8.5.21

Las muertes de la madre



A veces nuestras madres mueren varias veces durante nuestras vidas. Cada una de esas muertes trae consigo una desazón particular, su propio duelo, aunque ni siquiera seamos capaces de apalabrarlo. 


Mi mamá está viva. Está aquí, cerca de mí mientras escribo esto. Pero ya he perdido la cuenta de las pequeñas y grandes muertes que se nos han atravesado en esta vida.


Las muertes de nuestras madres pueden ser fugaces, también profundas. Desde esa que observamos cuando nos damos cuenta de su humanidad imperfecta mientras cometen errores de juicio que destruyen la imagen que teníamos de ellas, hasta la muerte de una primera separación emocional que revive el corte del cordón umbilical que nos alimentó por meses. Otras muertes- que parecen la propia- son esas que ellas apalabran cuando nos destierran de su cielo, cuando nos reconocemos fuera de la constelación de quereres a la que creíamos pertenecer y las reconocemos fuera de la constelación que luego creamos para nosotras.


Hay otras muchas muertes posibles. Y siempre nos agarran por sorpresa porque una se prepara y espera la muerte física de la madre pero no las demás.


El 15 de enero una de esas muertes me sorprendió cuando mi mamá sufrió un evento isquémico enorme. Perdió el movimiento de su lado izquierdo de manera permanente y se disparó un proceso de demencia que todavía está en desarrollo. Pero lo que me hace escribir aquí es el reconocimiento de que la que era mi madre hasta ese día, ya murió. Ahora es una nueva madre la que ocupa su cuerpo. Nueva y vieja a la vez. 


Y todavía no he tenido tiempo de llorarla porque apenas ahora me doy cuenta de que no había reconocido esa nueva muerte. Uno de mis hijos la apalabró por mí. Esta es una muerte que se queda en un ciclo que no cierra y se mantiene en evolución. Seguía aferrada a una vida previa de ella. A una vida previa nuestra. A una vida previa de nuestra familia.


Siento una tristeza profunda. Un agotamiento que no me da mucho espacio para las alegrías, una sensación de pérdida que no quiere recibir consuelo porque aún no soy capaz de ver las fronteras de esta nueva realidad ni de apropiarme de ella para aceptarla. 


Mi abrazo para todas las hijas que viven las pequeñas y grandes muertes de sus madres. Sé que todo duelo tiene sus propias reglas, pero ojalá puedan ver esas muertes y reconocerlas, llorarlas y luego aprender a ser felices a pesar de ellas.

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