25.11.23

Las últimas de la fila

 No recuerdo que alguien me haya dicho de niña que debía ser la última en comer. Pero lo aprendí. De adulta, al cocinar o comprar comida para mi familia u otras personas, me servía al final. Luego de que todo el mundo comiera. A veces hasta comía de pie, a la orilla del grupo. Sin pensar por qué lo hacía. ¿Etiqueta? ¿Bondad? ¿Amor al próximo? No. Aun las feministas podemos ser excelentes alumnas del machismo y ponernos al final de la fila. Ese es el lugar asignado a las mujeres y nos ponemos en él sin pensarlo dos veces.  Las capas de desigualdad son tantas que quitárnoslas de encima nos puede tomar toda la vida. No tienen que decirnos que ese es nuestro lugar, nos lo enseñan día a día, desde nuestra infancia, con los ejemplos que nos dan otras mujeres, con las críticas que escuchamos hacia las que se rebelan o con las miradas de reprobación cuando nos pasábamos de la raya. 

La gente nos mira con aprobación cuando caminamos solitas y sin que nadie nos mande al final de la fila. No solo cuando nos quedamos sin comer. También cuando nos privamos de descanso para asumir la carga mental de la casa. Cuando renunciamos a nuestras carreras y activismo para cuidar crías o personas viejas. Nos dan palmaditas a la espalda y nos reconocen porque hacemos lo correcto. “La familia es primero”, como si nosotras fuéramos un apéndice de la familia y no una persona que merece también ser la primera.

Cuando vamos al mundo público, también hay una expectativa- en las derechas y las izquierdas- de que nos pongamos al final de la fila. A veces de manera literal en las interminables asambleas donde tenemos que escuchar por horas las peroratas de los hombres que todo lo saben, que se sienten como pez en el agua filosofando sobre política y que tienen todo el tiempo del mundo para turnos de micrófono porque claro, hay alguna mujer cuidando su casa, su familia, su agenda, su dieta y hasta su imagen. 

Las filas en los micrófonos son como las de nuestros derechos. Si los reclamamos somos impacientes, si levantamos banderas rojas frente a amenazas somos egoístas, si no pedimos permiso para hacer lo que creemos necesario somos tercas y nos merecemos no solo estar al final de la fila, sino quedarnos solas con nuestras luchas personales o políticas al hombro. “Bueno que les pase por querer colarse en la fila”. 

Ser las últimas de las filas de la vida es lo que nos mata. 

Ser las últimas de la fila de la educación, del descanso, de la salud, de los empleos dignos, del techo seguro y de la participación política nos hace invisibles. Es lo que le resta valor a nuestro tiempo y a nuestros sueños, lo que nos deja pobres. Lo que sostiene la división sexual del trabajo.

Ser las últimas de la fila es lo que le regala el mundo a los hombres y los pone en el centro de todas las decisiones públicas, las decisiones familiares, las decisiones sobre lo que es apropiado que nosotras reclamemos y hasta en las decisiones sobre nuestros cuerpos.

¿Qué mayor violencia hacia nosotras que mantenernos al final de las filas de la vida? Sea por ignorancia o por ideología, es violencia y ya no deberíamos tolerarla.

Un día como hoy es un día político. Para señalar estas violencias. Para empezar a mirar a quienes a nuestro alrededor mantienen una estructura social que es feminicida y profundamente desigual. 

Si vamos a llorar a nuestras muertas, hagámoslo con rabia. Con rabia y determinación. La pena no salva vidas. Las luchas feministas sí. 

Pd. Hoy es el Día Internacional de No Más Violencia Contra las Mujeres. Mujeres. Quitarnos del nombre del día para hablar de violencia de “género” también nos pone al final de la fila. Ahora también los hombres se cantan víctimas de la violencia de género. Los primeros de la fila…


#25N #NoMásViolenciaMachista #nomásviolenciahacialasmujeres

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