11.4.17

¿Candidata yo? A un año de lanzar una candidatura


Hoy hace exactamente un año que anuncié de manera oficial mi candidatura a senadora por acumulación con el Partido del Pueblo Trabajador. Un año.

En medio de la campaña, ese año corría para mí en dos velocidades paralelas. Una, vertiginosa, la que me avasallaba cuando miraba la agenda de trabajo y veía volar los días sin tener tiempo para hacer todo lo que consideraba necesario: concretar alianzas, visitar comunidades y pueblos, escuchar la gente, revisar datos, repensar propuestas, pasar tiempo con mis hijos, mantenerme en contacto con mi hija, visitar a mi madre y padre, trabajar y ganarme el sustento, preparar a Matria para los cambios de gobierno, descansar,  entender el partido, conocer su gente maravillosa, cuidarme, ser responsable, amar y dejarme amar  y superarme a mí misma. La otra velocidad era lenta, muy lenta, esa que se nos atraviesa en el medio cuando queremos superar una etapa, completar la tarea o el viaje y llegar por fin a un área de descanso que nos permita, al menos, dormir.

Andar con dos velocidades encima nos divide. Como también nos dividen las emociones y pensamientos que corren en todas direcciones cuando una decide lanzarse en una aventura como esa. Ya más adelante y con más calma podré escribir de la experiencia. Pero hoy quería celebrar ese año con sus luces y sus sombras.

Durante ese tiempo, aprendí que el mundo político partidista se parece más de lo que una quisiera al mundo político de los feminismos y de las luchas por otras causas sociales. Que en ambos mundos una se encuentra gente que es capaz de amar a pesar de las diferencias y de estar en bandos distintos y también nos encontramos con gente que es capaz de desamar porque carece de la capacidad de ver a los seres humanos más allá de alguna idea o una teoría de izquierda o derecha. El corazón se me rompió de muchas maneras. Y ese mismo corazón supo regenerarse alimentándose de los pequeños milagros de solidaridad y buena voluntad que presencié cada día.

Aprendí de las solidaridades genuinas, las que nacen del corazón de quienes eligen caminar estos procesos con una porque creen que podemos cambiar el mundo. Y no se equivocan. Lo cambian caminando y haciendo. Como siempre se ha hecho. Quienes se equivocan son quienes eligen mirar desde la orilla y se dedican a coleccionar augurios de derrotas y listas de razones para no hacer, no trabajar y no salir de las rutinas que les llevan a pensar que las revoluciones se encienden desde un post de facebook y una fila de maldiciones cada vez que la vida les obliga a mirar el mundo que nos tocó vivir.

Aprendí de los silencios.  De los que nacen de la falta de valor, de los que incuban desencuentros, de los que se usan como arma y de los que sirven para construir complicidades perversas. También aprendí de los silencios que se usan para dar espacio a otras voces, de los que son necesarios para aprender a escuchar y de los que guardan secretos valiosos para que las estrategias de trabajo por la equidad sean protegidas de todo mal... Hay silencios que nacen de la mezquindad. Otros que nacen del amor. Yo elijo los del amor.

Aprendí de derrotas y victorias. Y no son las derrotas electorales las que más me preocupan, sino las morales. Las morales preceden a las electorales, ¿o será a la inversa? Son dos serpientes que se devoran mutuamente. En cada visita o reunión de esos meses, veía la derrota de la gente que perdió la esperanza y que se derrota a sí misma y al futuro del país aunque vote por quien luego gana las elecciones. Suerte que entendí que por cada persona derrotada, hay una que ve las victorias grandes y pequeñas y las celebra para levantarse al día siguiente a trabajar. Con o sin Trump. Con o sin Junta de Control Fiscal. Con o sin votos. Con o sin aplausos.

Aprendí (bueno eso ya lo sabía), que la democracia no es votar cada cuatro años, sino resistir, luchar y soñar entre ellos. Y todo eso lo cargo y lo sigo pensando para ser justa con lo que diga y no ser otra pesimista que masculla maldiciones para desalentar a quienes creen en partidos y los impulsan, o no creen en ellos pero buscan otras herramientas, o quienes se van a la huelga, o quienes no pueden irse a la huelga pero la apoyan, o quienes ¡punto!, ya eligieron desde su corazón levantar al país por cualquier medio necesario y cualquier costo personal.

A veces me preguntan si valió la pena el trabajo. Si valió la pena dejar de ganar un salario completo e invertir los ahorros en la aventura. Me preguntan si me dolieron las pérdidas de amistades o si me arrepiento de haber decidido aceptar una candidatura. Pero, ¿cómo arrepentirme de aprender, de conocer tanta gente buena, de salirme del círculo pequeño de mis causas para adoptar causas más amplias? ¿Cómo arrepentirme de abrir los ojos si ahora veo más allá de mis reducidas fronteras de conciencia? ¿Pero es que alguien puede arrepentirse de tomar el fruto del árbol del conocimiento? Si para eso es la vida...

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