Publicada en El Nuevo Día
3 de abril de 2010
Si Dios existiera, nos querría libres… tan libres como para elegir si creemos en él o no, tan libres como para hacer lo correcto por puro amor al prójimo y no por temor a su ira. Desearía que usemos esa libertad asumiendo responsabilidad plena por nuestras vidas y por nuestro paso por el planeta. Seguramente, si Dios existiera, miraría con agrado a las personas que día a día trabajan para adelantar la equidad y la justicia y no les preguntaría si creen en él o no. Para él, no serían las creencias las que den la llave a la eternidad, sino los actos de amor y solidaridad.
Cerca de la semana en la cual se conmemoró el viernes santo de la fe cristiana, muchas personas hablarán de creencias y afirmarán que esa fe es la que nos define como pueblo y la que debe gobernar aún a pesar del Estado laico en el que vivimos. No puedo evitar mirar a esas personas con gran inquietud. No porque ser cristiano sea algo malo, sino porque pensar de manera tan absoluta en cuanto a una creencia religiosa implica desamor hacia quienes manifiestan su espiritualidad de otra manera. No puede existir amor sin respeto y no existe respeto cuando se quiere imponer una creencia religiosa a la fuerza.
Tal vez, ante la violencia del coloniaje, nos parece aceptable la idea de imponer a la fuerza ideas religiosas y una moral rígida que sólo beneficia a los poderosos que se aprovechan de ella. Los españoles impusieron su religión como parte del proceso de dominación de nuestra Isla y los estadounidenses reforzaron esa estrategia cuatro siglos más tarde. ¿Alguno de ellos nos hizo libres?
La verdadera libertad no está cimentada en el miedo o la imposición de creencias religiosas, políticas o sociales. La verdadera libertad, esa que permite amar incondicionalmente, nace de un proceso de transformación que nos reta a mirarnos y a mirar al prójimo con respeto.
Si Dios existiera, jamás querría vernos como ciegos seguidores de los mensajeros del miedo y de la intolerancia. Nos querría libres, con o sin él.
www.brujasyrebeldes.blogspot.com
Cuando las mujeres nos negamos a asumir el rol de princesas desvalidas que nos asigna la sociedad, inmediatamente nos convertimos en brujas y rebeldes. Pero, después de todo, ¿es tan malo ser una bruja rebelde? Reafirmar nuestra identidad, reclamar espacios para la equidad es cosa de todas... de brujas y ex-princesas.
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