25.4.06

Las mujeres hablan cuando...

A continuación les incluyo una columna que publiqué en Perspectiva de El Nuevo Día (14.abril.2006):

¿Cuándo hablan las mujeres? ¿Cuándo hablan y se les escucha de verdad, sin tener de antemano un juicio hecho sobre su inteligencia, sus motivaciones o su pertinencia? ¿Cuándo? Y ¿cuándo corre tan rápido la prensa para cubrir sus manifestaciones ante las todavía tantas situaciones injustas que les toca vivir por el mero hecho de ser mujeres? Ya es hora de que nos contestemos cuando hablan las mujeres y por qué.

El silencio que cubre como un manto de invisibilidad las acciones de las mujeres es sólo parte de una realidad que se manifiesta a través de un imaginario que apoyado por el refranero popular casi parece dar la razón a quienes aún en pleno siglo XXI continúan degradando sus denuncias de violencia, de discrimen y de hostigamiento adjudicándolas con frases como “ella se lo buscó”, “quién sabe si la maltratante era ella” y “¿de qué se queja?”.

Ante la ola de asesinatos de mujeres en este país, la reacción pública se limita a reseñar y reaccionar a cada caso particular sin preguntarse de qué otro problema más grande y más complejo es que realmente se tratan estas muertes. Yo puedo darle algunas pistas sobre ello.
A más de una década de la aprobación de la Ley 54 de Violencia Doméstica y a pesar de los esfuerzos de organizaciones de mujeres y de la propia Procuradora de las Mujeres, todavía tenemos un sistema de justicia que carga el peso de los prejuicios de sus propios funcionarios. Funcionarios que al atender a una mujer que se atreve a hablar, porque se le va la vida en ello, le cuestionan sus motivaciones y no les basta la evidencia de los golpes, del desequilibrio emocional de ellas y sus hijas e hijos y las manifestaciones de patrones de control y maltrato que éstas narran. Claro, probablemente estos mismos funcionarios piensan (sin decirlo en voz alta porque se oye mal) que las mujeres no deben hablar, y que mejor aún, no se deben ni quejar. No las ven como sus iguales, ni siquiera como seres humanas reales. Las ven como un problema.

Nuestro sistema educativo y todo nuestro sistema de valores sociales reflejados en cosas tan aparentemente independientes entre sí como un sistema de salud y un mundo laboral en el que aún no hemos logrado acomodarnos de manera equitativa, son amplificadores de las voces que se imponen a las de mujeres para acallarlas. ¿Que ya somos iguales? ¿Que ya tenemos las mismas oportunidades? Esas son las mejores y más efectivas mordazas a nuestras voces.
¿Cuándo se escucha a las mujeres que hablan? Asesinan seis mujeres en incidentes de violencia doméstica y no se nos pregunta qué opinamos, qué denunciamos, qué exigimos. Se silencian las iniciativas de denuncia de nuestras líderes tanto en la esfera pública como privada y por otro lado se le da voz, con todo y micrófonos, a hombres que hablan sin sentido ni razón pregonándose víctimas de un sistema que por siglos ha sido su aliado y que apenas ahora está comenzando a equilibrarse a favor de la justicia. Esas voces disonantes que se contraponen a las voces de aquellas que claman por una justicia real se amparan y se alimentan de valores y creencias que no hacen bien al país.

Esto no se trata de quién grite más, ni de quién merece ser acallado. Se trata de respetar las diferencias, de aceptar que aún nos queda mucho por avanzar para alcanzar la justicia social y económica que tanta falta nos hace y de respetar la vida y la dignidad humana de todas y de todos los habitantes de esta nación en la que nos tocó convivir.
Las mujeres hablan cuando tienen que hacerlo. No cuando se nos da permiso, sino cuando las circunstancias lo ameritan. Algunas lo posponen hasta que la urgencia las obliga, otras rompen su silencio con un grito desgarrador cuando ya sus espíritus no dan para más. Muchas aún callan. De lo que no queda dudas es que ya es hora de hablar.

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