(Cuento para un 25 de noviembre)
“El lobo vivía en una casa grande y oscura. Cada mañana, al despertar, estiraba sus
patas, saltaba de su cama y afilaba sus zarpas en una viga antigua y gigantesca
que había heredado de su padre lobo y que éste, a su vez, había heredado del
abuelo lobo. En cada generación, los
restos de las zarpas alimentaban a la viga y la hacían cada vez más
gruesa. El lobo se miraba las zarpas orgulloso
y pensaba: ‘Nada como unas zarpas afiladas para salir de caza’”.
El machismo y la misoginia no son cosa nueva en
nuestra sociedad occidental. Son el
fruto de siglos de construcción de un imaginario y unas estructuras de poder
que han logrado convertirse en algo que parece natural, pero que no lo es. La Iglesia, el Estado y el andamiaje
económico capitalista son esa viga antigua que se ha engrosado con las leyes,
la literatura, el arte, los medios de comunicación, los sistemas educativos, la
ignorancia y la complicidad de quienes ven la desigualdad pero no la combaten
porque les conviene. La desigualdad es
la gran casa oscura en la cual las sombras de la violencia y la pobreza se
deslizan como fantasmas que se tragan las vidas de miles de mujeres y de sus
familias.
“El
lobo siempre tenía hambre. El lobo
siempre tenía miedo. El lobo sabía
disfrazar su hambre y su miedo y, así, salía de cacería sin llamar la atención. De vez en cuando hasta ayudaba a alguna oveja
extraviada. También era el primero en
ofrecer ayuda cuando en el bosque otras fieras pasaban hambre o necesitaban que
alguien intercediera por ellas para obtener una madriguera en el invierno”.
Cada vez que escucho a un político machista
abogar por leyes que acrecientan la desigualdad, sé que hablan la avaricia y el
miedo. Cada vez que oigo a un líder o
lideresa fundamentalista llamar a las masas a actuar en contra de los derechos
humanos de las mujeres y de la equidad, sé que está hablando un lobo que corre
con el rabo entre las patas y que trata de recomponerse para detener el avance
de la humanidad. No quiere perder su
fuente de alimentación: ofrendas, sumisión, posición social y acceso a
capital. Pero claro que esa avaricia y
ese miedo se disimulan. Aportan recursos
a causas rosadas e inofensivas. Un
donativo aquí, un discurso inofensivo sobre el valor de la familia por acá, una
recolecta para una hermana pobre, un albergue para personas sin hogar… Parece
que hacen y no hacen nada. Construyen
una reputación que les provee la lana para su disfraz de oveja aprovechándose
de la necesidad ajena y atendiendo solamente los síntomas de la
desigualdad. Jamás sus raíces. Eso les destruiría.
“Este lobo era
mutante. Tenía el poder de convertir a
las víctimas de su mordida en pequeños perros satos que saltaban, ladraban y
jugaban a su alrededor. Eso le ayudaba a
crear un halo liviano de bondad y de filantropía. Sus perros le eran fieles y se conformaban
con los huesos roídos que el lobo les regalaba después de llenar su barriga con
la carne de las caperucitas desprevenidas.
A estos perros no les molestaba que las caperucitas fueran
devoradas. Después de todo, el lobo les
había explicado que eran malas y peligrosas”.
La violencia hacia las mujeres ha sido construida intencionalmente para
controlar sus cuerpos y mentes y con ello, su capacidad de acción. Las mujeres- vistas como instrumentos para parir y criar, servir y cuidar, obedecer y hacer- necesitan ser
mantenidas en roles que
sostengan el sistema
económico y de desigualdad en el que vivimos. Un sistema que depende de la
mano de obra y del control social para funcionar, necesita mujeres que hagan
todas esas cosas. En ese sentido, la cultura
patriarcal se nutre de la violencia sistemática hacia
las mujeres que se rebelan.
Las alecciona y las usa de ejemplo. La viga en la cual el lobo afila
sus uñas se ha engrosado con el paso del tiempo, así como el número de perros que se someten a la voluntad del machismo. Así, hombres y mujeres, editores, músicos, cantantes, pintores,
políticos, religiosos, doctores, jueces, policías y fiscales que repiten el
discurso machista y coartan la libertad de las mujeres son meras piezas menores
de un sistema que les permite sobrevivir en sus propios espacios de desigualdad
a cambio de su lealtad a los valores de opresión. Cada vez que un titular de un periódico habla
de un crimen machista y lo llama pasional, cada vez que un cantante interpreta
una canción que demoniza a la mujer que lo rechazó, cada vez que un publicista
usa una mujer desnuda para vender un producto o las presenta como mucamas, cada
vez que un policía se niega a atender una querella y cada vez que un gobernador
ignora la ineptitud de las agencias de gobierno en temas de género, se hacen
cómplices del lobo y hacen piruetas a su alrededor.
