Dentro de la mentalidad polarizante y antagónica que tanto se promueve en la actualidad, es fácil que las personas concluyan que ser feminista equivale a odiar a los hombres y a desvalorizar su rol como padres. Se piensa que al defender los derechos humanos de las mujeres lo que se pretende es lograr una supremacía femenina que anule todo lo masculino, incluyendo sus derechos humanos. Nada más lejos de la realidad. Eso sería contradictorio y ajeno a los principios que deben ser el norte de las nuevas líderes de nuestras comunidades.
Esta polarización por género provoca que se defiendan rebajas de pensiones y custodias compartidas desde un apasionamiento que se agrava por el desconocimiento de las dinámicas sociales y culturales que por siglos moldearon una percepción injusta y distorsionada de la paternidad. Lo peor es ver, cómo esos mismos defensores recurren al ataque indiscriminado de la figura femenina poniendo de manifiesto los prejuicios y estereotipos por género que aún nos carcomen desde el interior de nuestra sociedad.
Una gran lección que aún tiene que aprender nuestro país al enfrentarse a estos controversiales temas, es que para generar una cultura de paz, hay que reevaluar la concepción tradicional de la paternidad para que esté a la altura del siglo que vivimos. Algo ya hemos avanzado, pues existen miles de maravillosos hombres que asumen sus roles como padres desde el amor, la responsabilidad plenamente compartida y el compromiso legítimo con el bienestar de sus hijos e hijas. Pero aunque eso es bueno, aún falta mucho más por hacer para que ellos dejen de ser la excepción y se conviertan en la norma.
Para que exista una paternidad que esté a la altura del siglo XXI tiene que existir una voluntad colectiva de deconstruir lo aprendido en cuanto a cada sexo. Tiene que existir el deseo de liberar a los propios hombres de las cadenas emocionales que le imponen los estereotipos por género. Tiene que existir un genuino amor hacia nuestras familias para que seamos capaces de enfrentar los conflictos y las diferencias desde una mentalidad abierta al diálogo. Y eso, mujeres y hombres, es tarea de tod@s...
Cuando las mujeres nos negamos a asumir el rol de princesas desvalidas que nos asigna la sociedad, inmediatamente nos convertimos en brujas y rebeldes. Pero, después de todo, ¿es tan malo ser una bruja rebelde? Reafirmar nuestra identidad, reclamar espacios para la equidad es cosa de todas... de brujas y ex-princesas.
19.6.07
5.6.07
No sólo de travestis se trata

En la parada de Orgullo Gay del pasado domingo caminaron personas que se sientieron identificadas con la igualdad y la justicia. No tiene nada de malo ser travesti, pero la comunidad lésbica, homosexual, bisexual, transexual y transgénero (LHBTT) es mucho más amplia y diversa. En ella coexisten personas de todas las clases sociales, de distintos niveles educativos, de ideologías políticas variadas y de razas y fisionomías contrastantes entre sí. La homosexualidad en su definición amplia no es sinónimo de travestis. Es meramente sinónimo de humanidad.
¿Podemos tolerar la idea de que la orientación sexual de una persona la excluya de derechos y de oportunidades? ¡No! Así como tampoco podemos tolerar la idea de que un ser humano es menos ante la ley porque otros tienen tal cantidad de prejuicios en sus mentes y corazones que le privan intencionalmente de la igualdad. Así se discriminaron mujeres, negros/as y obreros/as en el pasado. Ya es hora de decir: ¡No más! La equidad debe hacerse una realidad y no es negociable.
Este año la marcha por la igualdad cobró mayor relevancia porque se marchó por nuestras familias y con nuestras familias. Para que cada familia de este país pueda sentirse amparada por el Código Civil. También marchamos para denunciar la homofobia y reclamar acción gubernamental. Para que se responda a las denuncias hechas por la Comisión de Derechos Civiles sobre el discrimen por orientación sexual en las agencias de gobierno. Marchamos para que se atiendan a los pacientes VIH+ que están siendo privados de medicación. Para que se les valide su derecho a vivir.
Tristemente hay personas que se atreven a marchar para validar el odio, los prejuicios y la intolerancia. Yo invito a la gente de este país a que se atrevan a luchar para validar el amor, el respeto a la diversidad y los derechos humanos de la comunidad LHBTT. ¡No sólo de travestis se trata! Se trata de seres humanos, que como usted, sólo están exigiendo que se les trate con dignidad.
¿Podemos tolerar la idea de que la orientación sexual de una persona la excluya de derechos y de oportunidades? ¡No! Así como tampoco podemos tolerar la idea de que un ser humano es menos ante la ley porque otros tienen tal cantidad de prejuicios en sus mentes y corazones que le privan intencionalmente de la igualdad. Así se discriminaron mujeres, negros/as y obreros/as en el pasado. Ya es hora de decir: ¡No más! La equidad debe hacerse una realidad y no es negociable.
Este año la marcha por la igualdad cobró mayor relevancia porque se marchó por nuestras familias y con nuestras familias. Para que cada familia de este país pueda sentirse amparada por el Código Civil. También marchamos para denunciar la homofobia y reclamar acción gubernamental. Para que se responda a las denuncias hechas por la Comisión de Derechos Civiles sobre el discrimen por orientación sexual en las agencias de gobierno. Marchamos para que se atiendan a los pacientes VIH+ que están siendo privados de medicación. Para que se les valide su derecho a vivir.
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