Publicada en Voces/El Nuevo Día
14 de julio de 2008
Si existe algo capaz de desgastar el futuro de un país y su capacidad de superar los retos que nos agobian como pueblo, es la indiferencia. Esa misma que nos hace pasar por alto que en Puerto Rico la pobreza vive entre nosotras- no invisible como algunas alegan- sino intencionalmente obviada por la sociedad. Desde la indiferencia, podemos vivir toda una vida consumiendo el ambiente o ver cómo aumentan las estadísticas de muertes violentas para luego cerrar el periódico, como si nada, y seguir con nuestras vidas.
Ser indiferente es no sentir emoción alguna por lo que nos rodea. Es estar tan concentradas en nosotras mismas que anulamos cualquier preocupación por otras personas. Ser indiferentes es despreciar la humanidad, sin saber que a la vez estamos despreciando nuestro ser interno. Es así como a veces ni siquiera sentimos indignación por las injusticias, la falta de equidad o la pobreza…
Hay distintos grados de indiferencia. Mientras algunas personas no se inmutan con lo que pasa a su alrededor, otras pueden llegar a sentir cierto grado de conmoción con algunos sucesos del país. Es ahí cuando opinan, pero no actúan. La indiferencia mata la intención de actuar ante lo que las conmueve. ¡No basta con opinar! La opinión sin acción es una mera ilusión para paliar la conciencia interna que nos alerta sobre la necesidad de actuar solidariamente.
Pero, contra el imperio de la indiferencia, la rebelión de la solidaridad y de la responsabilidad compartida. Así es. En Puerto Rico, ningún movimiento o sector puede, por sí solo, cambiar las condiciones de vida del resto del país. Este país mejorará cuando cada persona que lo habita se sienta personalmente aludida por lo que pasa. Cuando el interés por los demás supere el interés desmedido en lo propio. Cuando se comprenda que el bienestar común es la mejor garantía de un bienestar real e integral para cada ser humano.
Contra la indiferencia y el desprecio el mejor antídoto es, a fin de cuentas, el amor por la vida y el compromiso genuino con las demás personas. Elijamos dejar a un lado la indiferencia. Elijamos la acción solidaria.
Cuando las mujeres nos negamos a asumir el rol de princesas desvalidas que nos asigna la sociedad, inmediatamente nos convertimos en brujas y rebeldes. Pero, después de todo, ¿es tan malo ser una bruja rebelde? Reafirmar nuestra identidad, reclamar espacios para la equidad es cosa de todas... de brujas y ex-princesas.
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