24.3.13

Tres monitos y un ser humano

Publicada originalmente en 80 Grados

La imagen de los tres monitos tapándose la boca, orejas y ojos no es graciosa. Es dolorosa. Por cualquier lado que la miremos.  Si la interpretamos como una alusión a la indiferencia, duele.  Si la vemos como una respuesta a la censura, también.  Si es un reflejo del miedo a saber y hacer, peor aún.  No hay forma de que me provoque risa, en especial, cuando miro a mi alrededor y veo miles de monitos y monitas columpiándose en las ramas de nuestra “democracia”.

No culpo a los tríos de la ceguera, la sordera y el silencio. Puedo entender el temor.
Abrir los ojos equivale a entrar en un estado de insomnio permanente.  Lo dicen las feministas y también otros grupos que laboran por los derechos humanos y otras causas que nos atañen como parte de una humanidad desigual.  Cuando la conciencia despierta, detectas el dolor ajeno, sientes el de tu corazón, te indignas con las desigualdades y ¡pum!, pierdes los párpados. Tu mirada jamás vuelve a ser la de antes.  Eres incapaz de cerrar los ojos.  Solo te quedan las manos para dar descanso a la mirada y aun a través de ellas, sigues percibiendo el mundo que tenemos.

Así es como cada anuncio, cada gesto, cada palabra escrita, cada imagen y cada cambio de estación se convierten en una sucesión de recordatorios de lo que nos queda por hacer.  No puedes ignorar la pobreza que te espera en un semáforo, no puedes desviar la vista de la destrucción de la tierra, no puedes dormir plácidamente las noches en las que sabes que los cielos tienen más balas y muertes que estrellas.  Una vez despierta tu mirada, tu cerebro te obliga a asumir responsabilidad.

¿Quién querría ver? Bueno, pues yo quiero ver. Prefiero el insomnio a vivir la vida como un sueño. Y desde ese insomnio, quiero ser testigo de la belleza que nace de la valentía de quienes se comprometen a ver y actuar.  Quiero ver los amaneceres coloridos de una era de equidad.  Quiero seguir viendo las imágenes de solidaridad y amor que tanto me conmueven.

Escuchar es tan terrible como ver.  Cuando escuchas de manera activa, comienzas a reconocer los ritmos del machismo, el clasismo, el racismo y la homofobia que antes parecían canciones de cuna o juegos para niños.  Ya no te place tararear “chequi morena”, escuchar una vieja canción de salsa o repetir una oración a padres que no son nuestros porque hemos tenido que renegar de las desigualdades que nacen de su nombre.

Cuando escuchas, el sonido invade tu cabeza y se instala en tus sentidos una vibración permanente que deconstruye las palabras que te zumban alrededor.  Las palabras que antes te conformaban, ya no sirven para tranquilizarte. Los “te amo, pero no te acepto”, los chistes “inofensivos”, las promesas de apoyo que se quedan en el aire, los discursos escritos por oficiales de prensa y los rezos que no has pedido, solo sirven para acunar el insomnio.

¿Quién querría escuchar? Yo quiero escuchar. Quiero saber lo que se esconde en las palabras. Quiero desentrañar las claves de desigualdad que subyacen a las palabras de quienes se creen superiores a la humanidad y elaboran discursos de odio.  Quiero alimentarme de la belleza de las palabras de amor y de bondad que se esmeran en una carrera de vida o muerte para llegar a los oídos del resto de las personas.

Y hablar. ¿Cuánto cuesta hablar? Cuesta empleos. Cuesta rupturas familiares. Cuesta el convertirse en objeto de violencia y discrimen.  Pero hablar, desde la sonoridad de las palabras a las que damos vida con nuestra voz y nuestras letras escritas, es también una forma de vivir el insomnio y de transformar el zumbido que nos puede torturar desde la persistencia de lo cotidianamente injusto. Cuando hablamos, transformamos las imágenes y les reasignamos significado. Creamos canciones y poesías que vibran en la frecuencia de las luchas que abrazamos. Hablar, y hablar con la clara intención de hacerse escuchar para crear un campo de resonancia social, es un modo de caminar y acompañar a quienes nos importan.

¿Quién querría hablar a pesar del costo? Yo quiero hablar. Hablar y actuar. Hablar y acompañar.

