Existe la mala y la buena educación. La educación costosa versus la que depende de un mínimo de recursos y materiales. También existe la educación con perspectiva crítica y la educación vacía, que sólo se encarga de perpetuar el estatus quo. Por último existe la educación que se da en nuestras escuelas públicas. ¿Buena? ¿Mala? Es totalmente heterogénea. No es posible establecer si un sistema educativo es bueno o malo a base de meros criterios económicos. La mente humana no tiene precio y su capacidad de desarrollo y de expansión tampoco.
No deja de molestar, sin embargo, la constante alusión a la falta de recursos en nuestros planteles escolares. No porque no sea cierto, sino porque parece más bien la excusa perfecta para las mentes mediocres que se han anidado en nuestro sistema educativo y que sabotean nuestro más preciado recurso nacional: las mentes de nuestros niños y jóvenes.
Como ya dije, tenemos un sistema educativo muy heterogéneo. Por un lado, maestras y maestros excelentes dan a sus alumnos las herramientas y el conocimiento que les amplían su futuro aún sin libros, aún sin materiales, aún sin salones. Lo hacen con su rigurosidad, su modelaje, su responsabilidad y sus ganas de enseñar. Por otro lado, tenemos a los que apenas saben hablar coherentemente, mucho menos escribir con corrección y que se ausentan con tanta frecuencia que no nos explicamos cómo es posible que aún así cobren sus salarios quincenales y disfruten más de dos meses de vacaciones pagadas al año.
¿Qué hay que hacer para mejorar nuestro sistema educativo? ¿Asignar más dinero al Departamento de Educación? ¿No existen otras organizaciones exitosas con menos presupuesto y en espacios más pequeños y limitados, con menos recursos? ¡Ah, lo olvidaba! Esas organizaciones, la mayoría sin fines de lucro, trabajan con el corazón.
Tal vez, eso es lo que necesitamos. Trabajar la educación de nuestros hijos e hijas desde el corazón. Con compromiso. Sí, como nos comprometemos con otras cosas: con los clubes, los equipos deportivos, los centros comerciales… ¿Por qué no mejor asume el país entero un compromiso con la educación? Y de paso, algunos maestros pueden comprometerse también.
Cuando las mujeres nos negamos a asumir el rol de princesas desvalidas que nos asigna la sociedad, inmediatamente nos convertimos en brujas y rebeldes. Pero, después de todo, ¿es tan malo ser una bruja rebelde? Reafirmar nuestra identidad, reclamar espacios para la equidad es cosa de todas... de brujas y ex-princesas.
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