“Pero para un lobo, una nueva caperucita. No.
Mejor muchas caperucitas brujas y rebeldes. El lobo estaba tan envanecido con su poder, que no se dio
cuenta de cómo las caperucitas se estaban transformando. Largas noches de llanto, días tristes en los
cuales recogieron los huesos de sus hermanas, semanas de cuidar y recomponer a
las que habían escapado por un pelo del lobo y gritos y gritos pidiendo al
resto del bosque que vieran al lobo tal cual era, les convencieron de que
tenían que hacer algo. Seguían siendo
amorosas. Seguían siendo
solidarias. Pero su memoria colectiva
les había fortalecido para enfrentar la bestia.
No con zarpas y engaños. Al lobo
se le enfrenta con armas más poderosas. Las caperucitas sabían que no sería un
cazador su defensa. Serían ellas. Y así, las caperucitas idearon su plan…”
Todavía hay personas a las
cuales les molesta que hablemos de machismo.
No les gusta la palabra. Sienten
que estigmatiza a los hombres. Sin
embargo, molestarse por una palabra y no buscar qué significa la misma revela
que en realidad hay un prejuicio que vencer.
Al hablar del machismo hablamos de un conjunto de prácticas, de
creencias y de actitudes que consideran a las mujeres como inferiores, incapaces
y a veces hasta perversas. El machismo
es la base ideológica que sostiene la desigualdad entre hombres y mujeres y es la misma que
degrada la humanidad de las personas no heterosexuales. Desde esa desigualdad, nos asesinan de muchas
maneras cada día. El machismo es también
el responsable de las justificaciones de los asesinos confesos y de la falta de
sensibilidad de los periodistas que les ponen un micrófono al frente para que
destruyan la reputación de sus víctimas.
Las mujeres han tenido que ver durante siglos cómo el público se hace
eco de los agresores y termina juzgando a las víctimas y no a los criminales.
Así que al machismo, para
vencerlo, hay que llamarlo
por el nombre y reconocerlo. Mientras
permitamos que la noticia trivial o las voces sexistas dominen nuestra voz
colectiva, estamos dando poder a la violencia y dejando indefensas a nuestras
niñas, mujeres adultas y mujeres de edad avanzada. No les damos herramientas para defenderse, no
somos capaces de apoyarlas y creamos un estado en el cual ellas pueden sentir
que carecen de espacios para ser libres y plenas.
"Un
perro confidente alertó al lobo sobre la posible rebelión de las
caperucitas. De inmediato, el lobo
convocó a su manada y les advirtió: "Exterminemos las sublevadas pero con
gracia. llámenlas brujas, llámenlas putas, llámenlas patas, llámenlas
adictas. Asesinemos su dignidad y luego
en la noche podrán devorarlas en paz.
Nadie osará defenderlas".
Pero las caperucitas
no eran bobas y sabían qué perros y perras estaban infiltradas en los círculos
alrededor de las hogueras de reflexión.
El lobo sabía lo que ellas querían que él supiera. Estaban claras: "Al lobo no se le teme.
Al lobo se le aniquila. Cuando muere el lobo, muere la semilla que
oprime a los demás. Cuando muere el lobo, nace la paz para todas y todos.”"
Cuando las
mujeres que trabajamos por derechos humanos hablamos del machismo, lo hacemos
con plena conciencia de qué implica el término y quiénes son los que mueven la
rueda de la violencia. Reconocemos,
inclusive, cómo el machismo también oprime a los hombres al castrar su
capacidad de sentir emociones, de amar libremente, de elegir qué hacer con su
vida sin ser estigmatizados por renunciar a los privilegios que su sexo les
otorga al nacer. También reconocemos las
implicaciones económicas del pensamiento machista y cómo esa rueda de violencia
tritura a hombres y mujeres que viven en pobreza, en desigualdad racial y de
orientación e identidad sexual. Por eso
seguimos apostando a la educación, al activismo, pero muy en especial al amor
que nos sostiene en tiempos de pérdida o cuando se
recrudece la violencia institucional y social hacia nuestros grupos más
vulnerables.
"Las
caperucitas habían ganado la batalla desde el mismo momento en que perdieron el
miedo y detectaron la fuente de poder del lobo.
El lobo no sabía que en su casa se estaban criando lobitos y lobitas que
despreciaban la viga que le daba poder.
El lobo tampoco sabía que las caperucitas amaban tan intensamente a sus
hermanas, hijas e hijos que habían logrado trascender la raya que separaba a
los hijos del lobo de su propia carne y sangre.
Las caperucitas dejaron solo al lobo y su viga y luego sólo tuvieron que
sentarse a mirar cómo se desmoronaba su casa.
Fuego y oscuridad arroparon al lobo.
Él mismo sucumbió al horror de su corazón seco por el odio. Sin otros lobos que afilen sus zarpas y
alimenten la viga, ésta se secó y se quebró".
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