Hay tres monitos tristes y temerosos de la censura social, patronal y gubernamental. Hay otros tantos conspiradores que viven su insomnio sabiendo lo que está mal en nuestro sistema y esforzándose por silenciar a quienes escuchan, ven y hablan.  Silencian quitando derechos, recortando fondos, destruyendo reputaciones y lanzando distracciones que sepulten en un mar de palabras vacías las palabras valientes y honestas. Pero por cada monito y por cada conspirador hay un ser humano que elige ver, escuchar y hablar. Y a esos, no los pararán.

7.3.13

Ella, aquella y la otra

Publicada en El Nuevo Día
6 de marzo de 2013
 
“Toda mujer ya liberada que acepte con complacencia su situación de privilegio, se hace cómplice y partícipe de la opresión de las demás mujeres”.
Susan Sontag 

A veces hay que hablar con el corazón abierto.  Hablar de aquellas cosas que nos dan vida y de las otras que nos cortan la respiración.  Hablar de lo que nos pone una sonrisa en los labios y de lo que nos indigna o nos agobia con una tristeza profunda.  No es fácil.  Pensamos, sentimos emociones y buscamos entender el mundo desde el espacio personal en el cual nos colocan nuestras experiencias de vida.  Sin embargo, el presente que vivimos y que construimos desde nuestras palabras o silencios construye a su vez las experiencias de vida de otros seres humanos y su futuro. 

Hablar- y escuchar- con el corazón abierto es hoy, en nuestra Isla, un ejercicio urgente.  Conmemorar el Día de las Mujeres desde lo que nos dice el corazón es cuestión de vida o muerte.  ¿Qué nos dicen nuestros corazones un día como hoy?  ¿Qué nos dicen de lo correcto o de lo justo para otras mujeres? ¿Qué nos dicen de ella, de aquella o de la otra?  ¿De esas mujeres que no somos nosotras mismas y son a la vez parte de nuestro destino colectivo? 

Este 8 de marzo es un Día de las Mujeres que nos exige corazones fuertes y rectos.  Corazones que abracen palabras de libertad y que las dejen salir impulsadas desde el amor.  Este año, el 8 de marzo es un día para visibilizar y honrar a las mujeres que son lesbianas, bisexuales, transexuales o transgéneros (LBTT).  Ellas, aquellas y las otras… las innombradas en muchas de nuestras propias familias, las rechazadas, las violentadas, las que viven escondidas de sí mismas, las que han escuchado cómo se les llama pecadoras, abominaciones, errores de algún dios que alguien se inventó, las que lloran sentencias que les niegan la maternidad.  Un corazón abierto al amor y la justicia no es capaz de escatimar la libertad y el respeto a otro ser humano.   

Ella, aquella y la otra son tal vez alguna hermana, alguna tía, alguna hija o alguna amiga.  Somos quizás nosotras mismas.  La desigualdad y el discrimen que viven mujeres LBTT provocan sufrimiento.  Esa desigualdad no es producto de una elección personal o de una preferencia.  Esa desigualdad es producto de nuestra incapacidad como sociedad de aceptar que hay otras formas de amar y de construir una vida. 

Desde mi corazón, hoy celebro con alegría y amor los logros de las mujeres a través de la historia.  Celebro la vida de cada una de ellas: niñas, jóvenes, adultas y viejas.  El Día de las Mujeres es, más que nada, un día de conmemoración de luchas y de celebración de victorias.  Hemos ganado muchas batallas, tenemos miles de heroínas, hemos vencido la esclavitud que trataron de sembrar en nuestros espíritus y nuestras mentes. 

Pero también desde mi corazón, pido hoy que otras mujeres den un paso al frente y abran un espacio a su lado para ellas, aquellas y las otras sin importar su orientación sexual o identidad de género.  Pido que hagamos frente común para apoyar los proyectos de ley que están en proceso de aprobación y que garantizarían igual protección para todas nosotras en casos de violencia doméstica (PC488) y cero discrimen por orientación sexual o identidad de género (PS238).  Se nos va la vida en esta lucha.  Las luchas de las mujeres estarán incompletas sin una mirada de inclusión, respeto y amor a quienes pertenecemos a las comunidades LHBTT.   

Pido, entonces, un mar de corazones valientes que digan: Somos todas, queremos equidad. 

Las últimas de la fila

 No recuerdo que alguien me haya dicho de niña que debía ser la última en comer. Pero lo aprendí. De adulta, al cocinar o comprar comida par...