su derecho a la educación por no
usar el uniforme aprobado en la escuela. Resulta que en esa escuela el uniforme
aprobado para las niñas es el de falda y al reunirse con el Secretario de
Educación le dijeron que si desea pantalón, debe usar el uniforme de los
varones. Más allá de si a Karina le gustó o no esa opción, el punto importante
aquí es el siguiente: ni esa escuela, ni ninguna otra escuela pública de la
Isla debería prohibir el uso de pantalones a las niñas y jóvenes. Esa debería
ser una opción estándar en todo código de vestimenta escolar.
Las razones son muchas. Tenemos dos cartas circulares del
2015. Una sobre equidad en la educación y otra en la que el propio departamento
reconoce que no se debe lacerar la dignidad de una estudiante por no usar el
uniforme y que tampoco se le debe privar de su derecho a la educación. ¿Otra
razón? ¿A quién se le ocurre prohibir a una joven usar pantalones?
Entonces, apareció Karina y luego otras estudiantes de la
misma escuela para repetir lo que Luisa Capetillo tuvo que hacer antes: retar
la rigidez y la desigualdad. Retar al sistema educativo que debía existir para
liberar seres humanos y no para oprimir. Retarnos a nosotras a hacer más porque
hay más, mucho más que hacer. Esto no se trata de los pantalones. Se trata de
mucho más, de un sistema que se niega a cambiar, de funcionarias que se creen
con derecho a imponerse por encima de políticas públicas y de la incapacidad
del Secretario de hacer valer su palabra empeñada hace más de un año a favor de
la equidad. Si esto pasa por unos pantalones, ¿qué esperar del Departamento cuando
haya que trabajar por lo demás? Por cierto: ¿Cómo vamos con el currículo de
equidad y los adiestramientos a educadoras y educadores? Coquí.
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