Los juicios viciados por el odio ya le han costado a la humanidad millones de muertes. Cuando se ajusticia en vez de impartir justicia, se validan las ideas de muerte y venganza. La humanidad retrocede un paso. Y todo el que celebra la venganza valida el retroceso y pone en evidencia su escasa capacidad de pensamiento crítico, ético e independiente.
Más allá de comentar la condena de Saddam Hussein, más allá de preguntarnos cuándo (al fin) se juzgará a Bush y cuándo la humanidad juzgará a quienes le han servido de verdugos, es importante preguntarnos qué valor damos a la justicia.
La visión simplista de crimen y castigo no es nueva. Muy al contrario, es un remanente de épocas oscuras de la humanidad. Es a la vez poner en práctica la premisa de que el más fuerte predomina y con él sus ideas. Al igual que en el resto del mundo, en Puerto Rico acabamos de vivir un juicio de pena de muerte que propuso a nuestro pueblo la idea de que matar con mecanismos legales es menos malo que hacerlo en la calle.
El discurso de venganza y odio encarnado en la fiscalía federal no es sorprendente. ¿Qué más se puede esperar de profesionales que alquilan su conciencia a una ideología amparada en premisas de supremacía? Una ideología que justifica la muerte de miles de iraquíes mientras, simultáneamente, condena a la horca a otro asesino que se salvaría de ella si hubiera tenido la “suerte” de nacer en Estados Unidos, ser blanco, petrolero, fundamentalista y conservador.
¿Quieren l@s puertorriqueñ@s validar la muerte o la fe en la humanidad? El silencio no es una contestación aceptable. Cuando un ser humano violenta el derecho a la vida, a la integridad física, a la intimidad, al desarrollo, a la libertad de otros seres humanos debe recibir una respuesta del resto de la sociedad. ¿Cuál será nuestra respuesta? La primera debe venir desde la introspección y juicio sobre nuestros propios actos. Si odiamos, si miramos con prejuicios y actuamos con superficialidad y egoísmo, es irresponsable señalar la violencia ajena y pedir penas de muerte. ¿Quiénes son los verdaderos culpables?
Cuando las mujeres nos negamos a asumir el rol de princesas desvalidas que nos asigna la sociedad, inmediatamente nos convertimos en brujas y rebeldes. Pero, después de todo, ¿es tan malo ser una bruja rebelde? Reafirmar nuestra identidad, reclamar espacios para la equidad es cosa de todas... de brujas y ex-princesas.
9.11.06
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