Hay un muro muy inestable separando a nuestras iglesias de nuestro gobierno. A veces es sólido e impenetrable. A veces es transparente y liviano y se abre para dar paso libre al otro lado. Algo así sería una incógnita para la ciencia. Un material cuya densidad cambia a voluntad de una de las partes y según su conveniencia. Es inestable y frágil. Pone en peligro nuestra democracia y nuestra capacidad política de proteger los derechos humanos de nuestra gente.
En estos días las iglesias clamaron para que se respetara el principio de separación entre “Iglesia” y “Estado”. Se movilizaron rápidamente y en bloque para exigir al Departamento de Hacienda que se les exima del registro requerido para el impuesto sobre el consumo. Ese día el muro que separa ambas fuerzas se hizo sólido e impenetrable.
Algo sorprendente, porque son esas mismas iglesias las que abarrotan los pasillos del capitolio e invaden oficinas gubernamentales tratando de decir a ese mismo “Estado” cómo y cuándo legislar con relación a temas como las uniones de parejas del mismo sexo, el aborto, la distribución de fondos para asuntos sociales y muchos otros. Esas son las ocasiones en las que el muro se convierte en una mera línea, confusa y borrosa. Casi invisible. Franqueable. Así sucedió en mayo pasado con el cierre gubernamental cuando pidieron intervenir en nombre de la Paz pero sin dejar de lado sus discursos religiosos particulares.
En nuestro país conviven múltiples creencias religiosas. Algunas no son cristianas e inclusive hay quienes se autodenominan ateos. Esto nos obliga a reforzar urgentemente el muro que separa a la “Iglesia” del “Estado”. De lo contrario estaríamos imponiendo a la ciudadanía legislaciones y decisiones basadas en principios religiosos y no en principios que partan del bien común, la salud pública, la justicia social. ¿Hay creencias religiosas más correctas que otras? Sería un error tratar de decir algo así. Sin embargo, su enseñanza y práctica deben limitarse al ámbito al cual pertenecen y no pretender ser impuestas al resto de la sociedad desde ese “Estado” contra el cual acaban de levantar la defensa de separación.
Cuando las mujeres nos negamos a asumir el rol de princesas desvalidas que nos asigna la sociedad, inmediatamente nos convertimos en brujas y rebeldes. Pero, después de todo, ¿es tan malo ser una bruja rebelde? Reafirmar nuestra identidad, reclamar espacios para la equidad es cosa de todas... de brujas y ex-princesas.
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