Voces, El Nuevo Día
17 de julio de 2007
Acabo de dar la vuelta a la Isla. Por puro placer y para ver de primera mano qué tal nos va. Es así como vi pueblos con plazas llenas de árboles y fuentes y otros con apenas un pedazo de cemento intransitado y polvoriento. Debo decir, sin embargo, que el tener que hacer innumerables transiciones entre dimensiones paralelas y totalmente distintas entre sí fue un poco agotador. Sí, porque Puerto Rico ya no es sólo un país multipisos. Es también un país multidimesional en el cual viven lado a lado la pobreza con la riqueza, los buenos hospitales con la falta de un dispensario decente en el cual la gente pueda atenderse, los grandes y buenos colegios con las deterioradas escuelas públicas, los espacios de recreación hermosos con los espacios descuidados y llenos de escombros, la belleza con la fealdad, la enajenación con la chocante realidad que vive más de la mitad del país.
Teniendo tantas dimensiones palpables, la pregunta es: ¿Por qué el gobierno y otros sectores privados que dominan la economía insisten en buscar soluciones unidimensionales para todo? ¿Por qué tantos puertorriqueños creen en esas soluciones?
Las múltiples dimensiones paralelas del país no son fáciles de ignorar cuando se tienen ganas de vivir en una nación de justicia y equidad. Y ya las comunidades lo saben. Llevan años trabajando afanosamente para trascender las líneas que les separan de las otras dimensiones y exigir respuestas para sus propias necesidades. Trabajan para crear puentes para un desarrollo económico comunitario y autosustentable. Un desarrollo que sí es multidimesional, humano y ambientalmente amigable. El que puede cambiar el futuro del país entero y no sólo el de unos pocos. Contrario a lo que se dice para desanimar estas iniciativas, en Puerto Rico la gente sí quiere trabajar.
Creo que más gente debe darse una vuelta por la Isla. Mirarla desde otros ojos y no desde los ojos de un mercadeo de ilusiones que no representa lo que somos. Hay que mirar más allá de los centros comerciales y las autopistas. Ahí está la dimensión nacional, paralela y viva, que nos puede salvar como colectivo de voluntades que buscan un mejor país.
Cuando las mujeres nos negamos a asumir el rol de princesas desvalidas que nos asigna la sociedad, inmediatamente nos convertimos en brujas y rebeldes. Pero, después de todo, ¿es tan malo ser una bruja rebelde? Reafirmar nuestra identidad, reclamar espacios para la equidad es cosa de todas... de brujas y ex-princesas.
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