16.4.19

¿Qué les pasa a los cristianos que no se rebelan?


[Una nota de semana santa]*

Esta pregunta me ronda constantemente la cabeza: ¿Qué les pasa a las personas cristianas de este país que no se rebelan? Se preguntará usted: ¿Contra qué? Y yo realmente, podría exponerle una larga lista de causas que ameritarían esa rebelión y una larga lista de instituciones que ameritan ser repudiadas. En serio. Y más aún en una semana como esta.

¿No es acaso suficiente el secuestro de su fe por un grupo de llamados líderes cristianos que se empecinan en imponer al resto una sola manera de ser y de pensar?

La gente cristiana de este país está secuestrada por fariseos y falsos profetas. Esos mismos que hablan de una moral única que descarta y sella como pecado la mayor parte de las experiencias y emociones del resto de sus hermanos y hermanas cristianas. ¿Serán perfectas esas falsas profetas? ¿Estarán libre de pecado esos fariseos? El mundo cristiano sabe que no. Y sin embargo, esos fariseos y falsos profetas ocupan los templos junto a los mercaderes del mundo político. Comparten los altares y negocian indulgencias. Hacen ayunos y cobran diezmos.  Se hartan de lujos y nos llaman a la austeridad. Mezclan al César y a Dios. ¿Qué les pasa a los cristianos y cristianas que no se rebelan?

¿No deberían rebelarse quienes tienen hambre y sed de justicia?

Vivir la doctrina cristiana debería ser sinónimo de amor por la justicia, de consolar a quienes sufren y de dar refugio a las personas perseguidas. El cristianismo, ese que apuesta a la felicidad de servir y de amar, no debería sujetarse a los prejuicios, al racismo, al clasismo, al machismo ni a la homofobia. No ahora. Tampoco antes. Menos aún en el futuro.

De la misma manera que los cristianos y cristianas del pasado se atrevieron a retar falsos mandatos que justificaban la esclavitud, el genocidio, la violencia hacia las mujeres y la segregación racial, el cristianismo del Siglo XXI está llamado a cuestionar los valores de sus iglesias y resignificar los conceptos de justicia, equidad y paz.

En el siglo que nos ha tocado vivir, no debe haber cabida para liderazgos carcomidos por el prejuicio y que predican en contra de quienes claman justicia. ¿Perseguir o ser perseguidos? Admitamos que en nuestro mundo, el cristianismo fundamentalista es un perro rabioso que ataca a mordidas a las personas justas, a quienes tienen sed y hambre y a quienes necesitan consuelo. Es un perro rabioso que devora todo y a veces es una piara de cerdos que se lanza al precipicio con tal de no enfrentar los cambios necesarios para un mundo de paz.

No dejen solas a las mujeres y hombres de su fe que se atreven a hacer frente al fundamentalismo y a las estructuras que nos oprimen. No dejen solas a las personas perseguidas por querer saciar su hambre y sed de justicia. ¿Qué le pasa al pueblo cristiano que no se rebela?

¿Y qué de rebelarse por amor al prójimo?

El amor al prójimo, como eje del pensamiento cristiano, se ha convertido en un eslogan vacío: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Y mientras este eslogan se repite, se imprime en tarjetitas y se canta en los coros, las acciones de miles de mal llamados cristianos sólo demuestran desamor hacia el prójimo que debería ser una extensión de su ser y de su dios.

Desaman cuando olvidan que el libre albedrío es una regla básica de su fe y confabulan para quitar derechos humanos elementales a quienes tienen otras creencias.

Desaman y odian cuando señalan con dedo acusador al prójimo que no se somete a sus interpretaciones sobre moral.

Desaman cuando se alegran del sufrimiento ajeno y juzgan a las víctimas de delitos.

Desaman cuando deciden olvidar las enseñanzas revolucionarias del cristo y se aferran a los viejos escritos que le precedieron. Lanzan piedras, crucifican, coronan de espinas a las víctimas de las desigualdades y reciben con ramos de palma a quienes ejecutan desde el gobierno sus sentencias de muerte y pobreza. ¿Qué les pasa a los cristianos que no se rebelan?

¿No habría que rebelarse para detener la muerte y la pobreza?

Vivimos en el tiempo de la oscuridad que se extiende por todos nuestros hogares transformada en violencia hacia las mujeres, el abuso infantil, el abandono de personas ancianas y enfermas, el descarrilamiento de la juventud que se cría sin guías, la pérdida de la seguridad personal y colectiva, la pobreza, el miedo y la desesperanza. Esa oscuridad no emana de las mujeres, ni de las personas LGBT, ni de la niñez o la juventud, tampoco de las personas viejas o de quienes usan drogas.

La oscuridad que se extiende por todo el país viene de la corrupción y de quienes son cómplices de la guerra contra nuestro país fomentando la ignorancia y dividiéndonos, acentuando diferencias, haciéndonos temer unos de otros, llevándonos a pensar de manera egoísta. Si quienes hablan de cristo lo hacen desde la soberbia, la ira, la avaricia, la gula y la lujuria, ¿qué recibe el pueblo cristiano? Agresiones a su espíritu, la aniquilación de su ser interno, la explotación financiera en diezmos innecesarios, la privación de recursos para una vida digna, casos de abuso infantil encubiertos por la estructura de las iglesias, falta de paz interna y un estado permanente de terror producido por falsas prédicas apocalípticas. Hablo de una oscuridad tan densa que inmoviliza.

Si la gente cristiana de Puerto Rico sabe todo esto, ¿qué les pasa que no se rebelan? ¿Qué les pasa que dejan morir la luz de la esperanza ahogada en los infiernos de la desigualdad y la violencia?  Ni iglesias ni gobiernos tienen el poder para detener los reclamos de paz, equidad y justicia que resuenan en la cabeza de miles de personas a lo largo y ancho del país. ¿No es hora ya de decir basta a los falsos profetas de la desigualdad? La sumisión no es alternativa. Para nadie. Ni para personas cristianas, ni para musulmanas, budistas, santeras, espiritistas, brujas, ni ateas. La agenda de equidad no conoce de fronteras. Sólo conoce de amor al prójimo y de humanidad.

*El uso de minúsculas es intencional



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